La noche había caído completamente sobre la mansión Draven. Las luces suaves del vestíbulo reflejaban sombras que bailaban en las paredes de madera oscura, mientras el aire se impregnaba del aroma a incienso y madera pulida. Luna caminaba lentamente por el corredor que conducía a los jardines internos, sus pasos resonando como un eco tímido pero decidido. Cada vez que recordaba la escena en la oficina, su pecho se encogía, y un calor inesperado la recorría.
Kael la seguía a unos pasos, su presencia como un imán que la mantenía en tensión constante. La distancia entre ellos parecía demasiado corta y, al mismo tiempo, imposible de cruzar. Cada mirada que él le lanzaba cargaba un mensaje silencioso: “Solo yo”.
—Luna —dijo Kael, su voz rasposa apenas por encima de un susurro, mientras la alcanzaba y se inclinaba ligeramente hacia ella—. No quiero que pienses que puedes estar cerca de alguien más. Ni siquiera un segundo.
Ella tragó saliva, consciente de lo cerca que estaba de él, de la manera en que su aliento se mezclaba con el suyo.
—Lo sé —susurró, temblando apenas—. No quiero… no quiero que nadie nos separe.
Sus palabras, sinceras y delicadas, parecían encender algo dentro de Kael que hasta entonces había contenido. Se inclinó apenas, rozando su frente con la de Luna, y sus ojos grises la estudiaban como si quisiera grabar cada detalle de su rostro.
—Mierda… —murmuró, más para sí mismo que para ella—. No puedo permitirlo.
El silencio se volvió espeso, casi tangible, hasta que un ruido proveniente del ala este de la mansión los hizo separarse, aunque por solo un instante. Kael cerró los ojos, tomando aire, como si luchara contra una tormenta que amenazaba con derribar todos sus límites.
—Amelia… —musitó con los dientes apretados, recordando la amenaza que la ex había dejado latente—. Y aún no se va.
Luna lo miró, comprendiendo la profundidad de su preocupación, pero también sintiéndose poderosa por ser la primera mujer que realmente lo enfrentaba y permanecía a su lado sin ceder. Su corazón palpitaba con fuerza, mezclando miedo, deseo y orgullo.
—Kael… —susurró con suavidad, tomando su mano, un contacto breve pero intenso—. No permitiré que nadie te toque… ni que nadie nos arruine.
Él la miró, y por un segundo, la máscara de control se quebró. Su respiración se volvió más pesada, y un brillo salvaje apareció en sus ojos.
—Luna… tú no sabes el peligro que traes —dijo, y su voz era más cruda, más real que nunca—. No es solo Amelia. Todo lo que siento por ti… es fuego que no puedo contener.
Ella se estremeció, sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba al roce de sus manos, al calor de su cercanía. La tensión era palpable, electrizante, y la mansión parecía contener el aliento con ellos.
Kael dio un paso más cerca, y esta vez, su mano se deslizó suavemente por la cintura de Luna, asegurándola contra su cuerpo sin aplastarla, solo para marcar territorio, para recordarle que él era suyo. Luna no se apartó. Sus ojos se encontraron, y en ese instante, todo el mundo exterior desapareció. Solo quedaban ellos, el calor, el deseo contenido, y la certeza de que lo que sentían era innegable.
—Kael… —susurró, su voz un hilo de tentación y miedo—. No sé si podré… resistir esto.
Él inclinó apenas el rostro, lo suficiente para que sus labios rocen la sien de Luna, un gesto que no era un beso, pero sí lo suficientemente íntimo para dejar un estremecimiento que recorrió su columna vertebral.
—No quiero que resistas —dijo, voz baja, peligrosa—. Quiero que sientas… y que recuerdes que nadie más puede tener esto. Solo yo.
Luna cerró los ojos, atrapada en la intensidad de ese instante. Su mente gritaba que debía alejarse, pero su cuerpo la traicionaba, acercándose aún más. Kael, por su parte, respiraba con dificultad, consciente de que cada segundo cerca de ella era un riesgo que jamás había sentido con nadie.
En medio de ese momento casi mágico, un sonido sutil la hizo abrir los ojos: el eco de pasos detrás de ellos. Kael se tensó inmediatamente, y Luna comprendió que no estaban solos. El peligro estaba siempre presente, y Amelia no sería la última amenaza.
—Vamos —dijo Kael, su voz cargada de autoridad—. Te llevaré a mi lugar secreto. Solo tú y yo. Nadie más.
Luna sintió un escalofrío recorrerle la espalda, mezcla de anticipación y deseo. No sabía qué esperaba al final de ese pasillo oscuro, solo que Kael la quería allí, y que todo lo que los rodeaba debía desvanecerse.
Caminando juntos por los corredores silenciosos, sus manos nunca se soltaron. Cada roce era un recordatorio de lo que podían sentir el uno por el otro, un fuego que crecía con cada paso. Finalmente, llegaron a una puerta oculta tras un gran tapiz. Kael la abrió, revelando un pequeño salón privado, iluminado con luces tenues y decorado con terciopelo y madera cálida. Su lugar secreto.
—Es nuestro —dijo Kael, dejando que Luna entrara primero—. Nadie más viene aquí. Nadie más.
Luna entró, y al voltear, Kael cerró la puerta tras ella, dejando el mundo exterior fuera. Por primera vez, ella estaba completamente sola con él, sin distracciones, sin amenazas visibles, solo la tensión que ambos compartían.
Kael se acercó, y esta vez, su contacto fue más firme: su mano rozó la mejilla de Luna, bajando lentamente hasta su cuello, acariciando con un toque que no era beso, pero sí intensamente íntimo. Luna sintió cómo cada célula de su cuerpo respondía, temblando ante el roce que no se atrevía a pedir, pero que su cuerpo ansiaba.
—Nunca nadie más, ¿entendido? —susurró Kael, su aliento caliente sobre su oído, rozando la piel de Luna—. Nadie. Solo yo.
—Sí… —murmuró ella, incapaz de mirar a otra parte que no fueran sus ojos grises, atrapada entre miedo, deseo y confianza—. Solo tú.
El silencio que siguió estaba cargado de fuego, de deseo contenido y de una conexión que solo ellos dos podían entender. Ninguno necesitaba palabras más fuertes; el contacto, las miradas, y el espacio cerrado entre ambos decía todo lo que había que decir.