La oficina de Kael estaba envuelta en penumbras, apenas iluminada por la luz cálida de la lámpara de escritorio. Todo parecía en calma, pero la tensión en el aire era palpable, casi física. Luna permanecía oculta detrás de la puerta entreabierta, observando sin respirar.
Amelia estaba dentro, su presencia dominando el espacio como siempre. Su vestido negro se ceñía a cada curva, dejando ver la confianza y el poder que había adquirido con los años. Se acercó a Kael lentamente, dejando que la distancia entre ellos se volviera eléctrica, casi dolorosa.
—Kael… —susurró, apoyando la palma de la mano en el escritorio, tan cerca que su perfume lo envolvía—. Han pasado años, y aún siento todo lo que dejamos atrás.
Él permaneció firme, aunque su respiración se aceleraba. No dijo nada, consciente de que cualquier palabra o gesto suyo podía encender la chispa que Amelia buscaba.
—¿Recuerdas lo que era tenerme cerca? —continuó ella, inclinándose apenas hacia él, su aliento rozando su oído—. Lo sabes. Siempre supiste que podía hacerte sentir cosas que nadie más podría.
Kael apretó la mandíbula. Su cuerpo reaccionaba antes que su mente, pero sabía que ceder era peligroso.
—No… —murmuró, apenas audible—. Esto no…
—¿No qué? —interrumpió Amelia, rozando con suavidad su brazo mientras se inclinaba un poco más—. ¿No puede ser que me desees? ¿Que recuerdes lo que éramos?
El roce de su piel contra la de él era fuego líquido. Kael cerró los ojos por un instante, sintiendo cómo su control se resquebrajaba. Cada segundo con Amelia era un desafío a su voluntad, un recordatorio de que había deseado esto antes… y que aún lo deseaba.
—Luna… —susurró, inconscientemente, recordando a la chica que lo seguía en silencio—. No…
Amelia sonrió, casi cruel, y lo rodeó lentamente, dejándole ver que sabía exactamente cómo provocarlo:
—Ella no entiende nada, Kael. Pero yo sí. Sé cómo quieres sentir… cómo quieres que te tomen. Y tú lo sabes.
Él apretó los puños sobre el escritorio, conteniendo el impulso de acercarse y ceder. El calor de Amelia era embriagador, cada palabra, cada gesto, una mezcla de amenaza y deseo.
—Basta —gruñó, su voz grave, casi un rugido—. Esto no puede…
Amelia se acercó aún más, hasta quedar a solo unos centímetros de su rostro. Su aliento rozaba su piel, y Kael podía sentir cada curva de su cuerpo, cada latido de su corazón acelerado.
—Como quieras, Kael… —susurró, con voz baja y cargada de intención—. Pero recuerda: siempre dejo mi marca. Y aquellos que la sienten… saben que nadie más puede tocar lo que fue mío.
Kael cerró los ojos, respirando con fuerza. Su control se tambaleaba, sus pensamientos eran un caos. El fuego de Amelia lo quemaba desde dentro, y la imagen de Luna, escondida detrás de la puerta, lo hacía aún más consciente de lo que estaba en juego.
—No… —susurró, su voz quebrada por la lucha interna—. No puedo…
Amelia inclinó su rostro un poco más, su mirada gris y profunda fija en él, y rozó apenas sus labios contra la comisura de la boca de Kael, un roce fugaz pero cargado de intención. Su proximidad era un veneno dulce, un desafío imposible de ignorar.
—Recuerda, Kael… —susurró—. Siempre dejo mi marca. Y nadie… nadie podrá olvidarla.
Kael se enderezó, con la respiración agitada, sus manos temblando ligeramente sobre el escritorio. Sabía que estaba jugando con fuego, que cualquier impulso podía destruir todo lo que estaba intentando proteger. Pero Amelia… Amelia siempre sabía cómo encenderlo.
Luna, desde su escondite, sintió que el mundo se cerraba a su alrededor. Celos, deseo y miedo se mezclaban en su pecho, y por primera vez comprendió que la lucha entre Kael y Amelia no era solo de poder: era fuego contra fuego, y ella estaba atrapada en medio.
El eco de las palabras de Amelia flotó en el aire:
—Siempre dejo mi marca…
Y Luna supo, con un frío en el pecho y un fuego en la sangre, que este juego apenas había comenzado. Cada movimiento dentro de la oficina sería un campo de batalla emocional, y nadie saldría indemne.