Prisionera del Destino

Capítulo 24 – Lo Que Kael Teme de Ella

El beso que los había consumido no terminó cuando sus labios se separaron.

Siguió latiendo entre ellos, ardiendo como si la habitación entera respirara con su misma necesidad.

Kael se apartó apenas, lo suficiente para tomar aire, pero no para recuperar el control.

La sombra de su deseo seguía prendida a él, y Luna lo sintió… como si la fuerza dentro de ella respondiera al instinto de su Alfa.

Sus manos aún lo sujetaban del pecho cuando la energía volvió a pulsar.

Esta vez no fue un destello.

Fue una oleada.

Las cortinas se movieron aunque no había viento.

Las velas —apagadas— prendieron de nuevo.

El suelo vibró bajo sus pies.

Kael la sujetó por la cintura, como si temiera que se desvaneciera en esa luz plateada que la envolvía.

—Controla tu respiración —ordenó con voz baja, ronca, no por deseo… sino por esfuerzo.

—Lo intento —susurró Luna, sintiendo cómo algo dentro de ella rugía por salir—. Pero… no sé cómo detenerlo.

Kael la alzó de la barbilla, llevándola a mirarlo fijamente.

—No quiero que lo detengas —corrigió—. Quiero que entiendas de dónde viene.

Luna tragó saliva.

—¿Tú… tú estás asustado?

Kael no mintió.

—Sí.

La respuesta la golpeó más fuerte que cualquier rugido.

Kael Draven… el Alfa indomable, el que todos temían, el que nunca había mostrado debilidad…

le estaba confesando que ella lo hacía temblar.

Pero no se apartó.

No huyó.

No dudó.

Avanzó.

—Lo que siento por ti —murmuró Kael acercándose a su oído— nunca fue humano.

Pero esto que llevas dentro, Luna… no responde siquiera a lo que somos los licántropos.

La respiración de Luna se aceleró de nuevo.

Su piel ardía.

Su marca latía.

El aire se llenó de electricidad.

—Entonces dime qué soy —exigió, con una desesperación suave pero peligrosa.

Kael apoyó la frente en su clavícula, respirando su aroma como si necesitara recordarlo para mantenerse en pie.

—Eres mi Luna —susurró—. Y un poder que no debería existir.

La combinación perfecta… y la más peligrosa.

Los dedos de Luna se aferraron a la tela de su camisa.

Una descarga atravesó la habitación.

Kael la sintió completa, como si un rayo le recorriera la espalda.

—Kael… —jadeó ella— algo está cambiando dentro de mí.

Él la sostuvo fuerte, casi feroz.

—Lo sé. Puedo sentirlo desde tu marca.

Pero escúchame, Luna… —la miró directo a los ojos, su voz profunda, su instinto completamente expuesto—.

Si pierdes el control, no puedo prometerte que yo me contenga.

Luna tragó.

Esa era la verdad más peligrosa de todas.

—¿Por qué?

Kael apoyó su mano sobre la marca de ella.

Luna casi cayó de rodillas cuando su poder respondió al toque.

—Porque no nací para dominar esto —confesó él—. Nací para obedecerlo.

Las palabras la sacudieron.

Kael Draven, el Alfa que nunca obedeció a nadie…

estaba diciendo que su poder lo sometía.

Era demasiado.

El aire se volvió espeso.

La habitación entera parecía encogerse alrededor de ellos.

Kael se acercó más, pegando su cuerpo al de ella.

—Eres mi fuerza —susurró—.

Pero también podrías ser mi destrucción.

Luna sintió un nudo en la garganta, pero no retrocedió.

—No voy a destruirte.

—No intencionalmente —dijo él—. Pero el poder nunca necesita intención.

Se quedaron en silencio unos segundos, respirando el mismo aire, el mismo miedo… y el mismo deseo.

Hasta que la mansión volvió a temblar.

Un aullido lejano atravesó el bosque.

Kael levantó la cabeza, tenso.

—¿Qué fue eso? —susurró Luna.

El Alfa apretó la mandíbula.

—No fue un lobo de mi manada.

Luna sintió un escalofrío descender por su espalda.

—¿Van Dorne?

Kael no respondió de inmediato.

Se acercó a la ventana, observando el borde oscuro del bosque. Sus ojos se tornaron de un ámbar profundo, peligrosamente brillante.

—Se está acercando —murmuró—. Sabe que despertaste.

Y quiere lo que eres.

El pulso de Luna se aceleró.

Su marca ardió.

La energía volvió a rodearla, pero ahora respondía al miedo… y al Alfa que tenía frente a ella.

Kael regresó hacia ella con paso firme y dominante.

—Escúchame bien, Luna —dijo, tomándole el rostro con ambas manos—.

Si él entra en esta mansión, no viene solo por ti.

Viene porque quiere el poder que hay en tu sangre.

Luna sintió la presión en su pecho aumentar.

—¿Qué poder…?

Kael la miró como si la adorara y la temiera al mismo tiempo.

—El poder que podría cambiar todas las reglas de nuestro mundo.

Un trueno estalló afuera.

La energía de Luna se desató de nuevo en una onda que apagó las luces del corredor.

Kael la sujetó a tiempo antes de que se desplomara.

—No te rindas —ordenó—. No ahora.

Tu despertar puede salvarnos… o condenarnos.

Luna apoyó su frente en su pecho, temblando.

—Kael… no sé si estoy lista para esto.

Él la abrazó con una fuerza posesiva, casi salvaje, protegiéndola como si el mundo entero estuviera a punto de caer.

—Entonces yo te haré lista —prometió—.

Con sangre, con entrenamiento…

y con lo que sea necesario.

Luna cerró los ojos, respirando su aroma.

El poder dentro de ella respondió como un latido.

Kael apretó la mandíbula.

Van Dorne estaba cerca.

Demasiado cerca.

Y Luna ya no era la misma.




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