Profesor Luna

Capitulo 2

Layla acompañó a su hermana a la parada del autobús escolar que pasaba cada mañana por su calle, después de prometerle que iría a hablar con su profesor y que su madre no se enteraría.

Esa mañana, la mayor de las hermanas había despertado con una sensación inquietante en el pecho y una migraña terrible, consecuencia de sus clases nocturnas. No había querido aceptar que tal vez necesitaba un descanso de todo, pero estaba comenzando a hacerlo.

Le envió un mensaje a la que consideraba su única amiga verdadera; Emma, para que la cubriera en el trabajo y ella, por supuesto aceptó. La había conocido en la cafetería. Emma fue la primera persona con la que sintió que realmente conectó, siempre la cubría y le daba buenos consejos sobre chicos, aunque veían las cosas de maneras muy distintas. Emma era una soñadora y creía en amores eternos. Layla, por el contrario, era del tipo de chica que pensaba que había cosas más importantes que el amor romántico, le costaba bastante abrirse y comprometerse. La culpa la tenía toda su situación englobada, pues la mayoría de los chicos de su edad no están preparados para una chica como ella; cuyas metas y sobre todo responsabilidades son las de una persona mayor. Emma le llevaba algunos años en edad, situación a la que Layla atribuía el éxito de su amistad y su buena conexión.

Con el trabajo cubierto, comenzó a enfocarse en su plan para lucir un poco mayor. Lo que había dicho Lía sobre ella luciendo vieja, podría tomarse como una mentira. Para los ojos de una niña de nueve años todos lucen un poco viejos.

Pero el rostro de Layla era lo que se puede llamar un rostro de bebé. Las mujeres de su familia tenían la suerte de poseer genes de 'come años'. Tal vez eran los ojos claros de grandes pestañas y brillo inocente, la forma de su rostro o la piel suave. No lo sabía con certeza, pero había algo que aseguraba que aún si pasarán veinte años; seguiría luciendo relativamente joven.

Para muchos eso es una suerte. A Layla no le disgustaba que siempre le cuestionaran su edad y al saberla mostraran sorpresa. Pero en aquel momento, se preguntaba cómo podría aumentarse algunos años y se sintió muy tonta por haber aceptado seguirle el juego a Lía.

Esperó ansiosa en su recámara hasta que su madre salió de casa haciendo repiquetear sus tacones de aguja. La imaginó con su habitual traje sastre de falda ajustada y la mirada de fastidio, dirigiéndose a la oficina de abogados en la que era secretaria.

Había temporadas en que su madre parecía ganar cordura y comenzaba a ser amable y a tratarlas bien. Les pedía disculpas, les prometía cambiar y ser menos explosiva y dispersa, pero siempre terminaban convirtiéndose en sólo promesas y en sus únicos buenos recuerdos junto a ella. Era como una clase de adicto en recuperación, sólo que no había adicciones, eso era lo peor; no había un motivo que justificara con razones de peso su actuar.

Victoria Alexander había sufrido mucho a lo largo de su vida, las desgracias la seguían como abejas a la miel, y múltiples veces sintió que su vida estaba arruinada incluso antes de convertirse en madre. Hay personas que atraviesan por el dolor y luego florecen, haciendo de sus vidas algo mejor, algo positivo. Pero no era el caso de Victoria, cada uno de sus problemas, fallos y derrotas los había guardado en su interior como una colección de pena y dolor, volviéndose una mujer rencorosa y amargada. Ella nunca había sabido lidiar con los problemas, el dolor y las decepciones y nunca había tenido alguien que le enseñara a hacerlo o al menos que la acompañara en el camino. Su madre; abuela de Lay y Lía, había sido una mujer excepcional, pero había fallecido cuando Victoria era muy joven, dejándola sola y sin armas suficientes para enfrentarse a la crueldad del mundo.

Layla sabía todo esto por lo que su madre le contaba cuando estaba de buen humor o en medio de algún reproche, dependiendo el caso. Lay suponía que entonces Victoria había tenido que aprender a hacerse la fuerte y había tropezado muchas veces en el intento. Hasta que se convirtió en lo que era ahora. Quizá aquel mal carácter era la única coraza que le había servido de verdad.

Layla no quería ser como su madre… nunca. Ella no las mimaba o consentía, no las protegía ni las hacía sentirse amadas, para eso se tenían la una a la otra; Lía y Layla. Pero al menos ya le había enseñado lo que Victoria siempre se quejaba de haber querido saber antes; hasta la persona que más amas te puede traicionar y decepcionar. No debes esperar mucho de nadie.

También de alguna forma ser hija de Victoria le había enseñado a ser fuerte, porque cuando por las noches tienes miedo y sabes que quien debe consolarte no lo hará... Ser fuerte es lo único que puedes aprender a ser.

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