La mansión Draven respiraba un aire cargado de secretos. La gala había terminado horas antes, pero la resonancia de miradas, palabras y roces aún flotaba en los corredores. Luna se movía lentamente por el vestíbulo, todavía con el eco de la música en los oídos y la sensación de los ojos sobre ella. Cada paso parecía más pesado, cada sombra más íntima, como si la casa misma la observase.
Apenas había tenido tiempo de cambiarse tras la gala. El vestido negro que Kael le había elegido le abrazaba la silueta con elegancia; sus hombros y cuello quedaban al descubierto, dejando un aire de vulnerabilidad mezclada con fuerza. Su cabello, recogido en un moño bajo con algunos mechones sueltos, le daba un toque etéreo que contrastaba con su mundo cotidiano de sirvienta.
Luna avanzaba hacia los jardines internos cuando escuchó un ruido detrás de ella. Su corazón dio un salto. Antes de poder girarse, una sombra se aproximó con pasos silenciosos. Era Kael.
—Luna… —susurró, apenas lo suficiente para que su voz vibrara cerca de su oído—. No soportaría que alguien más te tenga cerca.
El aliento de Kael rozó su cuello, y Luna sintió un estremecimiento recorrerle la espalda. No era miedo, ni del todo deseo; era algo más profundo, una mezcla de alerta y atracción que la mantenía en vilo.
—Señor… —balbuceó, intentando mantener la compostura—. Yo… no he hecho nada.
—No importa —dijo él, su voz baja y rasposa—. Solo quiero sentir tu aliento, tu calor, y no que otro pueda robarlos siquiera por un instante.
Kael se acercó más, y su mano rozó levemente la de Luna al apartar un mechón de cabello que le caía sobre el rostro. El contacto, breve pero intenso, hizo que Luna sintiera el corazón a punto de estallar. No era vulgar, pero sí cargado de una intimidad peligrosa.
—Kael… —susurró, sin saber si pedir distancia o rendirse a esa sensación.
Él inclinó apenas el rostro, lo suficiente para que sus labios rozaran la mejilla de Luna, dejando un estremecimiento que recorrió su piel. Sus ojos, gris metálico y profundos, la miraban con una intensidad que la hacía temblar.
—Luna… —murmuró—. No puedo… no puedo apartarme cuando estás cerca.
Ella tragó saliva, atrapada entre el miedo y el deseo, consciente de que ese roce, esa cercanía, dejaba una marca que no se borraría fácilmente.
De repente, la puerta del corredor se abrió y Amelia apareció. Su presencia cortó el momento como un cuchillo. Sus ojos fríos se clavaron en Luna, y su sonrisa calculada era venenosa.
—Qué coincidencia… —dijo Amelia, acercándose despacio—. Parece que los secretos de esta casa no descansan ni de noche.
Kael se tensó, separándose apenas de Luna. Su mano todavía rozaba la suya, un hilo invisible que la mantenía a salvo y cautiva al mismo tiempo.
—Amelia —dijo con voz firme, controlada pero tensa—. Esto no es asunto tuyo.
—Oh, pero siempre lo es —replicó ella, estudiando a Luna con desdén—. Especialmente cuando la nueva “sirvienta” resulta ser… más interesante de lo que esperaba.
Luna se sintió atrapada, pero en lugar de retroceder, enderezó la espalda y respondió con firmeza:
—No soy un juego ni un accesorio, señora. No estoy aquí para competir ni para agradar a nadie.
El silencio que siguió fue denso. Kael observaba a ambas, su mandíbula tensa, su respiración apenas contenida. Amelia parecía encantada de ver cómo Luna podía desafiarla, y Kael… Kael estaba claramente fuera de su habitual control.
—Basta —intervino él, caminando hacia Amelia—. La noche ha terminado para todos. Luna… ven conmigo.
Ella lo siguió, y mientras se alejaban por el corredor silencioso, Kael le susurró:
—No vuelvas a dejar que alguien se acerque a ti de esa manera… no soportaría que te hicieran daño, ni siquiera con palabras.
Luna sintió su cuerpo temblar, atrapada entre la protección de Kael y la intensidad de lo que ese hombre le hacía sentir. No era un beso, ni una caricia atrevida… pero cada roce, cada susurro, dejaba el fuego encendido entre ambos.
Mientras caminaban, el corazón de Luna aún palpitaba con fuerza, consciente de que este juego de miradas, roces y silencios apenas comenzaba. Kael, por su parte, sabía que cada segundo lejos de ella era un riesgo, que cada instante de distancia podría abrir la puerta a otros… pero no estaba dispuesto a dejar que nadie más tuviera lo que él consideraba suyo.
La noche se cerró sobre la mansión con un silencio que parecía prometer más conflictos, más miradas y más fuego. Y Luna entendió, con cada fibra de su ser, que lo que sentía por Kael era inevitable… peligroso… y hermoso.