Prisionera del Destino

Capítulo 14 – Van Dorne no piensa rendirse

El sol caía bajo sobre la ciudad, teñiendo las calles de naranja y cobre. El tráfico fluía indiferente a la intensidad que se gestaba en un automóvil negro que avanzaba con precisión quirúrgica. Adentro, Elías Van Dorne ajustaba los puños sobre el volante, sus ojos oscuros fijos en el horizonte, pero su mente no dejaba de girar alrededor de un solo nombre: Luna.

Desde la gala, no había dejado de pensar en ella. Su mirada, la forma en que se movía, cómo el vestido abrazaba cada línea de su cuerpo, la seguridad tímida con la que había soportado la atención de todos… y de él. Todo en ella había encendido un fuego que no estaba dispuesto a apagar.

—No puedo dejarla ir —murmuró para sí mismo, la voz apenas un hilo de amenaza y deseo—. Nadie… nadie se interpone entre lo que quiero.

Al estacionar frente a un supermercado, Van Dorne respiró hondo y ajustó su chaqueta. Su plan era simple: acercarse de manera casual, como si nada, observar, analizar, y luego… actuar. No por fuerza, sino por atracción. Por control. Por la certeza de que, si Luna le daba siquiera un instante de atención, él sabía cómo hacer que se quedara.

Al entrar, la vio casi al instante. Luna estaba en la sección de frutas, seleccionando manzanas con cuidado, como si el mundo entero no existiera más que los pequeños detalles. El corazón de Van Dorne se aceleró; había algo en la manera en que inclinaba la cabeza, concentrada, que le provocaba querer cruzar todo el pasillo y que ella lo notara.

—Luna —dijo suavemente, acercándose sin romper el ritmo cotidiano—. Qué coincidencia verte aquí.

Ella se sobresaltó, girando lentamente. Sus ojos se abrieron en sorpresa y un leve rubor apareció en sus mejillas.

—Señor… Van Dorne —balbuceó, tratando de sonar casual, aunque su corazón latía con fuerza.

—No me llames señor —replicó él, sonriendo apenas, un brillo peligroso en los ojos—. Solo Elías.

Luna tragó saliva. Había algo en la forma en que él la miraba, con intensidad y calma al mismo tiempo, que le provocaba un escalofrío.

—Estaba… comprando frutas —dijo, intentando sonar indiferente, aunque sus manos temblaban ligeramente.

—Lo sé —respondió él, acercándose un paso más, reduciendo el espacio entre ambos—. Y aún así logras que todo lo demás desaparezca.

Un silencio cargado se instaló. Luna sabía que si este hombre se proponía algo, lo conseguiría. Pero no estaba sola en su mundo; Kael Draven la esperaba en la mansión. Y ese pensamiento la sostuvo, la mantuvo firme, aunque cada fibra de su cuerpo reaccionaba a la presencia de Van Dorne.

—Mira —dijo él, señalando una cesta de manzanas—. Te diré algo directo: no soy hombre de juegos. Y tú, Luna, no eres un juego. Pero quiero… quiero que sepas que no pienso dejar esto al azar.

Ella lo miró con una mezcla de fascinación y temor. Sus palabras eran un aviso velado: él no cedería, no retrocedería, y cada acción futura estaba calculada para obtener lo que deseaba.

—Lo… entiendo —susurró, con cuidado, manteniendo distancia—. Pero hay cosas… que no puedes forzar.

—¿No puedo? —replicó Van Dorne, acercándose un poco más, tan cerca que podían sentir la respiración del otro—. Déjame ser claro, Luna. No pienso esperar. No pienso negociar con nadie que se interponga entre nosotros. Y si crees que esto es una simple coincidencia… estás equivocada.

Elías notó cómo Luna enderezaba la espalda, intentando mantener control, intentando no mostrar lo que su presencia despertaba en ella. Esa lucha, esa mezcla de miedo y atracción, solo avivaba su deseo de acercarse más.

—Entonces… —dijo, con voz baja y peligrosa—. Nos veremos de nuevo. Y cuando eso ocurra, no habrá escapatoria.

Con un último vistazo que parecía marcar territorio sin tocarla, Van Dorne se giró, dejando tras de sí un perfume caro y un aire de amenaza elegante. Luna sintió cómo su corazón latía desbocado. Sabía que Kael la protegería, pero también sabía algo más: con Van Dorne no habría reglas claras, y él no pensaba rendirse.

Mientras ella volvía a sus compras, con las manos ligeramente temblorosas, un pensamiento se instaló en su mente: esto apenas comenzaba… y la tormenta que Elías traía consigo estaba a punto de chocar con todo lo que conocía y amaba.

El aire afuera parecía más denso, la ciudad más ruidosa, pero en su corazón, un fuego distinto comenzaba a arder: un fuego que no podía ignorar, ni controlar, ni desear apagar.




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