Prisionera del Destino

Capítulo 17 – El regreso de Amelia ?

El silencio tras la tormenta era engañoso. La mansión Draven aún respiraba la humedad de la noche, el aroma de tierra mojada y el eco de los truenos que se habían alejado, dejando tras ellos un aire denso, expectante. Luna se encontraba junto al ventanal, observando cómo las gotas de lluvia se deslizaban por el cristal. La marca en su cuello ardía con un calor leve, como si el vínculo con Kael respondiera al aire cargado de energía.

Él estaba detrás de ella, sin decir palabra, solo observándola. La forma en que el cabello de Luna caía sobre su espalda, el leve temblor de su respiración, el brillo plateado de su piel bajo la luz que se filtraba desde la luna. Su luna.

Pero el instante se quebró.

Un eco seco resonó desde el vestíbulo: tacones firmes, decididos, que no temían irrumpir donde no eran bienvenidos.

Kael no necesitó mirar. Su olor la delataba.

Amelia.

Apareció en la puerta del salón principal, impecable, envuelta en un vestido negro que abrazaba su figura como una provocación. Su sonrisa era afilada, calculadora.

El sonido de su voz fue un veneno que Kael ya no quería probar.

—Vaya… qué espectáculo —murmuró Amelia, dejando que su mirada se deslizara por el cuello de Luna—. Así que era verdad. Te has dejado marcar por ella.

Luna se giró lentamente, sin apartar la vista de la intrusa. No necesitó esconderse detrás de Kael; había algo distinto en su postura, una fuerza que solo el vínculo con él le había dado.

Amelia avanzó unos pasos, con una sonrisa que pretendía herir.

—No te engañes, Kael —dijo, con voz dulce pero cargada de veneno—. Sabes que tu luna siempre seré yo, aunque otra te haya marcado con sus garras zarrapastrosas. Nadie te va a calentar como yo.

Kael se movió tan rápido que el aire pareció temblar. En un segundo estuvo frente a ella, imponente, los ojos grises encendidos con una furia contenida.

—Amelia —su voz fue un rugido bajo—. No vuelvas a decir eso. No te atrevas a nombrarla con desprecio.

Ella sonrió, complacida de verlo arder, creyendo que aún podía tocar algo dentro de él.

Pero esta vez no.

Luna dio un paso al frente, y el leve sonido de su voz, tan serena como firme, cortó el aire entre ellos.

—Él no necesita tu veneno —dijo—. Porque su fuego ahora es mío. Y si lo dudas, míralo bien, Amelia. Ya no te mira como antes.

Amelia la observó, con una mezcla de incredulidad y celos.

Kael se giró apenas hacia Luna, y el gesto fue suficiente. Puso su mano sobre la cintura de ella, atrayéndola a su costado, como si su cuerpo hablara por él.

—Ella es mi luna —dijo, grave, casi en un susurro—. La única.

La sonrisa de Amelia se quebró, aunque intentó mantener la compostura.

—Esto no termina aquí —dijo, la voz crispada por la rabia contenida—. No todo está dicho, Kael.

—Para ti sí —respondió él, seco, mirando directo a sus ojos—. Lárgate de mi casa. Y no vuelvas.

El silencio cayó como un golpe. Amelia permaneció inmóvil unos segundos, intentando encontrar una última palabra que pudiera herirlos, pero no la halló.

Giró lentamente sobre sus tacones, y al marcharse, el eco de sus pasos pareció arrastrar consigo el último resquicio del pasado.

Kael cerró la puerta con fuerza. El ruido resonó en toda la mansión, sellando más que una salida: sellaba un ciclo.

Luna permaneció quieta, sintiendo cómo el aire volvía a llenarse de ellos dos.

Kael se giró hacia ella, sus ojos grises aún ardiendo, pero no de ira: de deseo, de alivio, de necesidad.

—¿Estás bien? —preguntó él, con voz grave.

Luna asintió, aunque su respiración estaba agitada.

—Sí… solo… —no terminó la frase.

Kael dio un paso, y otro, hasta acorralarla suavemente contra la pared. Su cuerpo la envolvió sin tocarla del todo. Su respiración se mezcló con la de ella, lenta, profunda.

—No vuelvas a dudar de quién eres para mí —susurró, su voz un roce—. No hay poder, pasado ni luna anterior que pueda cambiar eso.

Luna levantó la vista, los ojos brillando por la intensidad de lo que sentía.

—Y no creas que me quedaré callada cuando intenten separarnos —dijo, con valentía—. Yo también puedo marcar, Kael.

Él sonrió, esa sonrisa peligrosa y suave a la vez que solo ella conocía.

—Ya lo hiciste, Luna —murmuró, rozando su cuello con los labios, justo donde la marca brillaba con un leve resplandor plateado—. Me marcaste más de lo que imaginas.

Luna cerró los ojos, sintiendo el pulso del vínculo vibrar entre ellos. Kael bajó la cabeza y apoyó su frente en la de ella, respirando su olor, el aire cálido, el silencio.

No hubo palabras después.

Solo el sonido de la lluvia en los ventanales, el latido compartido y la certeza de que esa noche, más que nunca, se pertenecían.

Y mientras la luna llena bañaba la mansión con su luz pálida, Kael y Luna se prometían sin hablar que ningún fantasma del pasado volvería a interponerse.

No mientras el fuego de su vínculo siguiera ardiendo en sus pieles.




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