Profecía Inconveniente

Capítulo 1: El Arte de Odiar a Primera Vista (y el Aroma a Lavanda Barata)

El Torneo de la Concordia no se parecía en nada a los relatos de caballeros y gestas heroicas que Theo había leído de niño. La arena, en lugar de estar cubierta de polvo y sangre, brillaba bajo una capa de seda carmesí que ocultaba cuidadosamente los baches. Las gradas no rugían con el clamor de la batalla, sino que zumbaban con el murmullo ansioso de nobles ajustándose las túnicas y disimulando, con torpeza, las manchas de vino de la noche anterior.
Y en lugar del estandarte de Eldoria ondeando orgulloso, un tapiz gigantesco con dos labios grotescamente fruncidos presidía el palco real.

Theo, Príncipe Heredero de Eldoria, apretó los puños. Llevaba su mejor armadura de gala, pulida hasta brillar como un espejo, lo que contrastaba dolorosamente con su expresión de pocos amigos. Se sentía un idiota.
Un noble de alto rango.
Un militar de carrera.
Y estaba a punto de participar en un concurso de besos.

—Por el amor de todos los dioses que se niegan a intervenir —masculló entre dientes, ajustándose el broche de la capa— Esto es una farsa.

—Es el destino, cariño —respondió una voz aterciopelada a su lado— Y tiene un sentido del humor deplorable.

Theo bajó la vista. Barnaby, el gato oráculo que había aparecido de la nada en el palacio una semana antes, estaba cómodamente instalado sobre una almohada de terciopelo que alguien, inexplicablemente, había colocado en el palco real solo para él. El gato lo observaba con unos ojos dorados demasiado inteligentes para pertenecer a un animal corriente.

—¿No deberías estar en el Altar de las Eras, dando consejos crípticos? —replicó Theo.

—Las profecías son más divertidas cuando se presencian en vivo. Además, la alfombra de allí huele a polilla. Necesitaba un buen drama… y un aperitivo de arenque.
—dijo, ladeando la cabeza —Hablando de dramas, tu competencia está llegando.

Theo siguió su mirada. Al otro lado de la arena avanzaba la procesión de Aetheria. Y en el centro, como un sol andante, venía Rowan.

El príncipe Rowan de Aetheria era todo lo que Theo detestaba.
Su cabello rubio dorado brillaba como si hubiera sido bendecido con purpurina mágica. Vestía una túnica verde esmeralda que hacía juego con unos ojos de un azul tan claro que parecía irreal. Sonreía. Siempre sonreía. Y cada uno de sus movimientos era tan fluido, tan seguro y tan perfecto que a Theo le daban ganas de gritar.
Mientras Rowan se acercaba, la niebla púrpura de la Plaga Oscura, suspendida ominosamente sobre las gradas superiores, pareció ondular levemente, como si estuviera observando con interés.

—Ahí está —maulló Barnaby con evidente satisfacción— El Príncipe Encantador. Huele a lavanda… y a una desesperación muy bien embotellada.

Theo frunció el ceño.
—¿Qué se supone que significa eso?

—Significa que esa sonrisa es más falsa que los gemelos del Barón de Oakhaven —respondió el gato sin apartar la vista de Rowan— Y que te va a irritar hasta la médula. Es tu opuesto, Theo. Tu némesis. Tu peor pesadilla… o tal vez…

Barnaby dejó la frase inconclusa y se giró para lamerse una pata, como si no acabara de insinuar nada importante.
Rowan se detuvo frente al palco de Eldoria. Su sonrisa no vaciló ni un segundo. Su séquito de nobles lo flanqueaba, atentos, expectantes.

—Príncipe Theo —saludó Rowan, con una voz tan meliflua como el néctar de las flores— Qué honor verte. Tu reputación de… seriedad te precede.
Theo se negó a quedar por debajo en cortesía sarcástica.

—Príncipe Rowan —respondió, inclinando apenas la cabeza— Y a ti te precede tu reputación de… vivacidad. Es un milagro que no te hayas tropezado con tanta energía.

Los nobles de ambos reinos se tensaron. Barnaby soltó un ronroneo bajo y satisfecho.

—Espero que el torneo sea un éxito —añadió Rowan, con una chispa en la mirada que Theo no supo descifrar. ¿Desafío? ¿Burla? ¿Aburrimiento?

—Lo mismo digo —replicó Theo— Por el bien de nuestros reinos, claro. No por el espectáculo.

Rowan rió, un sonido ligero y musical que provocó el sonrojo de más de un guardia de Eldoria.

—Por supuesto. El destino de nuestros pueblos… y no el deleite de ver a la nobleza besarse torpemente. Jamás.

Fue entonces cuando la Plaga Oscura, como si se sintiera insultada por tanta falsedad, se deslizó un poco más hacia el borde de la arena. Un asistente del palco real gritó de repente:

—¡Ay! ¡Mis calcetines no combinan! ¡Y odio a mi cuñado!

La multitud se sobresaltó. Los sacerdotes reaccionaron de inmediato, lanzando un conjuro menor para contener la niebla, pero el mensaje había quedado claro: la Plaga estaba impaciente.

El Sumo Sacerdote de Eldoria, un hombre menudo cuya barba parecía haber escapado de un arbusto, se aclaró la garganta.

—¡Nobleza de Eldoria y Aetheria! ¡Ha llegado el momento! ¡Que comience el Torneo de la Concordia! ¡Que la magia de la profecía guíe nuestros labios!

Los tambores resonaron. Theo y Rowan se miraron. La antipatía entre ellos era casi tangible.

Barnaby bostezó largamente desde su cojín.
—Este va a ser un día muy largo —maulló— Y no tengo suficientes arenques para esto



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Editado: 20.12.2025

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