Prisionera del Destino

Capítulo 23 – Lo Que Despierta en la Oscuridad

La noche cayó sobre la mansión Draven como un manto pesado, lleno de electricidad y algo más… algo que vibraba desde las paredes, desde el suelo, desde la piel de Luna.

El entrenamiento con Kael aún ardía en su cuerpo.

No por el cansancio.

Ni por el dolor.

Sino por lo que había sentido cuando su fuerza despertó… y por cómo Kael la había mirado cuando ocurrió.

Esa mirada no había sido la de un Alfa controlado.

Había sido la de un depredador que reconocía a otro.

Luna caminó por el pasillo en silencio. El aire olía distinto, más vivo, como si su presencia alterara cada partícula a su alrededor. Todo parecía responderle: la madera crujía bajo sus pasos, las velas temblaban cuando pasaba, y por momentos creyó escuchar un murmullo… como si la mansión respirara.

Al llegar a su habitación, se miró en el espejo.

Sus ojos no eran los mismos.

Había un destello plateado, profundo, que se activaba con su respiración.

Una energía nueva, indomable, latía bajo su piel.

Y aunque debería asustarla, no lo hacía.

Se sintió poderosa.

Demasiado.

Cerró los ojos e inhaló… pero lo que sintió no fue paz.

Fue él.

Kael.

Su aroma la envolvió sin compasión, oscuro, denso, caliente.

Su instinto respondió al instante, como si lo buscara incluso antes de pensarlo.

Y entonces ocurrió: un golpe seco en la puerta.

Luna abrió—pero no alcanzó a decir nada.

Kael entró sin pedir permiso.

Su presencia llenó el cuarto, su sombra se impuso sobre las paredes.

Y su mirada…

Su mirada parecía hecha de hambre.

No del tipo que se calma con comida.

Sino una que podría devorarla, cuerpo y alma.

—Estás cambiando —dijo él sin rodeos, cerrando la puerta detrás de sí—. Lo siento desde el otro lado de la mansión.

Luna no retrocedió.

—¿Te molesta?

Kael soltó una risa baja, casi peligrosa.

—Me desarma. Me desafía. Me… —su voz descendió a un tono que erizó la piel de Luna— me tienta.

La palabra cayó pesada entre ellos.

Kael se acercó, lento, estudiándola con una mezcla de dominancia y fascinación.

Su mano subió hasta la mandíbula de ella, obligándola a mirarlo.

—Durante el entrenamiento —murmuró—, cuando liberaste ese poder… mi loba quiso arrodillarse.

Un Alfa no siente eso. Nunca.

Luna tragó saliva.

Su pulso golpeaba en su cuello, justo donde Kael tenía la marca de su unión.

—Yo tampoco sé qué está pasando —susurró—. No debería sentirme así.

Kael acercó su frente a la de ella.

No la tocó, apenas rozó el aire entre ambos…

pero Luna sintió el impacto igual que un golpe.

—Te sientes así por mí —dijo él, y no era una pregunta.

Ella entrecerró los ojos, respirando hondo. No quería admitirlo.

Pero su cuerpo lo hacía por ella: las piernas le temblaban, su pecho subía y bajaba acelerado, y su piel ardía.

—Kael…

Él la tomó del mentón, firme, sin permitirle apartar la mirada.

—No me mientas. Te conozco desde antes de que supieras mi nombre.

El silencio se volvió casi insoportable.

Luna quiso hablar, pero la energía dentro de ella se agolpó otra vez.

Un destello plateado cruzó sus ojos.

Kael abrió los suyos, sorprendido.

—Otra vez —murmuró—. Está despertando.

La sensación fue tan intensa que Luna tuvo que apoyarse en el borde de la cama. Kael llegó antes de que cayera; sus manos sujetaron su cintura, acercándola a su cuerpo como si fuera lo único capaz de contenerla.

—No pelees contra eso —susurró en su oído—. Déjalo salir.

La respiración de Luna se volvió profunda.

La marca en su cuello empezó a arder… y Kael la sintió.

—Kael… me estás quemando.

—No soy yo —respondió él sin soltarla—. Es tu poder buscándome.

Luna apretó los dientes.

Esa fuerza dentro de ella era salvaje, feroz, caliente como lava, y parecía resonar solo con él.

—Dime qué soy —exigió Luna con voz quebrada—. No puedo seguir sin saberlo.

Kael hundió sus dedos en su cintura, no para hacerle daño, sino para anclarla a la tierra.

—No lo sé —admitió, y la sinceridad lo volvió aún más peligroso—. Pero sí sé una cosa: lo que está despertando en ti… no pertenece a ningún linaje conocido.

Luna levantó la cabeza para mirarlo.

—Entonces… ¿qué soy?

Kael la observó con una mezcla de deseo, miedo y adoración oscura.

—Eres la Luna del Alfa —dijo él—, pero también algo más.

Algo que no debería existir… y que al mismo tiempo, estaba destinado a mí.

La energía dentro de Luna explotó en un pulso que hizo vibrar las paredes.

Las velas se apagaron.

El aire se volvió denso.

Kael la sostuvo más fuerte, apoyando su frente contra la de ella.

—Luna —susurró, con la voz más grave que ella le había escuchado jamás—, si no te controlo ahora… voy a perder el control yo.

Ella, temblando, apoyó sus manos en su pecho.

—Entonces no me controles.

Kael cerró los ojos, como si pelear contra sí mismo fuera un castigo eterno.

—No sabes lo que pides.

—Sí lo sé —dijo ella, y sus ojos brillaron plateado en la oscuridad—. Porque yo también lo quiero.

Kael la besó.

Pero no como antes.

No como un Alfa reclamando a su Luna.

Fue más oscuro.

Más profundo.

Más desesperado.

Como si temiera que, si la soltaba, el mundo entero se derrumbaría.

Y mientras sus cuerpos se acercaban, la energía de Luna se envolvió alrededor de ambos como una tormenta silenciosa.

Un nuevo poder había despertado.

Y la mansión Draven lo sintió.




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