La noche cayó sobre la mansión Draven con un silencio pesado. Afuera, la lluvia golpeaba los cristales como si quisiera entrar. Adentro, las luces estaban bajas, y cada rincón parecía guardar un secreto.
Luna no podía dormir.
Desde que salió del despacho, la frase de Kael resonaba en su cabeza:
“La marca del vínculo lunar está extinguida desde hace siglos.”
No entendía el significado, pero el tono con que lo dijo, entre incredulidad y miedo, le había atravesado el pecho.
Se giró en la cama una y otra vez. El cuarto de las sirvientas era pequeño, con paredes de piedra y una ventana que apenas dejaba pasar la luz de la luna. La manta se sentía demasiado liviana, el aire demasiado frío.
“¿Qué quiso decir con eso?”
Recordó su mirada: esa mezcla de autoridad y algo que parecía dolor.
Y la forma en que la había tocado… solo un segundo, pero suficiente para que algo dentro de ella cambiara.
Se incorporó y se llevó una mano a la muñeca. No había nada visible, ni una cicatriz ni una marca. Sin embargo, podía jurar que la piel todavía le ardía, justo donde aquella luz había aparecido.
Un ruido en el pasillo la hizo levantar la vista. Pasos.
Se asomó por la puerta entreabierta y vio pasar al mayordomo. Llevaba una bandeja con una botella de vino y dos copas.
—¿Otra reunión del señor Kael a esta hora? —preguntó Luna en voz baja.
El hombre ni siquiera la miró.
—El Alpha no necesita razones para no dormir.
Luna cerró la puerta despacio. “El Alpha…” La palabra la inquietaba cada vez más. No sabía por qué, pero sentía que en ella había algo más que un título.
Cansada de pensar, se vistió con su uniforme, aunque era medianoche. Bajó a la cocina en busca de agua, pero terminó caminando hacia el gran vestíbulo. La mansión de noche parecía otra: más viva, más peligrosa.
Las paredes estaban decoradas con retratos antiguos. Hombres y mujeres de mirada severa, todos con los mismos ojos grises que Kael.
Se detuvo frente a uno de ellos. El marco dorado tenía inscrito un nombre: Adrian Draven, 1831 – 1879.
El parecido era escalofriante.
—Curiosa a esta hora, señorita Luna —dijo una voz a su espalda.
El corazón se le detuvo.
Kael estaba allí, sin chaqueta, con las mangas de la camisa arremangadas y el cabello desordenado. En la penumbra, se veía más humano… y más peligroso.
—Yo… escuché un ruido y… —balbuceó.
—Y decidiste explorar mi casa —completó él, acercándose despacio—. No todos tienen el valor de caminar por estos pasillos de noche.
Su tono no era de reproche, pero tampoco amable.
—No podía dormir —admitió Luna.
Kael la miró largo rato. Sus ojos no tenían ira, sino algo que ella no supo descifrar.
—¿Por mi culpa?
Ella bajó la cabeza.
—Por lo que dijo antes de que me fuera.
El silencio volvió, pero esta vez se sintió distinto: pesado, íntimo.
Kael dio un paso más.
—No debí decirlo —susurró—. Fue un error.
—Entonces… ¿no significa nada? —preguntó ella, con una mezcla de decepción y esperanza.
Él frunció el ceño.
—Significa demasiado. Por eso prefiero callar.
Luna tragó saliva. Cada palabra suya la enredaba más.
—Solo quiero entender.
—No quieres —interrumpió Kael, con voz baja—. Si supieras lo que implica, desearías no haberme conocido.
Ella se armó de valor.
—Tal vez ya es tarde para eso.
Kael la observó en silencio. Hubo un instante en el que su respiración se mezcló con la de ella. La tensión era casi visible, como un hilo que podría romperse con un solo movimiento.
Pero él se alejó primero.
—Vuelve a tu habitación, Luna. Y si aprecias la calma, no vuelvas a venir aquí de noche.
—¿Por qué? —preguntó ella sin pensar.
Kael giró lentamente.
—Porque la oscuridad de esta casa no siempre duerme… y porque no estoy seguro de poder contener la mía cuando tú estás cerca.
Dicho eso, desapareció por el corredor, dejando a Luna sola con el eco de sus palabras.
Se quedó allí, en medio del vestíbulo, sin saber si temblaba de miedo o por algo más profundo.
Mientras subía las escaleras, comprendió que lo que había entre ellos era más que curiosidad o deseo.
Era un peligro.
Uno del que no podría escapar, aunque lo intentara.
Y esa noche, cuando al fin logró cerrar los ojos, el rostro de Kael la siguió en sus sueños.