Prisionera del Destino

Capítulo 8 – El refugio secreto

Kael caminaba por los corredores de la mansión con pasos medidos, silenciosos. Luna lo seguía, su corazón latiendo con fuerza, atrapada entre la curiosidad y la advertencia de sus propios sentidos: algo intenso se estaba gestando, y ella lo sentía en cada fibra de su cuerpo. No sabía a dónde la llevaba, y la incertidumbre la hacía aún más vulnerable… y más consciente de cada roce de él.

—¿A dónde vamos? —preguntó, con un hilo de voz que apenas se atrevía a sonar.

—A un lugar… que quiero que veas solo tú —respondió Kael, su tono grave y profundo, dejando entrever algo de su mundo interior que nadie más conocía.

Luna sintió un estremecimiento recorrerle la espalda. Esa era la primera vez que Kael la llevaba a un espacio solo para ellos, y algo en su interior le decía que no sería un momento cualquiera. Sus manos rozaron ligeramente las de ella mientras avanzaban; el contacto era breve, pero cargado de electricidad.

Llegaron a una puerta pequeña, casi oculta tras un tapiz antiguo. Kael la abrió, y un aroma a madera y velas los envolvió. Era su refugio secreto: un salón pequeño, iluminado tenuemente por candelabros, con sofás profundos, libros antiguos y cortinas de terciopelo que filtraban la luz de la luna. Nadie más había entrado allí, y ahora Luna comprendía la magnitud de la confianza que Kael depositaba en ella.

—Nunca había traído a nadie aquí —dijo él, su voz baja, apenas un susurro—. Hasta ahora.

Luna se quedó sin palabras, recorriendo el lugar con los ojos abiertos. Cada detalle parecía pensado para despertar los sentidos, para envolver a quien entrara en un mundo privado, cargado de intimidad y misterio.

—Es… hermoso —susurró, finalmente.

Kael se acercó lentamente, deteniendo apenas un paso antes de rozarla. Sus manos encontraron las de Luna, las sostuvo con firmeza y suavidad al mismo tiempo, y ella sintió el calor de su contacto como una corriente que recorría todo su cuerpo.

—Luna… —murmuró él, su rostro tan cerca del suyo que ella podía sentir su respiración—. No quiero que nadie más te tenga cerca. No siquiera un instante. Solo yo quiero sentir tu calor, tu aliento, tu piel.

Ella tragó saliva, atrapada entre la advertencia y el deseo. Kael se inclinó apenas, lo suficiente para que sus labios rozaran la mejilla de Luna. No era un beso, pero el contacto era intenso, íntimo, suficiente para encender un fuego que no podía apagar.

—Kael… —susurró, su voz temblando—. Esto…

—Shh —susurró él, apoyando su frente contra la de ella—. Solo siente.

El tiempo pareció detenerse. Las velas iluminaban sus rostros, reflejando la intensidad de lo que compartían. Cada roce, cada suspiro, cada mirada mantenía la tensión suspendida, elegante y sensual, un juego de emociones que solo ellos podían entender.

Kael deslizó una mano por la espalda de Luna, acercándola más, su cuerpo rozando el de ella con cuidado, con necesidad contenida. Luna sintió cómo su corazón se aceleraba, atrapada entre el fuego de su cercanía y la dulzura de la protección que él le ofrecía.

—Nunca llevé a nadie aquí —murmuró Kael, con la voz ronca—. Este lugar… es mío, pero hoy también es tuyo. Solo tuyo.

Luna bajó la vista, consciente de la intimidad del momento, de la vulnerabilidad que compartían sin palabras. No era un acto vulgar, no había besos apasionados ni caricias desmedidas… pero cada roce, cada aliento compartido, dejaba un fuego ardiente que los unía de manera peligrosa y adictiva.

Él apoyó suavemente la cabeza en su hombro, y Luna sintió cómo su propio cuerpo respondía, temblando ante la proximidad, atrapada entre la razón y lo inevitable.

—Kael… —susurró, sin atreverse a mirarlo directamente—. Esto es… demasiado.

—Nunca es demasiado —respondió él, su mano rozando la cintura de Luna—. Pero también… debemos ser cuidadosos. Nadie más puede saber de este lugar. Nadie más puede tocar lo que nos pertenece… al menos por ahora.

Se quedaron así, envueltos en la intimidad del refugio secreto, la tensión y el deseo contenidos, respirando juntos, conectados por algo que iba más allá de lo físico: un vínculo silencioso, intenso y profundo, que ambos sabían que los marcaría para siempre.

Kael finalmente se separó apenas, dejando que Luna respirara, aunque su mirada permanecía fija en ella, intensa y posesiva.

—Ve a tu habitación —susurró, con la voz baja, cargada de promesas—. Mañana… hablaremos más de esto.

Luna asintió, todavía temblando, consciente de que aquel lugar secreto, aquel roce, aquel instante, quedaría grabado en ella para siempre. Mientras subía las escaleras, comprendió que Kael no era solo un hombre que la protegía… era un fuego que podía consumirla, y ella, sin quererlo, ya estaba dispuesta a sentir la llama.

El refugio secreto cerró sus puertas detrás de ellos, pero el eco de su intimidad permaneció suspendido en el aire, prometiendo que su historia apenas comenzaba, que cada encuentro sería una chispa capaz de encender la oscuridad y el deseo que compartían.




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