La lluvia golpeaba los ventanales de la mansión Draven con fuerza, acompañada de truenos que retumbaban en las paredes y hacían vibrar el aire cargado de electricidad. Luna caminaba por el corredor principal, consciente del olor a tierra mojada que entraba por las ventanas abiertas, y de la sensación de que algo estaba por estallar.
No era solo la tormenta. Su intuición le decía que la noche traería más caos del que podía manejar. Y estaba en lo cierto.
—Luna —una voz grave la detuvo—. Justo aquí.
Era Elías Van Dorne. Su presencia llenaba el espacio con un magnetismo inquietante; el mismo hombre que la había encontrado en el supermercado y que no podía quitarle los ojos de encima. Su mirada intensa la hizo retroceder un paso, mientras el viento movía su cabello y los truenos resaltaban cada rasgo de su rostro.
—Buenas noches, señorita —dijo, con una sonrisa que parecía tanto un desafío como una invitación—. Qué coincidencia encontrarte de nuevo.
Antes de que Luna pudiera responder, un sonido firme detrás de ella la hizo girar. Kael estaba allí, impecable como siempre, con los hombros tensos y los ojos grises encendidos de alerta y celos.
—¿Qué haces aquí, Van Dorne? —su voz era un látigo cortando la tensión—. Esta es mi casa, y no permitiré que nadie la haga sentir… incómoda.
Elías sonrió, como disfrutando del reto.
—Veo que tu fama no es exagerada, Draven. Pero no me iré hasta conocer a la mujer que hace que un hombre tan… contenido, pierda la compostura.
Luna sintió un escalofrío. Algo en la voz de Kael cambió. No era solo protección; era advertencia. Sus manos se cerraron en puños, conteniendo un impulso que empezaba a rugir dentro de él, tan intenso como la tormenta afuera.
—Basta —dijo Kael, acercándose con pasos firmes—. No la tocarás. No la mirarás así. Nadie más que yo…
Un relámpago iluminó la habitación y la atmósfera pareció cargarse de energía sobrenatural. Elías dio un paso adelante, y Kael sintió cómo algo antiguo y salvaje despertaba dentro de él. Un rugido profundo vibró en su pecho, y antes de que cualquiera pudiera reaccionar, la transformación comenzó.
Sus músculos se tensaron, su respiración cambió, y en segundos, Kael ya no era humano: sus ojos brillaban con un gris metálico feroz, su cuerpo se cubría de pelaje y su mandíbula afilada dejó escapar un gruñido que hizo retroceder a Van Dorne.
—¿Así que este es el verdadero juego, Draven? —dijo Elías, dejando que su propia transformación lo cubriera. Sus ojos dorados brillaban con intensidad y su forma lupina era imponente, cada movimiento un desafío directo.
Luna dio un paso atrás, atrapada entre ambos, pero su corazón latía con una mezcla de miedo y excitación. Sabía que Kael no le haría daño, pero la visión de ambos lobos frente a ella, rugiendo, oliéndose, midiendo fuerzas, la mantenía en vilo.
—¡Deténganse! —gritó, tratando de imponer razón—. ¡No tienen que pelear así!
Kael giró su cabeza hacia ella, sus ojos todavía humanos por un instante, llenos de deseo y fuego contenido.
—Luna… nadie toca lo que es mío. Nadie.
Elías lanzó un gruñido, desafiando, y avanzó un paso más. La tensión entre los dos hombres-lobo era tangible, como si la tormenta misma se hubiera filtrado en la habitación, electrizando cada molécula de aire.
Luna cerró los ojos un segundo, respirando hondo, intentando mantener la calma. Pero Kael bajó la cabeza, acercando su hocico al cabello de ella, rozándola apenas, un recordatorio de que la protegía, de que nadie más podía tenerla.
—¡Kael! —susurró, temblando, atrapada entre miedo y deseo—. Haz que termine… por favor.
Un rugido final rompió el aire. Elías retrocedió, midiendo la determinación del alfa que tenía frente a él. Sabía que, por ahora, la victoria no sería suya, pero también comprendió que la guerra por Luna apenas comenzaba.
Kael volvió a forma humana, respirando con fuerza, el pelaje aún húmedo por la lluvia que se filtraba. Su mirada se encontró con la de Luna, y cada fibra de su ser gritaba posesión, deseo y protección.
—Nunca más permitiré que alguien se interponga entre nosotros —murmuró, pasando un brazo firme alrededor de su cintura para acercarla a su pecho—. Lo entiendes, ¿verdad?
Luna asintió, apoyando la cabeza en su hombro, sintiendo la fuerza y el calor de Kael. La tormenta seguía afuera, pero dentro de la mansión, había un fuego aún más intenso. Una promesa no dicha, un límite que nadie debía cruzar, y un deseo que ni la lluvia ni los truenos podrían apagar.
El relámpago iluminó la habitación por última vez, dejando a los tres con la certeza de que esta batalla era solo el comienzo… y que Van Dorne no pensaba rendirse.