Prisionera del Destino

Capítulo 20 – Poder

El día siguiente amaneció distinto.

No hubo rumores, ni risas, ni cuchicheos… solo silencio.

Uno tan espeso que parecía un nuevo tipo de respeto. O de miedo.

Desde el momento en que Kael habló en el gran salón, la dinámica de la mansión cambió.

Donde antes se oían risas entre las sirvientas, ahora solo se escuchaban pasos cuidadosos y voces medidas. Nadie se atrevía a pronunciar su nombre sin agregarle el título que Kael había impuesto: “Señora Luna Draven.”

Pero Luna no se sentía completamente cómoda con ello.

Esa nueva posición pesaba más de lo que imaginó.

Los pasillos que antes limpiaba con humildad ahora se abrían ante ella como si fueran territorio ajeno, y las miradas que la seguían no eran ya de burla… sino de una mezcla inquietante entre reverencia y resentimiento.

A media mañana, mientras revisaba unos documentos que Kael le había pedido leer —papeles sobre las tierras que ahora le pertenecían—, Marin entró en su habitación con un rostro preocupado.

—Señora Luna… hay algo que debería saber.

—¿Qué sucede? —preguntó Luna, levantando la vista.

—Algunos hombres del consejo del señor Draven están aquí. Dicen que exigen hablar con él… y con usted.

Luna sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. No era común que los del consejo se presentaran sin aviso.

Sabía perfectamente lo que eso significaba: no todos aceptaban su unión.

El gran salón se llenó otra vez, pero el aire esta vez era diferente.

Kael estaba sentado en su sillón principal, y a su lado, Luna.

Frente a ellos, tres hombres de porte imponente, los líderes del consejo del clan Draven.

—Kael —dijo el mayor, un hombre de cabello gris y mirada dura—, venimos por respeto, no por desafío. Pero no podemos ignorar lo que está ocurriendo.

Tu elección… ha causado conmoción.

Kael mantuvo la mirada fija.

—¿Mi elección? —repitió con voz baja, casi un gruñido—. ¿Te refieres a mi Luna?

—Me refiero a que has roto una tradición de siglos —intervino otro consejero—. Un Alfa no puede unirse con una humana, y mucho menos darle el título de Señora de la Manada.

El silencio que siguió fue cortante.

Luna respiró hondo.

—Ya no soy humana —dijo con serenidad, mirando al consejo de frente—. Y mi vínculo con Kael no fue impuesto. Fue elegido.

Mi sangre ya no es solo mía. Es parte de su fuerza… y de esta casa.

Los tres hombres se miraron entre sí, incómodos por la firmeza de su voz.

Kael la observaba con orgullo contenido, pero también con la rabia apenas controlada que hervía en su interior.

—Ninguno de ustedes tiene derecho a cuestionar mi unión —dijo finalmente—. La manada sigue bajo mi liderazgo, y quien desafíe a mi Luna… me desafía a mí.

El consejero mayor bajó la mirada, pero su voz se mantuvo tensa.

—Solo te advertimos, Kael. No todos verán esto con buenos ojos. Algunos ya se están moviendo. No solo entre los tuyos… sino también fuera del territorio.

Esa noche, cuando todos se retiraron, Kael permaneció de pie junto al ventanal, mirando el bosque oscuro.

Luna se acercó despacio.

—¿Qué te preocupa? —susurró ella.

—Van Dorne —respondió él con voz grave—. Sé que está cerca. Y sé que no se quedará quieto ahora que sabe lo que somos.

Luna se estremeció.

Desde aquel encuentro lejano en la gala, la presencia de Van Dorne era una sombra latente, una amenaza que parecía observarlos desde la distancia.

—Déjalo intentarlo —dijo Luna con una calma extraña, casi desafiante—. Ya no soy la misma que conoció.

Kael la miró, y por un instante, su expresión se suavizó.

La tomó por la cintura y la atrajo hacia sí.

—Eso es lo que más temo —murmuró—. Que empiece a ser como yo… que empiece a cargar con lo que yo cargo.

Ella apoyó su frente en la de él.

—Si es contigo, no temo nada.

En lo más profundo del bosque, la lluvia comenzó a caer con fuerza.

Bajo el refugio de los árboles, Van Dorne observaba las luces encendidas de la mansión.

A su lado, una figura encapuchada habló por primera vez.

—¿Sigues seguro de que vale la pena enfrentarlo?

Van Dorne sonrió, mostrando un destello de colmillos.

—Ahora más que nunca. No solo por él… sino por ella.

No hay marca que no pueda borrarse con sangre.

El trueno iluminó su rostro, y sus ojos dorados brillaron como fuego en la oscuridad.

La tormenta apenas estaba comenzando.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.