Prisionero real.

Capítulo 6

POV. Caelan.

Regresé a casa bañado en barro seco y sangre vieja, envuelto en la victoria más amarga de mi vida: la huida. Dejando atrás lo único valioso del reino... como un cobarde.

El viento helado me azotó el rostro mientras cruzaba las puertas de hierro de Tharandûr, mi hogar. El portón del castillo se abrió entre crujidos helados. El pueblo me recibió como si hubiera regresado de una cruzada gloriosa.

—¡El príncipe ha vuelto! —gritaban.

—¡Victoria al norte!

Qué ironía.

Si supieran que escapé de una prisión con barro en los dientes y amor en las manos.

Los generales me rodearon. Quisieron llevarme al gran salón. Les pedí que esperaran.

Antes de discursos, antes de estrategias, antes de mirar a mi padre a los ojos...

Necesitaba bañarme.

Comida caliente y un lecho blando. Todo se sentía insultante. Mi cuerpo ardía por dentro. Las manos me temblaban, no por el dolor, sino por la urgencia de actuar.

Me dolía todo.

Pero más que el cuerpo... el silencio.

El no escuchar su voz.

—Eternin... —susurré, y me sumergí.

Horas después, ya vestido con pieles oscuras y una capa que arrastraba mi sombra como si también estuviera herida, con la espalda recta y el anillo de Selene atado al cuello, entré al gran salón.

Mi padre estaba allí, reclinado en su silla, con una pierna sobre el reposabrazos y una copa de licor negro entre los dedos.

—Mira quién decidió no morir después de todo —dijo desde su trono, sonriendo con burla—. Supongo que no pudiste resistirte a la hospitalidad sureña.

—Bastante rústica —respondí en voz baja—. Pero con ciertos... encantos.

El salón rugió con la risa de los cortesanos. Mi padre no. Me estudió. Como un cazador mira a un lobo herido.

—¿Has traído el cadáver del rey enemigo? —preguntó sin mirarme.

—No.

—¿Su cabeza?

—Tampoco.

—¿Entonces qué demonios me traes, Caelan?

Me detuve en medio del salón. El eco fue mi única respuesta al principio.

—Una propuesta. Y una deuda que debo pagar.

El ambiente cambió. Hasta el fuego de la chimenea pareció volverse más atento.

Di dos pasos al frente. Clavé los ojos en los suyos.

—¿Qué deuda, Caelan?

Él giró el rostro hacia mí. Ese rostro tallado por la guerra. Tan parecido al mío, pero con menos cicatrices en la piel y más en el alma.

—Una promesa. A la hija del enemigo.

Hubo un murmullo. Un par de bocas se abrieron. Un caballero casi dejó caer su copa.

—¿La princesa? —preguntó el rey, alzando una ceja con peligro.

—Selene.

—¿Te encariñaste con tu carcelera?

—Ella no me encadenó. Me liberó.

Se quedó en silencio. Me observó como quien intenta entender si estás loco o si es él quien ha envejecido demasiado para seguir el juego.

—¿Y cuál sería la brillante propuesta? —preguntó.

—Ofrezco una alianza. Con el sur.

La carcajada que soltó hizo temblar el techo. Hasta los guardias intercambiaron miradas.

—¿Una qué?

—Alianza. Un tratado. Un juramento de paz.

Mi padre se levantó. Su sombra cayó como una sentencia sobre mí.

—¿Con el rey que te tuvo colgado como perro? ¿Con el bastardo que mandó sus bestias a devorar nuestras aldeas? ¿Te golpearon tan fuerte allá abajo, hijo?

Me detuve. Todo lo que decía tenía razón.

Mi padre entrecerró los ojos.

—Eres mi único hijo. El heredero de este trono. ¿Y te arrodillas por una mujer que duerme bajo el techo de nuestros enemigos?

—No me arrodillo. Estoy de pie.

—¿Pero por qué?

—Porque hice una promesa.

El rey del norte me miró. Y luego, lentamente... el sonido inconfundible de su risa. Seca. Sorprendida.

—¡Por los mil infiernos! ¡Mi hijo! El heredero del hielo... se enamoró de una flor del sur.

El rey se puso de pie. Aún riendo. Aún escupiendo sorna. Mi padre bebió de su copa, miró el fuego y finalmente suspiró.

—Bien. Enviaré un cuervo. Les propondremos la alianza.

—¿Lo dices en serio?

—Tanto como cuando dije que eras un niño testarudo y malcriado. Pero si vas a enamorarte de una sureña, más vale que la traigas aquí con tu estandarte, y no como un recuerdo febril.

Me quedé inmóvil.

—Armaré un escuadrón para acompañarte —añadió, girando hacia un consejero—. Y lleva a los heraldos. Que el mundo vea que Tharandûr no suplica. Reclama lo que te pertenece.

Y mientras preparaban caballos, provisiones y estandartes, subí a mi torre. Saqué el anillo del cordel. Lo apreté con fuerza.

—Khav'el, Selene —murmuré.

Arderé por ti.

Iré por ti.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.