Tal como lo prometió, Ravi y compañía salieron a primera hora de la mañana para ayudar a encontrar la humana de Vrokak. Las ruedas habían sido reparadas y reforzadas, y aunque no tenía el mejor sabor, desayunar carne de tigre era vigorizante.
Los caballos iban a paso lento, siguiendo a un Dolf que usaba sus sentidos animales para encontrar el rastro de cualquier humano que estuviera cerca. Descartaba los olores masculinos, de seguro cazadores de alguna aldea cercana. No, aquel olor no le interesaba, era especialmente bueno percibiendo aquel distintivo olor que solo las mujeres jóvenes tenían: Un olor a miel y nueces, algunas olían a flores, y las más hermosas a moras. Pero en medio de la nieve era como buscar una aguja en un pajar, pues el aire frío que respiraba entumecía la nariz.
Así estuvieron por horas, hasta que cuándo ya se iba a dar por vencido, sintió aquel olor dulce y embriagante. Olía a arándanos, lavanda y miel, solo por dar una idea, porque aquel era el aroma más delicioso que hubiera saboreado en su vida. El hecho de que Dolf hubiera dado con aquel olor dio esperanzas al orco. A pesar de lo fuerte que era el rastro, no lograban dar con la humana. Hasta que Dolf se detuvo en seco. Recién en aquel punto había empezado a percibir otros aromas: Uno tenue, como avena y flores secas. Los otros dos era olores masculinos: Uno era mohoso, como agua estancada de caverna, mientras que el segundo era como pasto recién cortado, un olor casi tan dulce como el de una mujer. Había un quinto olor, que confundía un poco el rastro, era el olor a muerte. No a cadáver, sino al olor de una cripta antigua, el polvo y miasma propio de unas catacumbas.
- ¿Es humanoide? - Preguntó Vrokak.
El berseker meneó la cabeza.
- Ni siquiera puedo asegurar que esté vivo.
Debían llegar pronto, Delfina podría haber sido atrapada también por traficantes. La diferencia es que ella estaba indefensa.
- Tendrás que seguir solo - Le dijo Ravi con frialdad - Si son otros bandidos, tenemos las de perder. Estamos heridos, y ya cumplimos con nuestra palabra.
El orco asintió. Era lo justo.
- Antes de que te vayas... - Le dijo Vrokak a la orca - ¿Cuál es tu nombre completo?
Los compañeros de la mujer se ofendieron muchísimo, pero ella les detuvo, no sin dedicarle una mirada de desprecio.
- Me parece muy atrevido de tu parte preguntarme eso ¿Qué tal si me dices el tuyo completo?
Vrokak sonrió con orgullo.
- Nemesakesis. Vrokak Nemesakesis.
La mujer le sonrió sorprendida.
- Ya veo... - Puso en marcha los caballos y le gritó a o lejos: - ¡Qué te vaya bien, hermanito!
El orco se encogió de hombros, con razón había partido tan rápido.
Caminó en la dirección que el humano le había indicado. La maleza era espesa, seguramente aquella zona sería infranqueable en primavera. Un par kilómetros, y escuchó el crepitar de una fogata. Se acercó con lentitud, y lo que vio le hizo rechinar los dientes de rabia. Eran los héroes ¿Ya habían encontrado ellos a Delfina? Los veía ocupados montando su campamento, aun cuándo todavía quedaban varias horas antes del anochecer. Contó a cada miembro del grupo: La paladín, la cuál vestía un elegante traje de seda con narcisos bordados y una capa de suaves plumas blancas y doradas. La clérigo, que disfrutaba de bordar sentada en una gruesa manta. A su lado estaba un hombre de piel oscura, que usaba una capa negra bastante desgastada. Los únicos que estaban trabajando eran el enano, que cada dos de tres oraciones era una queja o una maldición, y el elfo, que se notaba claramente cansado. Dolf le había dicho que solo había cinco personas, una tal vez ni estaba viva, y se fijó en el hombre, este estaba ojeroso, desaliñado, y su delgadez solo acentuaba su gran nariz aguileña.
Se sintió aliviado a la vez que preocupado. Los héroes no habían encontrado a la humana, pero eso significaba que ella aún se encontraba por ahí.
Decidió retroceder y alejarse de aquel sitio, pero al retroceder tropezó con una rama, alertando al campamento. El orco emprendió la huida en medio de maldiciones variadas, y sus piernas largas le daban algo de ventaja, aunque la seca vegetación era un obstáculo considerable, tanto que terminé cayendo por una colina, rodando y levantándose aturdido, y lo que vio frente a él solo le hizo pensar que posiblemente se había golpeado muy fuerte la cabeza. Un largo y elegante vestido negro resaltaba de la nieve, pero este se sostenía solo por un montón de huesos, encontrándose con las vacías cuencas de aquel espectro que cargaba un gran saco que olía fuertemente a sangre. La visión de aquello paralizó al orco. Aquel ser pareció interesado por unos instantes, luego le ignoró y siguió su camino.
Vrokak conocía la magia, no era un experto, pero sabía lo que podía llegar a hacer ¿Pero dar vida a los muertos? Ni los dioses podían llegar a tanto... ¿O sí? Un dolor frío en la garganta le sacó de sus ensoñaciones. Le habían enrollado una gruesa cadena, de la que él por instinto jaló sin ningún resultado, aunque pudo darse la vuelta para ver al enano sosteniéndole desde el otro lado. No podía dar ni un paso, y al mirar abajo se fijó en pequeñas mariposas que se posaban en sus pies que a contacto se transformaban en escarcha. Apareció el resto del grupo, a paladín se acercó a él, caminaba sin dificultad y sin dejar huellas en la nieve. Muy cerca de ella, se encontraba el hombre moreno.
- Eres aquel orco... ¿Quién te envió? - Dijo ella con autoridad.
El orco sonrió levemente.
- Es... Es difícil... responder... - Ella le hizo un gesto al enano, haciendo que Vrokak perdiera el equilibrio y cayera sentado - ¿Qué te hace pensar que alguien me envió?
La paladín le apuntó con su espada.
- ¡Responde ahora o...! - Pero se distrajo al ver que el hombre de capa oscura caminaba hacia adelante, ignorando toda la situación. Este murmuró unas extrañas palabras las cuales se le hacían muy familiares al orco.
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Editado: 10.04.2021