Llevaron a Delfina a un elegante edificio, con cornisas de piedra tallada y las paredes cubiertas de enredaderas floreadas. Dentro se veía un exquisito gusto para decorar, con altas cortinas de terciopelo púrpura, tapices tejidos con motivos religiosos de la diosa Enelfi (representaciones de la santa caballero, luchando contra el temible dios dragón Kael, o la misma rodeada de un halo de luz sosteniendo su espada, otros eran simplemente la espada con dalias amarillas enredadas, que era el símbolo de la diosa), los muebles eran de madera clara tallada. El lujo que mostraba aquel lugar contrastaba mucho con lo demás que había en el asentamiento.
Sarie, la elfa clérigo, trajo uno de sus vestidos, una refinada prenda de satín rosado, con mangas blancas de seda, con delicados lazos delineando su busto y su cintura, y un abombado fondillo blanco que le daba un aspecto infantil. También le dieron unas pantimedias blancas y botas de cuero blanco con tacón bajo. Le trenzaron el cabello, decorándolo con cintas rojas que caían delicadamente por su espalda.
Entonces, le trajeron un espejo, para que ella pudiera ver el cambio que le habían hecho. Pero jamás hubieran podido imaginar su reacción. Delfina abrió los ojos a todo lo que podían dar, sus pupilas se dilataron, sus labios palidecieron y su cuerpo se puso tenso. Con lentitud, se acercó al espejo y posó su mano sobre su reflejo. Acarició el espejo con gran nerviosismo, luego se tocó la cara y poco a poco fue deslizando sus manos por su cuerpo. Entre dientes pronunciaba palabras que las otras chicas desconocían. Se apartó del espejo, presionando su pecho con su corazón latiendo a mil por hora, respiró profundo y se sentó en una silla. Las dos mujeres estaban confundidas.
- ¿Estás bien? – Preguntó Sarie con suavidad.
Delfina solo asintió la cabeza.
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Los tres monstruos fueron escoltados por Gallard y Maür, con el elfo delante y el enano detrás. El camino estuvo lleno de un muy incómodo silencio. Les llevaron hasta un discreto edificio de piedra gris, cuya puerta de acero conducía a unas escaleras que bajaban por un oscuro pasillo. Los monstruos intuían lo que iba a pasar. Al llegar al fondo, la negrura todo lo cubría.
El silbido de un arma rompió el silencio. Vrokak apenas pudo reaccionar, el hacha del enano ahora estaba incrustada en su brazo, que chorreaba sangre púrpura en finos hilillos por su brazo.
- Eres rápido para ser un orco – Dijo Maür.
- Tú eres tonto para ser un enano – Respondió Vrokak sosteniendo con firmeza el hacha con su mano libre.
La diferencia de altura era considerable, pero en fuerza estaban bastante parejos, pero el orco logró sacarse el filo del brazo, que por ahora estaría limitado para pelear.
- ¡Cuidado! – Chilló Bhikz.
Una neblina luminosa cubrió al goblin, quitándole el aire para respirar. No podía defenderse.
Zaul salió al ataque con sus dagas contra el shamán, pero este le respondió los peces que había invocado antes, rodeándole y haciéndole daño. Pero el naga avanzó, aun con sus escamas arrancadas de las que salía sangre roja, logrando asestar un corte al pecho de su enemigo.
Mientras, Vrokak había desarmado al enano y ambos estaban en una lucha mano a mano. A pesar de lo que se podría creer, la diferencia de estatura perjudicaba al enorme orco. Le era difícil asestar golpes al hombrecillo, el cual, por el contrario, poco les costaba herirle. Pero ambos no solo eran muy fuertes, también tenían una piel muy dura. Al final, el orco se arriesgó agarrándole en un abrazo, Maür se defendía golpeándole la cara, la sangre púrpura que salía de su boca y nariz manchaban sus puños, pero el orco apretaba más y más.
El corte sufrido por Gallard, aunque considerable, apenas hizo que este se desconcentrara, liberando al goblin, que aprovechó para castear una bola de fuego, pero el daño fue menor debido a que los mismos peces que habían atacado a Zaul, sirvieron de barrera. Los ojos del elfo comenzaron a emitir luz y su cuerpo estaba rodeado de neblina. Dos espíritus de felinos con cuernos se materializaron tras él. Los animales comenzaron a atacar salvajemente a los dos monstruos. El goblin casteaba un escudo de energía que lograba parar a los felinos, pero que no le daba espacio para contraatacar. Por otro lado, Zaul intentaba cortar inútilmente a las bestias. Intentaba acercarse al elfo, pero le era imposible. Los grandes felinos, aunque etéreos, causaban grandes daños físicos.
Vrokak notó el aprieto en que estaban sus amigos, y también que Gallard había caído en trance, pues solo estaba de pie, con la energía espiritual rodeándole, los ojos en blanco y la boca abierta como si estuviera muerto. Con la vista borrosa por los golpes, el orco, aun con el enano en brazos, corrió contra el shamán para embestirle, cosa que logró, sacándole de su trance, cosa que hizo que los espíritus desaparecieran.
- ¡Corran! – Les gritó a sus compañeros.
Estos no dudaron ni un instante. Adoloridos, subieron las escaleras a toda prisa. El naga estaba muy herido, con la ropa destrozada y dejando un camino de sangre en su carrera. La gente gritaba al verles pasar. Tal alboroto atrajo a los guardias, que Bhikz apartaba con hechizos de sueño y parálisis (los hechizos mentales más básicos del manual). Y tal escándalo llegó hasta la base de los héroes, que era dónde se encontraban las chicas, sacando a Delfina del trance causado por el trauma.
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Editado: 10.04.2021