Prisionera del Destino

Capítulo 12 – En la lejanía

La mansión Draven despertaba envuelta en un silencio casi solemne. Luna caminaba por los corredores con la sensación de que cada sombra podía observarla, pero esta vez no había rastro de Amelia. La idea de que alguien quisiera perturbar su tranquilidad desde fuera la inquietaba, y no podía evitar mirar la entrada, como esperando que apareciera cualquier momento.

Kael estaba en su despacho, la luz cálida de la lámpara de escritorio iluminando sus rasgos austeros y perfectos. La distancia no había disminuido la tensión entre ellos; al contrario, cada segundo lejos parecía avivar un fuego que nadie más podía tocar. Luna se acercó lentamente, consciente de cada paso, y lo encontró con un teléfono en la mano, sus dedos tensos sobre la pantalla.

—¿Es ella? —preguntó Luna, su voz apenas un susurro, pero cargada de alerta.

Kael no levantó la vista inmediatamente. Su mandíbula se tensó y sus ojos grises buscaron los de ella con intensidad.

—Sí —dijo, dejando escapar un suspiro que parecía contener siglos—. Amelia no se detiene, aunque ya le dejé claro que no tiene cabida aquí.

Luna sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La amenaza estaba presente, aunque no física. Y aún así, algo dentro de ella se tensaba, no de miedo, sino de… celos.

—¿Qué quiere ahora? —preguntó, tratando de mantener la calma.

Kael deslizó el teléfono sobre el escritorio y miró el mensaje: palabras cargadas de insinuación, llamadas perdidas, promesas veladas. Su expresión no cambió, pero la tensión en sus hombros la delataba.

—Quiere que me vea fuera de la mansión… que vuelva a sus juegos. Pero ya no hay lugar para eso. Ni para ella, ni para lo que alguna vez tuvo —dijo, con voz baja y peligrosa—. Luna, nadie más puede tocar esto que es nuestro.

Luna se acercó, y sin pensarlo, se apoyó en el borde del escritorio. Sus ojos buscaron los de Kael y lo encontraron inmutable, pero con un aura de dominación que la hacía estremecerse.

—Entonces, ¿qué hacemos? —susurró, deseando estar más cerca, deseando que el mundo se redujera a ellos dos—. ¿La ignoramos?

Kael la observó, y un leve gesto de sonrisa casi imperceptible se dibujó en sus labios.

—No. No la ignoramos. La controlamos a distancia. —Su voz bajó hasta un murmullo rasposo, y dio un paso hacia ella, lo suficiente para que su aliento la rozara—. Todo lo que hace, todo lo que diga… no importa. Porque tú estás aquí. Y nadie puede tocar lo que es mío.

Luna sintió cómo su corazón se aceleraba. El poder de Kael no era solo físico; era esa combinación de autoridad, deseo y protección que la hacía sentirse segura y a la vez vulnerable, como si cualquier contacto pudiera encenderlos a ambos.

—Lo sé… —susurró, dejando que sus manos descansaran sobre las de él—. Y no quiero que nadie nos lo arrebate.

Él inclinó apenas la cabeza, rozando con su frente la de ella. Un roce breve, íntimo, que no necesitaba palabras. Todo el control, la pasión y la tensión contenida se transmitieron en ese instante. Luna cerró los ojos, respirando el mismo aire que Kael, sintiendo que el mundo afuera desaparecía.

—Te prometo que nadie más lo hará —murmuró él—. Ni Amelia, ni nadie. Esto es nuestro. Solo nuestro.

Un golpe sutil en la puerta del despacho interrumpió la concentración, pero Kael lo ignoró. Su atención estaba fija en Luna, en cada pequeño gesto, en cada respiración que compartían. La intensidad entre ellos era palpable, y aunque la amenaza de Amelia existía, en ese momento, la mansión, la distancia y el pasado de Kael parecían irrelevantes.

—¿Qué pasará si insiste? —preguntó Luna, con una mezcla de miedo y excitación contenida.

—No podrá —respondió él con seguridad—. Todo está bajo control. Pero tú… —sus labios rozaron apenas el lóbulo de su oído, provocando un estremecimiento— tú eres lo que me mantiene en equilibrio, lo que hace que todo valga la pena.

Luna no pudo resistir un leve temblor, ni el deseo de dejarse envolver por la intensidad que Kael irradiaba. Y aunque Amelia intentara mover sus piezas fuera de la mansión, Kael estaba firme, dominante, y decidido a proteger lo que solo podía ser de ellos.

El despacho quedó en silencio, salvo por la respiración compartida de dos cuerpos que habían aprendido a comunicarse sin palabras, que habían entendido que la pasión, la protección y el deseo podían coexistir sin que nadie más interfiriera. La noche se cerró con esa certeza: el pasado de Kael, los celos de Luna y las amenazas de Amelia no podían tocar lo que ya estaba marcado como suyo.




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