Profesor Luna

Capítulo 4

 

Daniel Luna era lo que se considera un hombre enamoradizo. Podía ignorar con facilidad muchos atributos, excepto los de una clase. Porque caía fácilmente en misteriosos encantos femeninos, aun así, muy pocas veces una mujer había llamado su atención como aquella tarde. Y no era que estuviera pensando en ella como una posible conquista, pero había despertado su curiosidad y la curiosidad de aquel hombre era imparable. Comenzaba como una ligera necesidad y se transformaba con el impacto de un huracán en un férreo requerimiento para continuar su vida en paz.

Por esa razón la alcanzó justo a la salida de la escuela.

—Sra. Alexander —la llamó con un inusual esmero que le habría gustado moderar, para no parecer tan exaltado.

Ella se giró a mirarlo.

Y Daniel se dio cuenta de que tal vez estaba siendo un poco precipitado; no sabía nada de ella. Ni siquiera sabía si estaba casada, aunque se había fijado en que no llevaba una sortija y Lía no había mencionado a su padre ni una sola vez en el tiempo que llevaba siendo su maestro. Luego de su pequeña lucha interna, se decidió a dar el primer paso para saciar un poco su entrometida curiosidad, utilizando la mejor y única excusa que tenía disponible.

—Si está dispuesta podemos ir por un café para hablar sobre su hija, conozco un lugar aquí cerca —le dijo con una sonrisa cordial. 

Ella parecía considerarlo mientras sus ojos verdes lo observaban con desprolijo detenimiento. Indescifrable, así parecía Layla Alexander. No había ningún gesto que delatara lo que ella estaba pensando. Ni siquiera una respiración fuera de ritmo o un movimiento ligero de la bosa. Nada.

Pero, ciertamente no le habría gustado saber que Layla pensaba en que era un estúpido y engreído. Al menos ya tenían algo en común; no generaban las mejores primeras impresiones.

Layla también pensaba en su hermana y en lo poco que deseaba que tuviera problemas con su madre. Así que, siguiendo la lógica de su plan, se tragó el orgullo y las ganas de negarse y le dio una sonrisa forzada.

—Me parece perfecto —soltó, sus dientes apretados hicieron sonar aquello como todo lo contrario. 

No encontraba una buena razón para estar tan a la defensiva y sentirse tan tensa ante aquel hombre, pero le era difícil dejar de estarlo. Era como si su presencia hubiese llevado un aire de algo desconocido pero angustiante alrededor de la chica.

Él le indicó con un brazo la dirección hacia la salida de la escuela. Layla comenzó a caminar delante de él y aprovechó que aquel profesor no podía ver su rostro para respirar hondo varias veces, intentando deshacerse de su propia hostilidad.

Caminaron un par de minutos, en los que Layla consiguió relajarse un poco. Seguía las instrucciones sobre el camino que debían tomar en completo silencio. Para cuando llegaron a un pequeño restaurante de aspecto tranquilo y clásico, ella ya estaba mucho más preparada para interpretar su papel. Esta vez no se dejaría fastidiar con tanta facilidad por las simpáticas sonrisas de su acompañante.

El lugar estaba casi vacío, por lo cual Layla se sintió agradecida; las miradas curiosas no eran de su agrado. Con articulada serenidad, caminó al interior del establecimiento y eligió una mesa del fondo. Se sentó de inmediato en una de las dos sillas disponibles, sin siquiera dejar oportunidad de mostrar su caballerosidad al hombre que la seguía contrariado.

Daniel se quedó pensando en su madre diciéndole que siempre debía desplegar la silla para una dama, cosa que a Layla Alexander no parecía ni pasarle por la mente. Lo miraba con un deje de confusión, esperando a que tomara el asiento frente a ella, por lo que, él simplemente lo hizo. Se obligó a dejar de lado el inquietante comportamiento tan descomplicado y a la vez tan serio de aquella mujer.

Ella pidió una limonada y él un café sin azúcar, como si de una demostración de contrariedades se tratara. Layla apenas pudo contener su mueca de desagrado al escuchar lo que él estaba ordenando. Quería decir que el café sin azúcar era asqueroso, pero no lo hizo, por suerte.

—Bueno, ahora si me puede decir lo que está mal con Lía… —soltó Layla un tanto impaciente. No podía seguir esperando y soportando la incomodidad que comenzaba a llenar el ambiente.

El tono firme de su voz hizo suponer a Daniel que ella era una persona muy directa, lo cual no estaba tan lejos de ser real.

—En realidad no hay algo mal como tal, sólo necesitaba resolver una duda que me ha surgido... Como profesor de Lía, he observado su comportamiento y aunque no llevo tanto tiempo impartiendo clases en esta escuela, la actitud de los niños es algo con lo que estoy familiarizado. Es habitual que los niños tengan cambios de humor, pero, Lía últimamente ha presentado un aumento desmedido en dichos cambios... Por lo que, necesito saber si ella tiene problemas en casa —emitió como una ligera exhalación, que tendría el efecto contario.

Las cejas de Layla se elevaron instintivamente con la última frase, vaya que él estaba siendo directo también. 

Tragó la espesa sanación que se había formado en su garganta. No esperaba que la conversación siguiera esa ruta. La respuesta era obvia para ella, pero no quería contarle sus problemas familiares a aquel hombre, que la seguía mirando como si pudiera adivinar sus pensamientos.




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