Prodigios|| saga The Last

CAPITULO IV

─Cambiar las muestras de sangre, calmarme y no llorar. Es fácil ¡puedes con eso! ─le decía a mi reflejo, tratando de hacerme creer, que podía con el reto que tenía que cumplir aquella mañana.

Favela había hecho algo maravilloso conmigo. Logró hacer que mi cabello se viera un poco más ordenado, me maquilló y vistió con el uniforme de Kenneth y me hizo ver un poco más decente.

Cuando bajé para el desayuno, me sorprendió ver a mi nueva familia sentada a la mesa, esperando por mí.

─¡Buenos días, Merina! ─saludó Hyun.

─Buenos días ─dije con voz cansada, mientras me sentaba a la mesa frente a Patrick, quien, ya se encontraba devorando un gran plato de cereal.

─¿Estás lista para tu gran día? ─preguntó Helen.

─Supongo que sí ─contesté dándole una mordida a una manzana. "¡demonios! ¿Por qué no puedo ser un poco mas cortés?" pensé dentro de mí─, ¿Está lejos el colegio? ─pregunté tratando de entablar una conversación decente. Hyun sonrió.

─No te preocupes, tus hermanos se encargarán de llevarte, sana y salva ─me dijo, mientras se me acercaba y me daba un beso en la cabeza. Yo sonreí, no supe por qué, pero lo hice.

Después de un rato salimos de la casa y subimos al coche.

─Al colegio, por favor ─dijo Patrick.

─Y rápido ─completó Daniel.

En pocos minutos nos encontrabamos en la entrada de un gran recinto. Era enorme y completamente blanco, con unos grandes y majestuosos vitrales. Los jardines eran verdes y frescos. Era obvio que eran artificiales, hacía años que no había una planta tan verde en toda la provincia.

El uniforme que nos obligaban a llevar era sencillo, pero muy elegante. Constaba de una falda de pastelones, de color azul y verde y una blusa blanca con holanes en el cuello. Yo tenía que llevar, además un discreto chaleco negro,  como distintivo, ya que ese era mi primer día en el colegio.

Entramos. Nadie parecía prestarnos atención. Todos estaban más interesados en parecer unos niñitos presumidos y arrogantes. Torcí la boca disgustada, Thara iba a mi lado, me ve y sonríe como si mi expresión le hubiese causado mucha gracia.

─¿Son cómo imaginaste? ─me pregunta.

─No, son mucho peor ─le digo riendo.

Llegamos a la oficina de muestreo. Ahí, un par de sujetos se me acercaron y me pidieron que mostrara mis papeles. Yo no sabía de qué me estaban hablando, hasta que Patrick le entregó una carpeta. Uno de los sujetos la observó un instante.

─Uhm, ¿pero que tenemos aquí? ¿Otra Park? ¡Vaya! Sus padres no pierden el tiempo. Pasa por aquí, querida.

─¡Espera! Antes queremos desearle suerte ─dijo Tadeo. Los sujetos intercambiaron miradas entre ellos y nos vieron con recelo.

─Está bien, tienen cinco minutos.

Tadeo me abrazó fuertemente. Yo me quedé inmóvil.

─Escucha, he puesto en tu bolsillo la muestra sanguínea de Helen. Cuando te pongas la bata ocúltala lo mejor que puedas y úsala antes de que lleguen los sanadores. ¿Entendido? ─me dijo al oído.

─Sí ─contesté. Me aparté un poco de él y lo vi a los ojos─, lo siento ─le dije─, te odio, nunca te perdonaré por tener los ojos más bellos que los míos.

Tadeo no fue capaz de contestar, y yo tampoco lo esperaba así que sin decir nada más, entré tras los otros sujetos.

Esperaba ver una gran habitación llena de tubos y cables, pero me equivoqué.

Era una pequeña sala y en medio del lugar había un pequeño sofá recargable, como los que usan los dentistas, aunque un poco menos aterrador. Había una pequeña mesa y justo al lado de este, una caja con algunos tubos de ensayo. El lugar era completamente blanco, tanto así, que hasta tuve que entrecerrar los ojos por la claridad.

─Toma ─me dijo uno de los tipos, dándome una bata doblada por la mitad─ vístete, cuando termines, tomarás asiento y esperarás.

─No te preocupes por la ropa, si todo sale como creemos, no la necesitarás ─me dijo el otro sujeto con voz pícara.

Yo no tenía intensiones de desvestirme enfrente de ellos, así que sostuve la bata, mientras los veía furiosa. Aquellos tipos intercambiaron miradas y se dirigieron hacia una de las blancas paredes. No lo había notado, pero había una puerta ahí, por donde esos tipos salieron.

Me desvestí con cuidado, saqué la botella que me había dado Tadeo y la coloqué entre la bata, casi a escondidas, pues temía que me estuvieran observando. Doblé con cuidado mi ropa y me acerqué al sofá. Tomé asiento y me quedé observando el techo un instante.

─Cambiar la muestra, calmarme y no llorar. Sí, puedo con esto ─me dije en voz baja para calmarme, pero no funcionó. Los latidos de mi corazón me retumbaban en los oídos y sentía que en cualquier momento, los nervios me traicionarían y me echaría a correr. No les mentí a mis nuevos hermanos, no tenía miedo, pero no podía evitar sentirme nerviosa.

─Cambiar las muestras, calmarme y no llorar ─volví a repetirme. De pronto sentí un poco de presión en mis muñecas. Giré la mirada hacia abajo y vi a una chica. Su pelo era rubio platinado, tenía el rostro delgado y afilado, sus labios eran delgados y sus ojos eran como un par de rubíes, algo verdaderamente extraño, pero hermoso. Era una combinación extraña, sin embargo, en ella se veía realmente hermosa, como si solo en ella pudiera verse bien.

La vi sorprendida, ella me devolvió la mirada y sonrió.

─Necesito que estés relajada ─me dijo.

─Tu... Tus ojos ─balbuceé. Ella rió.

─¿Te gustan? ─me preguntó, mientras colocaba un mechón de cabello, detrás de su oído─, curioso, la mayoría me teme por esa causa. En fin, creo que no deberías agradarme, después de todo no sabemos que resultará de esta prueba.

La chica se puso de pie y tomó de uno de los rincones una pequeña caja, la colocó con cuidado sobre una mesa al lado de los tubos de ensayo, sacó una gran jeringa y le dió un par de leves golpes.

─No te preocupes, esto es solo una muestra ─me dijo. Yo me quedé inmóvil, nunca les he temido a las inyecciones y nunca sentí dolor cuando me las aplicaban. Sin embargo, apenas la aguja tocó mi piel, sentí un inmenso dolor. No supe por qué, pero grité. Comencé a forcejear. La chica rió─. Creí que eras mas fuerte ─me dijo. Yo la odié en cuanto la escuché. Tenía ganas de darle una fuerte bofetada y borrar la sonrisa de su rostro. Pero el dolor que sentía en ese instante me cegaba─, ¡Shh! guarda silencio. No quiero que llores, al menos no ahora ─me dijo. Yo quería arañarle la cara, sentía tanto odio hacía ella y no sabía por qué. Sentía que toda mi piel se quemaba, pero por más que forcejeaba, por más que lo intentaba, no lograba salir de aquel sillón.




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