Profecía De Dos Mundos

CAPÍTULO 1

«LAS SOMBRAS SON MIS ALIADAS, Y EL CAOS ES MI HOGAR»

El universo oculta secretos que jamás debieron ser revelados. Susurra verdades antiguas, promesas rotas y advertencias que deberían haberse desvanecido en el olvido. Pero algunas noches, el velo entre lo oculto y lo visible se rompe. Y aquella era una de ellas.

En un callejón oscuro de la ciudad, bajo el débil resplandor de la luna menguante, se encontraba Crowley, el Príncipe de las Tinieblas. Su presencia era una contradicción: imponente, pero refinada; letal, pero elegante. Sus ojos, de un castaño engañosamente ordinarios bajo la luz del día, ahora brillaban con un rojo intenso. Vestía un traje de seda negra, como si absorbiera hasta el último reflejo de luz, y en su mano, un anillo demoníaco brillaba débilmente, recordando su origen infernal.

En la pared descascarada, alguien había rayado un símbolo circular con tiza roja, sus líneas entrelazadas tan gastadas por el tiempo que casi se confundían con las grietas del muro. No era graffiti común: era el Sello de los Tres Abismos, un emblema borrado de los registros infernales hacía siglos, tras la Gran Rebelión.

—Curioso —murmuró, deslizando un dedo sobre el dibujo. La tiza se deshizo como ceniza—. Alguien intentaba despertar lo que nunca debió existir.

Un viento arrastró un pedazo de periódico viejo hasta sus pies. La fecha de portada, ilegible salvo por el año: 1993. No era una coincidencia. Ese callejón, esa noche, era un nexo. Algo se acercaba, algo que desafiaba el orden de los mundos.

Fue entonces cuando ella apareció. Una figura pequeña y ágil, era Morrigan, una joven de cabello rojizo y ojos verdes. Aunque su apariencia podría haberse confundido con la de cualquier joven común, su presencia desafiaba la lógica de los mundos humano y demoníaco.

Sin dudar, se acercó a Crowley haciendo el menor ruido posible para pasar desapercibida y arrebatarle la cartera que llevaba en el bolsillo interior de su chaqueta. Sin embargo, Crowley no era alguien fácil de engañar. En lugar de reaccionar con violencia, esbozó una sonrisa burlona y dejó escapar una risa suave.

—¿Intentas robarme, pequeña estúpida? —susurró, su voz cargada de ironía—. ¿No te enseñaron que jugar con fuego termina en cenizas?

Antes de que Morrigan pudiera escapar, la sujetó por la muñeca. No hubo violencia, solo una fuerza implacable que la elevó del suelo, dejándola suspendida en el aire como una marioneta. Pero lo que realmente llamó la atención fue el aura demoníaca que percibió en ella. Era una energía contradictoria, una mezcla única de humanidad y algo más oscuro, ancestral, como si la muerte misma la acompañara dondequiera que fuera.

—¡Suéltame! —exclamó ella, con una voz que intentaba sonar desafiante, pero que temblaba ligeramente.

Crowley se inclinó hacia ella, acercando su rostro al de la muchacha hasta que su aliento frío rozó su mejilla.

—¿Y qué harías si no lo hago? —susurró, su tono cargado de ironía—. ¿Gritarías? ¿Llamarías a alguien que no pueda oírte?

Morrigan forcejeó, pero sus esfuerzos eran inútiles. Un escalofrío recorrió a Crowley: algo desconocido bloqueaba su magia, como si el universo se opusiera a su control. Antes de darse cuenta, la muchacha se retorció con una fuerza inesperada. Sus pies golpearon su pecho, y en un instante, se liberó dejándolo en el suelo al perder el equilibrio. Su magia, que habría reducido a cenizas a cualquier mortal, se desvaneció como si chocara contra un muro invisible.

Se levantó con elegancia, quitándose el polvo imaginario de su traje con un gesto tranquilo. Sus ojos, sin embargo, brillaban con una chispa de admiración.

—Interesante —murmuró él, ajustándose la corbata—. ¿Cómo sabes lo que soy, pequeña? —preguntó, observando cada movimiento de la joven.

La joven lo miró con frialdad, sus ojos verdes brillando con una determinación que contrastaba con la oscuridad del callejón. Cada palabra suya era un desafío, una negación a someterse a su poder.

—Los rumores corren entre las sombras. Dicen que el Príncipe de las Tinieblas merodea por lugares como este cuando el velo es débil —respondió, limpiándose una mancha de suciedad de la manga—. Y tu anillo… —señaló el objeto que brillaba en su mano—. No es difícil reconocerlo si sabes dónde buscar.

Crowley arqueó una ceja. Alguien le había hablado de él, alguien que conocía su pasado. Pero ¿quién?

—No eres humana. Tampoco demoníaca. ¿Quién te enseñó a reconocernos?

Ella guardó silencio por un instante, como si recordara algo.

—Alguien que sí sabía pelear contra tu especie —replicó, y antes de que Crowley pudiera interrogarla más, añadió—: Solo venía a ver si el gran Príncipe era capaz de enfrentarse a alguien de su propia especie. Parece que te falta práctica.

Crowley, dejó escapar una risa baja impresionado por la insolencia de la muchacha, era raro que alguien, lo sorprendiera tanto.

—Tienes un espíritu libre, eso es innegable —respondió con una sonrisa divertida—. Pero te advierto, las decisiones rápidas pueden tener consecuencias inesperadas. Y yo, querida, soy el maestro de lo inesperado.

Se ajustó el cuello de su camisa con elegancia, observándola con una mezcla de intriga.




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