La humana no dejaba de zarandear al pañuelo azul mientras exclamaba llena de alegría:
- ¡Clérigo! ¡Clérigo!
Los recelos desaparecieron, no porque aquella chica les inspirara confianza, sino por puro desconcierto.
- Bendita joven - Dijo el pañuelo azul, con rostro anonadado - Que con su simple jolgorio, digno de un inocente niño, a la luz del...
- No es que confiemos en ustedes - Interrumpió el pañuelo rojo, frunciendo las cejas en un gesto casi cómico - Pero tampoco parecen ser peligrosos. Creo prudente imponer ciertas condiciones...
Pero fue ignorado, su compañero se había llevado a la chica a lo profundo de los túneles, seguido de los tres monstruos.
Fueron conducidos por una red de túneles, iluminados tenuemente con hongos fluorescentes de colores como el azul y verde pálidos, hasta llegar a Gruta, el hogar de los Kobolds. En la entrada, desde donde se podía ver todo el pueblo, nadie podía comparar a aquel lugar con otra cosa que no fuera un termitero gigante, lleno de montículos agujereados, con "pasillos" iluminados con velas y rastros de hongos; y los "edificios" se conectaban entre sí con cables de metal y un sofisticado sistema de poleas.
- ¡Benditos sean los diligentes kobolds! - Exclamó Kobalt (que era el nombre del pañuelo azul) - Que laboran sin conocer fatiga ni penuria - Tomó suavemente la mano de Delfina y le habló con voz suave - Ni el rey de los elfos podría presumir de tener unos súbditos más dedicados y nobles - La humana le miraba, con una sonrisa forzada, confundida. El hombrecillo se dirigió a su compañero, que se quedaba detrás del grupo - ¡Mi estimado Kupfer! Os pido, por favor, vuestra aprobación, para llevar a nuestros invitados a nuestros aposentos.
El de pañuelo rojo, cuyo nombre era Kupfer, abrió los ojos a todo lo que daban, dando un aspecto aún más grotesco del que ya tenía, e iba a replicar lo que Kobalt le había dicho, pero este último tomó uno de los cables, rodeó a la humana por la cintura, y saltó, mezclándose en la caótica red de kobolds. Vrokak saltó sin pensarlo dos veces, no quería perder de vista a la chica ni un solo instante; le siguió Kupfer, preocupado por la estupidez que pudiera hacer su compañero. Bhikz se quedó de pie en el borde, dudoso, pero sin tiempo de pensar, pues el naga lo tomó como si de un saco de papas se tratara, entre llantos ahogados que Zaul ignoró.
Kobalt se deslizaba como un mono en la jungla, mientras Delfina se aferraba a él, temerosa, chillando como un cerdo en un matadero y vociferando palabras que era mejor no traducir, aunque poco se iba relajando, hasta que no solo no tenía miedo, sino que dejaba escapar una potente carcajada, digna más de un demente que de una doncella. El estar agarrada al hombrecillo, pudo notar que este tenía un olor a tierra y humedad, como el de un día lluvioso, y notó que sus brazos, a pesar de ser tan delgado, la sostenían con una firmeza férrea.
En pocos minutos habían llegado al corazón de gruta, a la entrada de una estalagmita gigantesca, enroscada como el cuerno de un unicornio, iluminado únicamente con velas. Pero esto no fue lo que llamó la atención de Delfina, a un costado había una tubería que venía desde lo alto de la torre, este goteaba un líquido oscuro y rojizo, que dejó a la chica sin aliento, corriendo a refugiarse tras su amigo orco.
Obvio no había cielo, pero si miraban arriba, cientos de fuegos fatuos cruzaban de un lado a otro, y a su alrededor pasaban corriendo los pequeños mineros de forma frenética, por lo que cuando llegaron corriendo tres niños kobold, apenas si les sorprendió. Estos lloraban, temblando y sin aliento. Contaron como uno de sus amiguitos había desaparecido mientras jugaban entre los túneles más estrechos.
- De nuevo... - Murmuró Kupfer con voz temblorosa, tomó a uno de los niños de la chaqueta - ¡Les dijimos que no volvieran allí!
- Cómo granos de un reloj, los nuestros desaparecen poco a poco, devorados por la obscuridad...
El pañuelo rojo lanzó al pequeño, con frustración.
- ¿Qué sucede? - Preguntó el orco.
- Problemas de la colonia. Nada de su incumbencia - Respondió Kupfer.
Kobalt dio un respingo.
- Nuestras almas son hilos que se entrelazan en el telar universal de la vida - Dijo emocionado a su compañero.
- ¿Y eso quiere decir...? - Dijo Zaul.
- Que nuestra llegada no es casualidad - Respondió Bhikz.
Delfina llamó la atención de Vrokak tomándole del brazo.
- ¿Problemas? - Preguntó ella. Él asintió y los ojos de la chica brillaron - ¿Ayuda?
El orco la apartó cubriendo el pequeño rostro de la chica con su enorme mano.
- No es de nuestra incum...
- A mí me parece bien - Se apresuró a decir el naga. El orco y el goblin voltearon a verle, extrañados. Su reptil compañero acariciaba sus dagas - ¿O prefieren pasar dos meses encerrados en esta cueva hibernando como osos?
Vrokak se acarició la barba, pensativo, pero con un brillo de emoción en sus ojos. Miró a Bhikz, que tenía la última palabra. Este suspiró con resignación, intentando disimular su sonrisa de satisfacción.
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Editado: 10.04.2021