Su rostro estaba desfigurado. Miro su mano esquelética, no podría usarla para arreglar su cara por los momentos, mucho le costó conseguir aquel brazo putrefacto como para gastarlo a lo tonto, solo le quedaban tres dedos desde la última batalla. Se sentía enojado, no había perdido ni una sola vez hasta ahora, y ella ni siquiera parecía consiente del poder que tenía. Si lo fuera, lo hubiera usado, en vez de golpearle por la espalda como una cobarde. Ya no importaba, ella había escogido su bando, y él era el elegido para evitar que el mal que se acercaba venciera.
Un rugido retumbó en su lujoso dormitorio de seda y terciopelo. Un rugido que le llamaba por su nombre.
- ¡Víctor! - Repitió la atronadora voz.
Sinh, el imponente caballero kubari de Celesterra. Un gigante de casi dos metros y medio, con un rostro de rasgos sumamente toscos, que tomaban una expresión casi demoníaca por su piel rojiza y opaca como arcilla. Llevaba puesto, como siempre, su souzi, una armadura de placas oriental, y las joyas y diseños en oro que decoraban le hacía ver casi como un dios.
Víctor se sentía intimidado, pero aún así volteó los ojos antes de dar la cara al gigante.
- No has dado tu reporte sobre la última misión. - Su voz era áspera y profunda, como el retumbar de un gong.
El humano respiró profundo, en parte para organizar sus ideas, y en parte para calmar sus rodillas temblorosas.
- Aún no he conseguido resultados.
- Fallaste.
- Solo debo intentarlo de nuevo, tengo un plan.
- Tu último plan falló.
- ¡Solo necesito otro intento!
El kubari le tomó del rostro con fuerza y le estudió desde cada ángulo.
- ¿Duele? - Preguntó fijando sus profundos ojos negros en la nerviosa mirada del humano - A Gallard y Maür también les duele. No me importa lo que pueda pensar el señor Larthe, no voy a permitir que un carroñero como tú use a mis mejores hombres como si fueran simples reclutas.
Estaba acabado. Aunque podía usar el lenguaje antiguo, hacerlo contra la mano derecha del rey le traería más problemas que otra cosa.
- Sinh... Entiendo tu enojo, pero no me eches la culpa. - El caballero apretó aún más su rostro. El dolor se hacía tan punzante que le costaba pensar. - Ella... Ella... Tenía el mismo poder que yo, ¡Solo mira cómo me dejó!
El dolor cedió, pero su mirada seguía fija.
- Supongo Laela subestimó a la chica. Igual, eso no justifica tu fracaso. Enviaré el informe de mano de la paladín. Seguro el rey será indulgente, pero hasta que de una respuesta, si pones un solo dedo fuera de esta habitación, te romperé todos los huesos.
Y quedó solo, en silencio en la gran habitación.
- ¡Estoy harto! - Exclamó entre dientes mientras golpeaba la pared con su mano derecha - ¡¿Quién te crees para decirme qué hacer?! - La ira le impedía sentir el dolor de los repetidos golpes - ¡Yo soy el elegido! - Se detuvo al sentir que su sangre le había salpicado. Se dejó caer en su cama de plumas, jadeando y con su mano y cabeza palpitando de dolor. Su mente estaba más clara, aquello no lo podía permitir. No solo la humillación que había sufrido, sino el peligro que representaba para su facción. La "profecía" decía que Robrick acabaría con el mundo con su ejército de monstruos, aunque también se suponía que Larthe debía morir, ¿Afectaría eso al mundo real? Víctor no pudo evitar reír. El dolor era tan real y aún así se permitía dudar del mundo que le rodeaba. Esta era su nueva realidad, le gustara o no. Por eso debía protegerla. No sabía si podría volver algún día a su "realidad", por lo que si él sabía lo que estaba por suceder y podía modificarlo a su conveniencia, lo haría. Miró su mano esquelética y pensó en que ella era igual que él, pero aquella chica podía interponerse en sus planes. Ella era claramente simpatizante de los monstruos, pero aun no sabía aprovechar sus poderes. Debía acabar con ella antes de que eso sucediera. Miró su mano izquierda, donde la sangre había empezado a coagularse - Debí mejor usar la izquierda...
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Aún con el ajetreo usual de la fortaleza, en el despacho de Sinh reinaba el silencio. Era una habitación grande, pero la gran cantidad de estantes llenos de papeles y libros reducían mucho su tamaño. Aún teniendo cinco años prácticamente viviendo en aquel lugar, aún no se acostumbraba al olor a moho, polvo y tinta. Leía con atención el reporte de la paladín. Víctor les había dejado a su suerte mientras luchaban contra un gigantesco constructo, no le extrañó la actitud egoísta del humano, pero sentía que faltaba algo en aquel documento. Los golems no salían de la nada, debía haber un artífice controlándolo ¿Por qué Laela no lo mencionó? Tal vez la chica que buscaban era quién tenía tal habilidad, ¿Pero por qué ocultarlo? ¿Acaso Víctor tenía algo que ver? Jamás dudaría de su paladín, mas en vista de su fracaso y del empeño de aquel carroñero en volver a buscar a la chica, no podía esperar otra cosa que una segura traición ¿Pero cómo decírselo al rey? Necesitaba pruebas. Miró la enorme pila de papeles a su lado, que esperaban su sello. Se acomodó la armadura, que hace un tiempo le había empezado a ajustar. En los pocos años que tenía en su puesto había logrado pactos y alianzas que muchos creyeron imposibles, y todo en aquella habitación gris, llena de papeles y registros. Cinco años de paz en la provincia, proclamada por él, Shanteki Wumi, por los cuales debía estar orgulloso, mas un sentimiento de vacío lo estaba consumiendo. El rey le debía la vida a Víctor, pero a Sinh le debía la vida de cientos de miles. Ahogado entre declaraciones y proyectos que esperaban su aprobación. Selló el reporte de su paladín, ya el Señor Larthe daría nuevas órdenes, pero hasta entonces debía esperar, firmando y sellando documentos, hasta que su mano volviera a engarrotarse o su columna resintiera. Tiró todo lo que estaba en su escritorio mientras rugía de rabia.
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Editado: 10.04.2021