Prodigium

Primera parte - Capítulo 4

Cuando el orco despertó, estaba bien acomodado entre las pieles que usaba para dormir. La noche había caído y el fuego que cocinaba varias piezas de carne dispersaba la oscuridad. Bhikz atendía la comida, mientras que, envuelto en pieles como un capullo de oruga, estaba Zaul. Delfina estaba a su lado, con una expresión desconsolada. El orco puso su manaza sobre la suave cabeza de la chica.

- ¿Qué sucede? ¿Por qué no te quedaste con los humanos?

- Porque es estúpida – Respondió el naga.

Delfina comprendió lo que había dicho Zaul, y su expresión se volvió aún más sombría.

- Esto se está volviendo un problema - Dijo el goblin.

- ¿De quién fue la gran idea de rescatar a la humana? – Zaul se expresaba con mayor desprecio que de costumbre.

Bhikz no decía nada. Sabía que era su culpa.

- Ya la humana está con nosotros – Dijo el orco – Y nuestro error ha sido tratar de deshacernos de ella. La llevaremos a la aldea kobold.

- ¡¿QUÉ?! – Fue lo único que pudieron articular sus dos compañeros.

Debido al espesor de la nieve, tardaron más de lo imaginado, el naga había ralentizado mucho su caminar y el goblin tenía dificultad para andar, pues la nieve le llegaba a las rodillas. Hasta que, a lo lejos, se escuchaba el repiqueteo de picas y martillos.

- ¿Escuchan eso? – Dijo Vrokak.

- Estamos muy cerca de la aldea kobold – Respondió Bhikz intentando acelerar el paso.

Oculta entre follaje y nieve estaba la entrada a la cueva mientras el sonido de la faena se hacía más fuerte. Esta era bastante estrecha, Zaul y Delfina iban casi agachados, mientras el orco tuvo que entrar arrastrándose y moviéndose con dificultad. Después de bajar unos metros por aquel estrecho pasillo, fueron encandilados por las antorchas que se encontraban dispersas en aquella gran sala rocosa, en la que retumbaba con más fuerza el eco de las herramientas.

- ¡Comida! – Exclamó una voz áspera como el sonido de una piedra pequeña al romperse.

Un hombrecillo delgado, incluso más bajo que Bhikz (a Delfina le llegaba apenas a la cadera), pero de grandes manos y pies (los cuales solo tenían cuatro dedos terminados en garras), ojos saltones, nariz ganchuda y boca como de sapo llena de dientes afilados, algunos sobresalían y parecían estar partidos. Sus largas orejas tenían una apariencia levemente canina. Vestía ropas de fibra áspera, llevaba un casco que tenía una vela a cada lado y distintas herramientas atadas a su cinturón.

Al grito de este ser, salieron cuatro más, que imitaron a su compañero, lanzándose contra la humana, el orco la subió rápidamente a su hombro y se plantó amenazadoramente frente los pequeños seres, que corrieron como ratas aterradas.

- Yo no estoy en contra de que se la coman – Dijo con seriedad el naga, que recibió un codazo del goblin.

Siguieron avanzando por las galerias que formaban las cavernas, mientras el trabajo minero aumentaba en ritmo y volumen. El frío era casi glacial, penetrando en sus huesos, aun con los abrigos puestos.

De pronto, silencio.

- Esto es malo - Advirtió Bhikz, con voz temblorosa.

- Tsk... - Zaul hizo una mueca de desprecio mirando al orco - Espero estés satisfecho, grandulón.

Un grito desgarrador, que hizo eco por todos los pasajes de la cueva, obligó a la humana a buscar refugio tras Vrokak, que de inmediato se dirigió al goblin.

- ¡Bhikz, un escu...!

- ¡No tienes que decírmelo!

Un resplandor azul encandiló al grupo. Lo siguiente que pudieron ver fue al goblin arrodillado, jadeando y cubierto de sudor.

- ¡Bhikz! - Exclamó Delfina, con intención de ir a su lado, pero el orco se lo impidió.

Zaul, por su lado, ya había empuñado sus dagas, preparado para atacar.

Una risa aguda y entrecortada, como hielo quebrándose, hizo eco de una forma espeluznante, acompañado del sonido de algo muy pesado de metal siendo arrastrado.

Frente a ellos estaba un hombrecillo pálido, con una espalda demasiado ancha para los escuálidos brazos y con un rostro alargado y ojos hundidos. Vestía una tosca túnica de algodón, algo desgastada, y su largo cabello gris lo llevaba recogido con una pañoleta azul. Llevaba un cinturón con herramientas y una lámpara que colgaba a un costado.

- ¿Quién osa a aterrar a mis compañeros? - Dijo con un tono y gestos muy teatrales - ¿Os creéis muy valientes? ¿O sois muy tontos?

Zaul dio un paso adelante para responderle, pero de entre las sombras, justo detrás de la primera criatura, apareció otro hombrecillo. Físicamente era muy parecido al primero, pero su piel era más oscura, con ojos saltones de mirada perversa. Llevaba un peto bastante simple, y cubría su cabello con una pañoleta sucia de un extraño color marrón rojizo. Debido a su baja estatura, era impresionante la firmeza con la que sostenía la lanza de casi dos metros de altura.

- Pensarían que solo buscan refugio - Su voz era un gruñido canino - Pero intimidar a los kobolds, acompañados de una humana, no me parece un acto muy pacífico...

- ¡Pero perdonaremos vuestras vidas si nos entregan a la chica y hacemos un festín con ella!




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