Tras la esclarecedora revelación, por parte del anciano hechicero Eldron, en torno a sus brazaletes y el vínculo entre sus destinos, Arion y Elara emprendieron camino sin demora, desde las Montañas de Cristal hacia las tierras bajas del este, donde según los indicios que poseían, podría estar ubicado el reino que vieron consumido por las sombras, en su inquietante visión compartida.
Movidos por su firme propósito, pero sin mapas fiables que guiaran la ruta, los jóvenes viajeros dependieron inicialmente de su instinto, adentrándose por senderos serpenteantes entre colinas boscosas y cruzando caudalosos ríos. Pese a los evidentes peligros que una travesía así implicaba, el ánimo entre la peculiar pareja era optimista, enriquecido por una creciente cercanía.
Distraídos como estaban ante los descubrimientos recientes que entrelazaban sus destinos, ninguno reparó al principio en la atracción física que se iba gestando entre ambos, como un retoño tímido, pero vibrante de vida. La química se fue afianzando mientras Arion y Elara alternaban historias sobre sus respectivos hogares mientras caminaban o disfrutaban de sus frugales comidas.
Cuando la cruda realidad alcanzó a los ensoñados viajeros en forma de una jauría de viles criaturas y engendros con ojos de fuego; espada y hechizos conjurados repelieron a los atacantes, dejando a los dos héroes sofocados, pero ilesos, con las mejillas coloradas y sus corazones agitados por los combates.
Así, entre experiencias que entremezclaban lo mundano y lo extraordinario, no sólo se gestaba el futuro de vastos reinos desconocidos, sino también la historia común de aquel peculiar caballero nacido príncipe y la hechicera surgida de nieblas ancestrales. Unidos ahora no solo por un vínculo antiguo con raíces entre las estrellas, sino también por nuevos lazos cuyas semillas germinaban a ras del suelo, entre senderos escabrosos y bajo la protección susurrante de bosques milenarios.
Tras interminables jornadas cruzando inhóspitos parajes y luego de sobreponerse a las emboscadas de bestias salvajes y otros peligros agazapados en los bosques y montes, los valientes Arion y Elara finalmente llegaron a un paraje que les resultó siniestramente familiar. Frente a ellos se elevaba el puerto de Los Colmillos, aquel desfiladero rocoso que reconocieron de la terrible visión que presenciaron al unir sus manos en las ruinas donde se conocieron.
Siguiendo los rastros de su fatídico destino, Arion y Elara finalmente arribaron agotados a los límites de Melekard y divisaron la imponente silueta del Castillo Estoque con sus altísimas torres como afiladas garras perforando el cielo. Una oscura nube de energía maligna envolvía la estructura, irradiando como veneno por los campos circundantes marchitando todo a su paso.
El corazón de los jóvenes se encogió al corroborar que aquel era el reino maldito sobre el cual aún tenían una vaga noción de la amenaza demoníaca que lo consumía. Descendieron rápidamente hacia la llanura, pero a medida que se acercaban la vegetación escaseaba hasta tornarse un páramo desolado, y el hedor a azufre y muerte calaba hasta los huesos.
Podían distinguir las altísimas torres, como garras de piedra desgarrando las nubes oscurecidas a su alrededor. Estas giraban perezosamente en espiral, irradiando energía corrupta sobre los campos circundantes, marchitando todo vestigio de vida. Ni rastro quedaba de poblados o gente, solo interminables distancias de árboles petrificados por un suelo agrietado colmado de cráneos y huesos humanos disecados.
Fue cuando divisaron la imponente muralla exterior de la fortificación de Estoque, que comprendieron cabalmente la magnitud de la adversidad a la que se enfrentaban. Ahí, sobre cada resguardo corroído por el odio, encaramados como aves rapaces aguardando una orden invisible, había decenas de abominables engendros. Parecían humanos putrefactos de extremidades demasiado largas y rostros congelados. Sus ojos irradiaban un brillo intensificado por la proximidad de su amo, el siniestro Mondark, cuyo poder maléfico casi podía palparse en el aire como una tormenta eléctrica a punto de descargar.
La opresiva aura oscura englobando aquella fortaleza dejaba en claro que Mondark, el demonio, se hallaba dentro, incrementando su poder gradualmente hasta tornarse invencible.
El caballero y la hechicera supieron instintivamente que estaban frente a la calma que precede la definitoria tormenta. Era el momento para el cual se habían preparado y el destino aguardaba. Contemplando sus rostros pálidos, Arion y Elara intercambiaron un último apretón de manos. Habían llegado al punto sin retorno. Era ahora o nunca. Sin mediar palabra, tan solo una mirada cómplice que bastó para transmitir todo lo que las palabras no alcanzaban a expresar, los jóvenes se internaron sigilosamente hacia el corazón del dominio amenazante del ancestral señor demoníaco. La batalla final se acercaba …
Amparados por el manto protector de la noche y guiados tan solo por la tenue luz de luna colándose entre las nubes de energía oscura que envolvían el Castillo Estoque, Arion y Elara se aproximaban al interior de los dominios del temible Mondark.
Avanzando entre las retorcidas siluetas de árboles calcinados por el odio, los jóvenes localizaron un acceso disimulado en los muros externos de la colosal muralla. El pasadizo debía conectar con algún túnel olvidado en las mazmorras del castillo, los gritos lejanos y el hedor a azufre les guiaron. Sin dudarlo, se adentraron en la oscuridad sofocante.
Tras lo que pareció una eternidad, adentrándose en un laberinto de corredores, finalmente accedieron a lo que supusieron era la catacumba central, donde una luz verdosa proveniente de antorchas permitía intuir lo suficiente para no caer por algún precipicio o activar las trampas ocultas que seguramente abundarían.
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mundo de fantasía, batalla entre luz y sombras, tiempos legendarios
Editado: 12.12.2023