Con solo una brizna de aliento, Delfina llegó hasta la gran torre de Gruta. No había nadie, solo sangre y marcas de quemaduras en todas partes. Sintió como decenas de ojos oscuros le miraban con recelo, ella giraba sobre sí misma, esperando encontrar algo que le diera seguridad. Detrás de una de las casas salió Kupfer, usando su lanza como bastón, seguido por Kobalt, cuya mirada de decepción era evidente.
- ¿Zaul? ¿Bhikz? - Era lo poco que su aliento le permitía decir a la humana.
- No me importa lo que estos idiotas hayan pensado antes - Dijo el hombrecillo de pañuelo rojo con gran pesar - Pero hacía muchas generaciones que nadie nos incordiaba en nuestra aldea. - Le dedicó una mirada que mezclaba el desprecio con la decepción - Es obvio que tu trajiste esos héroes.
- ¡Yo no...! - Pero las palabras no salían. No tenía como.
- Las flores más bellas muchas veces tienen el peor veneno - Dijo el hombrecillo de pañuelo azul - Ni mil años de penitencia serían suficientes para que Erlkin perdonara mi imprudencia.
Lágrimas de miedo y frustración brotaron de los glaucos ojos de Delfina, aunque no entendía del todo las palabras de sus anfitriones, entendía bien lo que estaba sucediendo.
- ¡Zaul! ¡Bhikz! ¡¿Dónde están?!
Pero los hombrecillos no dijeron una palabra, y tampoco fue necesario.
- Ya cállate - Dijo la voz sibilante del naga, que se asomaba desde una ventana cercana - Solo has causado problemas ¿Dónde está Vrokak? Seguro lo mataron esos malditos. Debería matarte aquí mismo.
Pero una voz fuerte como un trueno se hizo notar.
- Aquí estoy - Respondió el orco. Delfina se sintió segura. Corrió hacia el orco, pero este la detuvo, con una expresión indiferente en su rostro. En su dura piel se veían las marcas de los pequeños mordiscos de los gusanos, cientos de puntos purpúreos que le daban un aspecto enfermizo, como si de pénfigo se tratara. - Tentamos mucho a la suerte al tenerte con nosotros - Se acercó a Kobalt, y le quitó el cuchillo que este portaba en el cinturón para entregárselo a la humana, junto a su enorme abrigo de piel - Toma esto y vete. Si sobrevives o no, ya depende de ti - Le dio la espalda y entró a la torre.
Kobalt le siguió, apesadumbrado, mientras Kupfer ordenó a los pocos kobolds que quedaban a que la llevaran a la entrada de la cueva.
El viento helado soplaba con fuerza. Delfina no terminaba de entender, pero recordó el primer encuentro con esos héroes, y la vez en el asentamiento humano. Incluso en esta ocasión, ella les había puesto en peligro. Sacó el cuchillo para intentar ver su reflejo, pero este era opaco, recordándole que aquello era la vida real. Se sintió extraña al pensar en eso, en lo "real". Miró hacia atrás y sintió todo como una ilusión. Zaul, Bhikz, Vrokak... Habían sido sus únicos amigos. O eso quiso creer. Era la primera vez en muchos años que alguien se preocupaba por ella, pero nuevamente, lo había arruinado. Se enrolló en la gran capa, mas su nariz estaba poniéndose azul. El aire frío le hería los pulmones, cada vez le costaba más respirar, aunque se negaba a parar, si lo hacía moriría de frío.
No sabe cuánto caminó, el sol comenzaba a ponerse, ya no sentía las piernas ni la cara, cuándo a lo lejos vio un castillo. Tardó en llegar, pero se sentía motivada por la idea de al menos no morir de frío aquella noche. Era un castillo claramente en ruinas, tan antiguo que su puerta se encontraba atorada bajo la nieve y escombros, pero encontró una grieta por la cuál se pudo colar. Aquel lugar era oscuro y helado, no sabía como, pero necesitaba hacer fuego.
Todo estaba tan sucio y mohoso, pero de alguna manera ordenado. Tomó una lámpara de aceite, sorprendida de que estaba medio llena. De su harapiento vestido sacó un jirón, y con la ayuda de su cuchillo y una piedra, saltó la chispa que encendió la lámpara Había aprendido eso viajando con sus amigos. Una lágrima escapó de su ojo izquierdo. Pensar en ellos como amigos le causaba un gran dolor en el pecho. Aquella lámpara no calentaba lo suficiente ni para calentar su nariz, por lo que recorrió el castillo hasta hallar una habitación con muebles que con cierta dificultad rompió e hizo su fogata antes que el aceite se extinguiera. Su estómago rugió, pero ella se limitó a acurrucarse cerca del fuego. No sabía que haría de ahora en adelante, lo único que sabía era que tenía un día más de vida. Eso debía significar algo.
En medio del sueño sintió que flotaba, y al abrir los ojos estaba envuelta en llamas ¿Se estaba quemando el castillo? Delfina corrió desorientada, era ella quién ardía, por instinto se tiró al suelo y rodó. Su corazón latía a millón. Iluminado por la luz de la fogata, pudo ver a una figura cubierto de harapos negros. La chica buscó su cuchillo, pero este estaba a pocos centímetros de la figura. Ella no sabía luchar, sus ojos se humedecieron de terror, no se había dado cuenta de lo terrorífico que era aquel mundo hasta ahora. Levantó sus puños, sin saber qué hacer con exactitud.
- Entras sin permiso. Destruyes mi mobiliario. No tengo motivos para perdonarte - Dijo con voz áspera, como crujido de huesos al romperse.
Ella no contestó, solo miraba el cuchillo a los pies del hombre, sin ese cuchillo, sentía que moriría de cualquier modo. La figura se lanzó con rapidez, Delfina solo logró zafarse tirando su abrigo, y aprovechó para tomar su cuchillo. Pero ahora no tenía su abrigo. Estúpida, como siempre. Nada de lo que hacía salía bien. Temblorosa, alzó su hoja, a lo que la figura le respondió con un manotazo que le hizo soltarlo de nuevo. Estaba a su merced, y toda su resistencia había sido inútil.
- Por favor, no me mate. Tengo miedo. - Dijo con ojos llorosos.
La criatura retrocedió, sorprendida. Delfina tenía el corazón en la boca.
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Editado: 10.04.2021