Profesor

TREINTA Y OCHO

Aquí me encuentro, en el asiento del copiloto junto a mi hermano y una larga y aburrida carretera. Vamos de camino a la casa de mis abuelos, ¿Por qué? Simple, mis padres van de campamento cada año y pasan varios días cerca del lago, años anteriores me quedaba en casa de mis amigas pero cuando nos mudamos accedieron a que Luke se quedara conmigo en el próximo viaje.
Lo malo ahora es que en castigo por lo ocurrido con James y Aidan – aún cuando no tuve nada que ver en la versión que les dijeron a mis padres– decidieron llevarme.
Vaya castigo, en cualquier otro momento hubiera puesto el grito en el cielo, pero lo que más quería era alejarme de todo ese caos y así lo hice.

Llevamos dos horas en pleno silencio, Luke lleva puesto sus auriculares asesinando sus oídos con metal y yo escucho música pop en la radio, somos muy diferentes pero sabemos arreglarnos para estar ambos conformes. Lo observo unos momentos, ahora que lo veo mejor y detenidamente veo cierto parecido conmigo, Paul tiene razón, definitivamente no hay manera de negar que somos hermanos. De pronto recuerdo, se supone que mi hermano estudia arquitectura no arte, me intriga y mucho. 
Estoy al tanto de que habló con papá sobre eso pero me molesta que no me haya dicho nada en absoluto.

—¿Luke?— digo tocando su hombro.

—¿Si?— responde quitándose un auricular.

—¿Qué tal la universidad?— trato de verme inocente en la pregunta.

—Pues... Bien... Ya sabes... Lo normal.— se encoge de hombros.

—Dime, ¿Qué tal la arquitectura?— sigo intentando.

—Aburrida— responde observandome de reojo.

Me mantengo en silencio, ¿Debería preguntar directamente? ¿Se enojará? ¿Por qué lo oculta? ¿Qué pasa por su mente? Cuando éramos más pequeños nos contábamos todo, incluso él fué quién me dió la famosa "charla" cuando tuve la edad suficiente y llegó de visita por primera vez la tan odiada "Regla".
Suspiro, me pongo nerviosa en éste tipo de situaciones y sólo lo observo unos minutos.

—Bella— lo observo— ¿Qué quieres saber en realidad?

—Yo... Bien, verás... Conocí a un profesor  hace unos días atrás y él supo enseguida que yo era tu hermana. —digo nerviosa.

—¿En serio? Dios, seguro dijo que nos parecemos— ríe —Es imposible no ver el parecido entre tú y yo.

—Pues, si.— río también— Su nombre es  Paul Lombardi.

Mi hermano volteó a verme sorprendido, rápidamente apartó la vista, se mantuvo tenso mirando la carretera y yo —por ahora— no preguntaré más. Se notaba que se debatía entre decirme algo o no, lo entiendo pero debe darme una explicación ya que mis padres creen que él está – dentro de todo, ya que no volvió a mencionar el tema– satisfecho estudiando arquitectura y resulta que – aparentemente– se encuentra cursando artes en una universidad totalmente distinta; no tiene nada de malo al contrario, pero ¿Por qué ocultarmelo? ¡Podría haber metido la pata por no saberlo!

Sospechoso.

Demasiado sospechoso.

El auto se detiene, observo a mi alrededor y veo una hermosa y pintoresca casita, con un enorme jardín lleno de flores y un camino de piedra que invita a disfrutar del lugar. Suspiro. Éstos días los utilizaré para aclarar mi mente, para pensar de qué manera puedo explicarle lo que ocurrió a Aidan, a cada momento recuerdo lo que me dijo y las ganas de llorar me invaden, pero no quiero que mi familia empiece a interrogarme o peor aún, que busquen a Aidan para averiguar de mí.

—Bella, lleva tus maletas hijas, elige una de las habitaciones— me sonríe mamá mientras baja las reposeras del auto.

—Claro— camino con mi bolso  y mi mochila, el aire fresco alborota mi cabello y me hace sonreír.

Por dentro la casa sigue igual a como la recuerdo, la última vez que vine tenía doce años y al poco tiempo mi abuelito falleció. Lloré mucho pero Anny me consoló diciendo que en el cielo les hacía más falta, que ingenua era en ese entonces.
Veo las fotografías y los cuadros, los sillones color crema lucen impecables y la mesita del centro tiene un gran y antiguo florero vacío; pronto tendrá unas hermosas rosas, tulipanes y calas, todas que yo misma cortaré y colocaré. 
Subo las escaleras, cinco habitaciones me reciben pero me dirijo a la última, la de mi abuela, siempre amé su cuarto, era muy femenino y delicado y sigue igual aún con el pasar del tiempo. Dejo todo sobre la cama, tiene un bello dosel blanco y juro por Dios que aquí entran tres personas al dormir; me lanzo a la misma y me retuerzo estirando mis músculos agarrotados por el viaje en una sola posición.

Observo mi móvil, nada.

Ni un mensaje.

Ni una llamada.

Ni nada.

Antes de salir de casa llamé a Aidan pero no contestó por lo que le dejé un mensaje de voz diciendo que mis padres me obligaban a venir de campamento. Decido mandarle un mensaje ahora mismo, tal vez yo deba dar el primer paso como me recomendó Cam.




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