El ambiente se volvió pesado pues desde ese día la relación con Estela empeoró. Ambas se hacían cosas mutuamente al grado de no poder dormir bien esperando ser atacada.
El estrés vivido era demasiado y los golpes en la pared demostraban la frustración que le sacudía en esos días.
La alimentación no era tan buena pero servía para mantenerse viva. Eso lo agradecía profundamente.
Todo era resignación y pesar hasta que una buena noticia llegó a sus oídos.
—Lea 316, tiene visita.
Una de las custodias había ido a tocar con fuerza en su celda mientras ella reposaba sentada en el suelo.
El ruido ya no la inmutó pues era muy común el chocar las macanas con las rejas, lo hacían para molestarlas.
Pero aquella notificación si le hizo levantar el ánimo. ¿Será Ulises? Pensó inmediatamente pero ella misma se desanimó creyendo que eso era imposible.
La otra persona que esperaba ver con mucho entusiasmo era su madre y supo que era más probable que ella estuviera ahí afuera.
Se levantó rápidamente para salir de la celda y seguir a la custodia. Hasta la misma Estela admiró esa noticia.
Esperanza quería correr para corroborar y ver el rostro de su madre, pero tenía que ir detrás de la custodia sin hacer ningún movimiento raro o esta la reprenderá.
Caminaron por un largo pasillo hasta que al fin cruzaron la puerta que le conducía a su destino; la sala de visitas.
¡Mamá!—Exclamó al verla del otro lado del cristal, mismo que las separaba.
Su madre no escuchó su voz pues el material era tan horrible que no permitía el paso del sonido. Para esto tenían un comunicador muy similar a un teléfono. Con este podría comunicarse sin problema alguno.
—Tiene diez minutos.—Dijo la custodia al dejarla ahí.—Apresurate y aprovéchalos.
Esperanza notó que su madre no iba sola. Un hombre conocido la acompañaba.
Su tío, la persona que conocía de leyes estaba ahí y había ido muy dispuesta a ayudarla y sacarla de esa situación.
—Mi amor, preciosa...¿Cómo estás?—Su madre rompió en llanto al verla ahí.
Esperanza también lloró, trató de contenerse pues había prometido no derramar lágrimas pero fue inevitable no hacerlo.
No supo si fue por tristeza, impotencia, rabia o sentimiento de ver a su querida madre ahí después de tanto tiempo. Sabía que todo eso le había costado mucho esfuerzo y que ella no se rindió para encontrarla y llegar hasta ahí.
—Mal mamá, aquí es un verdadero infierno.—Trató de mantenerse lo más cuerda posible pero la debilidad la superó y bajó la cabeza para llorar.—Te juro que yo no merezco estar aquí.
—Lo se mi amor, lo sé.—Le respondió intentando pasar los cristales para meterse y abrazarla pero poco oído hacer.—Fue muy raro todo pero tu tío nos está ayudando mucho. Hizo todo lo posible por encontrarte y no se detendrá hasta sacarte.
—Te agradezco mucho eso tío.—Levantó la cabeza para mirarlo y darle las gracias de frente.—En serio no se cómo pagarte, trajiste a mi madre hasta acá.
—No digas nada hasta que te saquemos.—El contestó al tomar el teléfono.—Por ahora debes estar tranquila que yo estoy haciendo todo lo posible por sacarte de ahí.
Dejó la comunicación para permitirle a su hermana hablar con ella. Sabía que eran pocos minutos y que debían aprovecharlos al máximo.
El resto de la conversación solo fue motivacional. No se pudieron decir mucho. No tenían el caso claro así que no había forma de prometer algo.
—Terminó si tiempo.—Indicó la custodia tocando su hombro.—Es momento de regresar.
—Mamá te amo demasiado. Te extraño.—Dijo mientras se aferraba al teléfono.
—Yo a ti hija, te sacaremos de ahí.—Le seguía la conversación viéndola salir de ahí.—Ahora que se todo esto, buscaré a Ulises y le pedire que te saquen.
Esas palabras ya no las pudo escuchar Esperanza pero de haberlo hecho seguramente se hubiera rehusado. Tenía mucho rencor hacia él y sabía que si quisiera, estaría ahí.
La joven presa regresó por el sendero a su celda. Las emociones nuevamente se habían revuelto en su ser. Volvió aquella sensibilidad que le caracterizaba, bajó sus defensas nuevamente para sumergirse en aquella melancolía que la había perseguido durante todo ese tiempo.
Caminó con un poco más de ilusión pues supo que su familia la estaba buscando y que tal vez sería cuestión de tiempo para que la sacara de ahí. No era momento de rendirse.
Al llegar a su celda vió nuevamente a su compañera, aquella que le había hecho la vida difícil y quién estaba en un rincón.
El tiempo que pasó ahí entendió que había estado sola tanto tiempo que el salvajismo se apoderó de ella, además de los traumas que una prisión puede traer para todas las personas ahí.
Ya un poco mas relajada intentó negociar con ella una tregua. Al menos dejarse de atacar mutuamente para llevar la paz a ese espacio.
Estela se acercó a ella con una mirada convincente. Ahí Esperanza optó por seguir hablándole y contagiar esa actitud a su compañera.
—Empezamos con el pie izquierdo. Tal vez ninguna de las dos desea estar aquí pero el destino nos puso en esta situación. Nosotras debemos apoyarnos en lugar de seguir peleando, no te pido que seamos amigas, solo que nos tratemos con respeto ya que estamos compartiendo este espacio. Si tú lo deseas puedes contar conmigo. Yo te escucharé y ayudaré lo más que pueda. Tal vez con el tiempo podamos tener una relación más que cordial. ¿Qué dices?
Esperanza esperaba que el diálogo ayudará a entablar una mejor relación con su compañera. Confíó tanto que dejó que ella se acercara creyendo que tenía buenas intenciones pero no fue así.
Cuando estuvo lo bastante cerca, la golpeó con una parte de la escusado que ella misma arrancó. La golpeó tan fuerte que la dejó inconsciente en el suelo.