Prisionera del Destino

Capítulo 1 – No vuelvas a mirarme así

El sonido del reloj de la mansión Draven se escuchaba como un trueno en los pasillos silenciosos. Eran las seis de la mañana, y el aire todavía olía a rocío y a café recién molido.

Luna llevaba una bandeja de plata en las manos, cuidando cada paso sobre el mármol frío del suelo. Sus dedos temblaban, no por el peso, sino por el miedo.

Miedo a él.

Miedo a su presencia, a su voz, a esa mirada que parecía capaz de ver lo que escondía hasta su alma.

—¡Luna! —la voz del mayordomo retumbó desde el fondo del pasillo—. ¡El Alpha quiere su café ahora mismo!

“Alpha.”

Aún le resultaba extraño escuchar a los demás pronunciar ese título con tanto respeto y temor. Ella lo conocía como el señor Kael Draven, dueño de la mansión y de todo lo que en ella respiraba.

Pero los empleados murmuraban otras cosas cuando creían que nadie los oía: que no era completamente humano, que tenía un poder imposible, que su familia estaba marcada por la luna.

Luna no creía en esas historias. O al menos, no quería hacerlo.

Bastante tenía con sobrevivir cada día en esa casa que parecía no tener fin, donde los espejos reflejaban más de lo que mostraban y las sombras parecían moverse solas.

Siguió caminando hasta detenerse frente a la enorme puerta de madera que daba al despacho principal.

Respiró hondo. Tres veces.

“Solo entra, deja el café y sal.”

Pero su corazón latía con tanta fuerza que le costó incluso alzar la mano para tocar.

No alcanzó a hacerlo.

Desde dentro, una voz grave, profunda y fría se adelantó:

—Entra.

Luna se estremeció. No entendía cómo él siempre sabía que estaba afuera. Abrió la puerta despacio, y el olor a cuero, humo y madera vieja la envolvió como una prisión invisible.

El despacho del Alpha era imponente: paredes cubiertas de libros, una chimenea encendida a pesar del calor y un ventanal enorme por donde la luz se colaba como un filo de plata.

Y frente a esa luz, de espaldas a ella, estaba él.

Kael Draven.

El hombre más poderoso —y más temido— de todo el norte.

Vestido de negro, con el traje perfectamente ajustado a su cuerpo alto y fuerte.

Su cabello oscuro le caía ligeramente sobre la frente, y la sombra de su perfil se dibujaba en el reflejo del cristal.

No se movió cuando ella entró.

—Llegas tarde —dijo con voz baja, sin mirarla.

—L-lo siento, señor —susurró Luna, bajando la mirada. La bandeja le pesaba como si llevara piedras en lugar de porcelana.

—Déjalo sobre el escritorio.

Obedeció. Caminó despacio, intentando no tropezar, consciente de que cada movimiento suyo era observado. Lo sentía. No necesitaba verlo para saberlo.

Cuando dejó la taza sobre el escritorio, una corriente de aire helado recorrió la habitación.

Kael se giró.

Su mirada la alcanzó como una descarga eléctrica.

Gris metálico. Inhumana.

Ojos que parecían brillar por sí solos, como si guardaran dentro un secreto antiguo.

—Dime tu nombre —ordenó, aunque ya lo sabía.

—Luna, señor.

El silencio que siguió fue tan denso que podía cortarse.

Kael dio un paso hacia ella. Luego otro.

Luna retrocedió instintivamente, hasta chocar con el borde del escritorio.

—No vuelvas a mirarme así —murmuró él, con un tono entre advertencia y deseo.

Ella alzó la vista sin querer, y sus ojos se encontraron otra vez.

El tiempo pareció detenerse.

Kael extendió una mano y le tomó el mentón, obligándola a mantener la mirada. Su toque fue firme, pero no cruel. Era como si una parte de él no quisiera soltarla, aunque su mente le gritara que debía hacerlo.

—No sabes lo que provocas cuando me miras, Luna.

Su voz era baja, rasposa, peligrosa.

Ella quiso responder, pero no encontró palabras.

Entonces, algo extraño ocurrió.

Una luz plateada se encendió en su muñeca, como una marca que dormía bajo la piel y despertaba por primera vez.

Kael lo notó. Sus ojos se abrieron con una mezcla de sorpresa y furia contenida.

—¿Qué… es eso? —susurró él, apartando la mano de golpe.

La marca desapareció tan rápido como había aparecido, como si jamás hubiera estado allí.

Luna se miró las manos, temblorosa.

—No lo sé, señor… nunca había pasado antes.

Kael la observó con la mandíbula tensa.

—Sal.

—Pero, señor, yo—

—¡Sal! —rugió, y el tono de su voz hizo vibrar los vidrios del ventanal.

Luna dio un salto y corrió hacia la puerta.

Antes de salir, lo escuchó murmurar algo que la hizo detenerse solo un instante.

—No puede ser… la marca del vínculo lunar está extinguida desde hace siglos.

Ella no entendió esas palabras.

Solo sabía que, desde ese momento, algo dentro de ella había cambiado.

Y aunque no lo quería admitir, sentía que su destino acababa de quedar atado al de ese hombre.

Al Alpha.

Al enemigo.

Al dueño de su alma.




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