Prisionera del Destino

Capítulo 6 – Sombras entre cristales

El rumor de la gala había corrido por los pasillos de la mansión como un viento invisible. Las sirvientas murmuraban entre ellas mientras preparaban los salones: lámparas de cristal que relucían, arreglos florales perfectos, mesas listas para recibir copas de cristal y cenas delicadas. Luna se movía entre ellas, acomodando bandejas y manteles, sin saber realmente qué sucedía aquella noche.

—Dicen que esta noche vendrán invitados muy importantes —susurró una de las cocineras, mientras Luna ajustaba un candelabro—. Todo tiene que estar impecable.

—Sí —respondió otra—. Y se comenta que el señor Draven hará algo especial… algo que nadie espera.

Luna frunció el ceño, tratando de concentrarse en su trabajo. Los murmullos llegaban hasta ella, pero no lograba comprender del todo. La mansión estaba más agitada de lo normal, y algo en el aire vibraba con tensión contenida, como si la noche misma esperara algo.

De pronto, Kael apareció en el pasillo principal, impecable, serio, con el traje perfectamente ajustado. Caminó directo hacia ella, y su sola presencia hizo que el corazón de Luna se acelerara.

—Luna —dijo, con voz firme—. Esta noche no servirás. Te mudarás a una habitación del ala este. Tendrás que cambiarte inmediatamente.

El murmullo de las sirvientas se intensificó. Todas se miraron entre sí, sorprendidas, mientras Luna lo miraba sin entender.

—¿Yo…? —balbuceó—. Pero… yo…

Kael no respondió. Su ceño estaba fruncido, sus ojos grises la atravesaban con la intensidad de una tormenta contenida.

—Vas a la gala —ordenó—. Y quiero que aparezcas lista cuando el primer invitado entre al salón.

El corazón de Luna dio un vuelco. No había imaginado nunca estar en un evento así. Caminó hacia la habitación asignada, sintiendo la mirada de Kael quemarle la nuca, y cerró la puerta tras de sí, temblando de emoción y nervios.

El vestido colgaba sobre la silla, negro profundo, ajustado a la cintura y con una caída elegante hasta el suelo. La tela brillaba apenas bajo la luz tenue, y los bordes del escote eran sutiles, insinuantes sin ser vulgares. Luna se acercó al espejo y respiró hondo. Su cabello oscuro estaba recogido en un moño bajo con algunos mechones sueltos que enmarcaban su rostro. Sus labios llevaban un tono suave, y los ojos, delineados delicadamente, reflejaban un brillo nuevo, desconocido incluso para ella misma.

Cuando bajó las escaleras, el murmullo de los invitados se detuvo un instante. Todos la miraron, deslumbrados por la transformación. Kael, en lo alto de la escalera, permaneció inmóvil, sin poder apartar la vista. Amelia, de pie cerca de la entrada, frunció el ceño, con una sonrisa forzada que no alcanzaba sus ojos.

Luna respiró hondo, consciente de cada mirada. No era la sirvienta asustada del primer día; esta vez, su presencia irradiaba fuerza y un magnetismo que nadie podía ignorar.

La gala comenzó. Copas de vino tinto y champán se alzaban, los invitados conversaban con educación, pero la tensión entre Kael, Luna y Amelia era tangible. Cada palabra tenía doble filo, cada mirada contenía un mensaje que nadie más podía leer.

Elías Van Dorne, un empresario extranjero de porte impecable, se acercó con una sonrisa encantadora. Sus ojos se detuvieron en Luna y, por un momento, parecía como si todo el salón desapareciera a su alrededor.

—¿Bailaría conmigo? —preguntó con voz profunda.

Luna sintió el rubor subirle a las mejillas. Dudó un instante, pero la música ya llamaba. Antes de que pudiera responder, Kael se aproximó con pasos silenciosos, deteniéndose a su lado.

—No lo hagas —susurró, su aliento rozando la oreja de Luna—. No soporto que alguien más se acerque a ti. Solo yo quiero sentir tu calor… tu aliento cerca de mí.

El corazón de Luna se aceleró. La firmeza de su cuerpo, la cercanía de su pecho, el roce de sus labios apenas sobre su mejilla, la dejaba sin aliento. Sus manos temblaron ligeramente, pero no retrocedió. La intensidad de Kael era peligrosa, magnética, imposible de ignorar.

Amelia se acercó entonces, elegante, con una copa en la mano, intentando acercarse a Kael mientras lanzaba miradas envenenadas a Luna.

—Veo que el efecto sorpresa funciona —dijo Amelia, apenas un susurro que Luna sintió como un cuchillo—. Pero no creas que esto te hace invencible.

Luna tragó saliva, consciente de cada latido que retumbaba en su pecho. Kael la miró con ojos que prometían tormenta, y la tensión entre ellos era tan densa que la música, las risas y los brindis parecían un eco lejano.

Luna se retiró al baño por un momento, intentando calmar su mente. La música, el murmullo de los invitados y la mirada de Elías Van Dorne aún la seguían. Apenas se apoyó contra el lavabo, Kael apareció detrás de ella, silencioso, como un depredador contenido.

—¿Creías que podría dejarte sola? —susurró, rozando su cabello contra el de ella, acercándose peligrosamente.

Luna giró la cabeza ligeramente, sintiendo sus labios rozar apenas su oreja, su mejilla, su cuello. La respiración de Kael caliente contra su piel, su mano firme en su cintura, la mantenía atrapada entre miedo y deseo.

—Solo yo —susurró él—. Nadie más tiene derecho a esto. A ti.

El corazón de Luna latía con fuerza, mientras Kael la aproximaba a su cuerpo. Sus manos la sostenían con fuerza contenida, sus labios rozaban los de ella apenas un instante, dejando un fuego invisible que la recorría por completo. Luna no sabía cómo reaccionar; todo en su ser pedía ceder, pero la mente aún la retenía.

—Kael… —susurró, sin poder apartar la mirada—. Esto…

—Shh —interrumpió él, apretando apenas sus labios contra los suyos, un roce fugaz pero cargado de todo lo que no podían decir—. Solo yo. Nadie más.

El momento quedó suspendido entre ellos, un instante que parecía eterno, mientras afuera la gala continuaba, y Elías Van Dorne los observaba de lejos, intrigado por la intensidad que emanaban.




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