Luna aún seguía detrás de la puerta, conteniendo la respiración. Cada palabra, cada suspiro que salía de la oficina, la atravesaba. Amelia se movía con elegancia calculada, acercándose a Kael con una sonrisa que pretendía dominarlo todo.
Kael permanecía de pie, firme junto a su escritorio, los hombros rectos, la mandíbula apretada. Sus ojos grises se clavaban en Amelia con intensidad contenida, mientras su respiración era un hilo de tensión apenas perceptible.
—Amelia —dijo Kael, con voz baja y cargada de control—. Esto se terminó.
—¿Terminado? —replicó ella, acercándose peligrosamente—. Sabes que lo que tuvimos fue intenso… real. No puedes negarlo, Kael.
Kael respiró hondo, la mirada fija en ella. Cada músculo de su cuerpo irradiaba poder contenido, dominación, y un deseo que no estaba dispuesto a ceder.
—Real o no —respondió con voz firme—, aquí nadie más toca esto. Esta es mi casa, Amelia, y no hay espacio para ti aquí.
Amelia sonrió con desdén y un brillo seductor en los ojos, intentando acortar la distancia entre ellos, rozando apenas su brazo con la intención de provocarlo.
En ese instante, Luna empujó la puerta con decisión y entró, dejando que sus ojos se encontraran con los de Amelia: fríos, calculadores, sorprendidos.
—¡Basta! —exclamó Luna, con voz firme, pero temblando por la intensidad que la rodeaba—. No eres bienvenida aquí. Ni tus juegos, ni tus recuerdos. Esto terminó, y te aseguro que no volverás a tocar a Kael.
Amelia la miró, evaluando su atrevimiento, entre divertida y sorprendida.
—¿Y tú quién eres para decirme eso?
—Soy quien está aquí ahora —respondió Luna, levantando la barbilla con orgullo—. Y Kael… —miró hacia él, buscando su aprobación—. Él quiere que te vayas.
Kael no necesitó más. Dio un paso adelante, y la energía en la oficina cambió. Su presencia colapsó el espacio, su voz baja y peligrosa:
—Amelia… lárgate de mi casa. Ahora.
Amelia vaciló, por primera vez sin control, y comprendió que no había forma de manipular a Kael ni con Luna allí. Sin decir palabra, giró sobre sus tacones y se marchó, dejando tras de sí un silencio cargado y un perfume que flotaba en el aire.
Kael giró hacia Luna, y sus ojos grises la recorrieron de arriba abajo, cargados de un fuego contenido que solo ella podía despertar. Se acercó lentamente, lo suficiente para que sus cuerpos apenas se rozaran, provocando un estremecimiento en cada fibra de su ser.
—¿Ves? —susurró, voz baja, profunda y peligrosa—. Nadie más puede estar cerca de ti. Nadie.
Luna sintió cómo el corazón le latía con fuerza, atrapada entre miedo y deseo.
—Lo entiendo… —susurró—. Gracias, Kael.
Él inclinó apenas el rostro, rozando con sus labios la mejilla de Luna, dejándole un estremecimiento que recorría todo su cuerpo. Sin promesas, sin caricias atrevidas, pero con un mensaje claro: lo que sienten es suyo, y nadie lo tocará.
El silencio en la oficina quedó cargado de tensión, calor y protección. Y aunque la noche aún podía traer sombras, Luna y Kael compartieron un instante eterno donde la dominación, el deseo y la conexión intensa se entrelazaban, prendiendo un fuego que nadie podría apagar.