Prodigium

Primera parte - Capítulo 25

La luz de mediodía atravesaba una de las ventanas, quemando su cara, haciéndole despertar. Trató de ponerse de pie, pero cayó revolcándose en el polvo, recordando cómo había perdido su pierna. Al parecer Delfina estaba en un ático, sobre su cabeza estaba el tejado, y desde la ventana podía ver el de las demás casas. Miró su nuevo muñón, el cuál tenía una cicatriz. Recordó el dolor. El muñón de su hombro no tenía marcas de ningún tipo y tampoco dolió consumirlo. Se apoyó en el alfeizar, para mirar afuera, lo que le costó una eternidad. Era más inútil que nunca, una muñeca rota que no servía para nada.

- Al fin despiertas - Dijo una voz profunda, la chica cayó al suelo sentada por la sorpresa - Si no fuera por tu respiración, hubiera jurado que estabas muerta - Frente a ella, fuertemente encadenado, estaba un hombre de piel rojiza, tan alto como Vrokak y un rostro severo aunque menos "bestial" que el de un orco, al igual que su cuerpo, si bien se notaba fuerte, era más "redondeado", por no decir gordo, que el de su amigo verde. Delfina lo reconoció como un kubari, pero era la primera vez que veía uno en esa condición física. También notó que el hombre evitaba mirarla, parecía bastante avergonzado - Si no es mucha molestia, ¿puedo pedirte que mires a otro lado? No me siento cómodo que una jovencita me mire con este atuendo.

Ella ya estaba tan acostumbrada a ver hombres con poca ropa, que ni se había percatado en que estaba desnudo, salvo por un fundoshi, un taparrabos anudado era todo lo que llevaba.

- ¿Jovencita? ¿Aún yo verme como humana?

El kubari la miró con el rabillo del ojo.

- Pareces serlo. Aunque si eres como aquel hombre.

- ¿Aquel hombre? - Delfina no pudo evitar pensar en el hombre que mató a Zaul y que le había quitado su ojo. Se acarició allí, mientras murmuraba: - Nero...

- No, su nombre es Víctor. Un carroñero que usa cadáveres para regenerarse. También parece poder ver el futuro, y tiene un raro radar que nunca entendí para que servía.

- ¿Ser yo a quién buscas?

- No te hubiera dicho tanto si no lo sospechara. Pero pareces débil, tal vez me equivoqué.

- Yo... Yo también ser una "carroñera". Pero tener razón. Yo ser débil.

Aún con su confesión, el hombre parecía importarle poco en aquellas circunstancias.

- Esa bruja también parece ser una carroñera. Curó mi herida con tu pierna.

- Eso no ser lo que yo esperar, tal vez la mujer no ser tan mala...

Aún de espalda, pudo sentir la mirada juzgadora del hombre.

- Te arrancó la pierna.

Aquello hizo que Delfina se sonrojara hasta las orejas, ¿podía ser más estúpida? Lo cierto es que no quería averiguarlo, por lo que temía decir una sola palabra de más, para lo único que serviría era empeorar las cosas, como siempre.

El metálico traqueteo de las cadenas la sacaron de sus pensamientos. No estaba segura cuánto llevaba así, pero era seguro que el kubari llevaba largo rato intentando soltarse.

- Maldita sea... He roto cadenas más gruesas que estas - Se regañaba a sí mismo mientras se retorcía con rabia - Esto es inútil. Solo estoy gastando mis fuerzas.

- Perdón...

- ¿Por qué te disculpas?

- Por no poder ayudarte - Dijo Delfina encogiéndose.

El rostro del hombre se tornó en una mueca de repulsión e incredulidad - Es obvio que no puedes. Si pudieras, no te habrían atrapado en primer lugar.

Esto hizo que la chica se encogiera más, a la vez que gimoteaba en voz baja. Aquello sorprendió al kubari, aquella carroñera, una criatura asquerosa, actuaba como una niña normal. O tal vez solo estaba fingiendo.

La abrupta entrada del wendigo les sobresaltó, quien se le limitó a sentarse en medio de la habitación, sin prestar atención a sus prisioneros, mirando inerte el vacío. Notó que su contextura era más delgada, o tal vez siempre lo fue y se había equivocado, además ya tenía ambos brazos, aunque podía verse la cicatriz de su anterior estado.

- Oye, ¿qué pretendes hacer con nosotros? - Pero el joven no respondió.

El pulso del kubari se aceleraba ante la impotencia, siendo humillado, se sentía indigno de sus logros pasados, pues hoy no podía ni con unas simples cadenas.

Delfina se arrastró cerca del hombre.

- ¿Puedes decirnos? ¿Por qué nos trajiste hasta aquí? - Pero Anangiq seguía sin responder.

Temblorosa, se acercó aún más, y el seguía sin mostrar ningún interés, como si hubiera caído en un estado catatónico. Indecisa, esperando recibir una respuesta, tocó su hombro. Cuándo se dio cuenta, estaba tirada en el suelo con el wendigo sobre ella, sosteniéndole del cuello y del único brazo que tenía. Inmovilizada por todo su peso, podía sentir su aliento putrefacto quemándole la cara.

- Necromia te quiere viva. No sé para qué ni me importa - Dijo con su áspera voz. Por instinto, Delfina luchaba con las lágrimas cubriendo su rostro. El ruido de las cadenas se hizo más fuerte - Tengo hambre. Tal vez deba comerme tu otro brazo.

No había manera en que pudiera resistirse, solo pudo gritar cuando él se llevó su mano a la boca, pasando su lengua por sus pálidos deditos. El kubari rugía con furia, las bases de las cadenas estaban tensas. Anangiq empezaba a mordisquear con suavidad, disfrutaba de los gritos de terror de su presa.

- ¡Suéltala! - Gritó el kubari, cuya piel roja comenzaba a tornarse purpúrea.

Pero el wendigo ignoraba sus alaridos. Hincó sus dientes en la mano de la chica, dejando brotar finos hilillos de sangre carmesí. Ella ya no tenía fuerza para gritar, pero chillaba con desesperación mientras las lágrimas se mezclaban con sus mocos.

De la nada, el hombre se detuvo, como si lo hubieran llamado, y salió por la ventana.

Delfina estaba en shock. El kubari no preguntó sobre su estado, aquello hubiera sido una estupidez. El monstruo se había ido, pero la ira seguía ahí. Siguió luchando contra las cadenas, al punto de sentir que sus brazos se iban a romper. Sus bramidos eran atronadores, como una bestia herida, se sentía su furia y dolor. Una chica casi fue devorada frente a él. Una vida de paz solo le había hecho débil, era poco más que un aldeano. Su cuerpo se cubrió en espeso sudor, mientras que de sus ojos caían lágrimas de vergüenza, al recordar sus años de gloria.




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