Profesor Luna

Capítulo 5

 

Las perspectivas pueden ser cambiantes y subjetivas para cada persona. Y como todos; Layla también tenía una forma única de ver cada situación, de percibir a cada persona de acuerdo con sus sentimientos y pensamientos. Normalmente trataba de encontrar lo bueno, aunque en ocasiones la negatividad ganaba la batalla.

Esa tarde, cuando llegó a la puerta de su vecina sintiendo la blusa bajo el blazer pegarse a su espalda por el sudor, con la respiración entrecortada y los pies punzando por haber corrido en tacones todo el camino de regreso, algo cambió. Cuando tuvo frente a frente a Lía, se dio cuenta de que la forma en que la había visto durante casi diez años sufrió un pequeño cambio. Después de la nueva información sobre Lía que acababa de conocer, su perspectiva sobre esa niña que cargó en sus brazos siendo un bebé ya no era la misma y probablemente ya no lo sería.

Hay ocasiones en las que idealizamos sin intención a las personas que amamos, pero hay cierta negatividad en hacerlo y es que estas creaciones de nuestra mente y corazón son tan frágiles que un simple hecho, una simple acción puede romper y acabar con ellas, convirtiendo en ruinas inevitablemente dañadas nuestra esperanza.

Lía siempre había sido una niña tierna y comprensiva. Al igual que Layla, Lía prácticamente había tenido que aprender la palabra independencia antes que cualquier otra y no parecía estar mal. Victoria siempre decía; “las chicas Alexander somos fuertes”, así que, debía ser cierto, ¿o no? Pero poner este tipo de cargas emocionales sobre una niña tan pequeña no puede tener resultados buenos y aunque Layla pensaba que su hermana era la excepción; un diamante brillante entre piedras, se había dado cuenta que esto no era del todo cierto y no la culpaba. Pero no podía evitar sentir tristeza por ella, por su niñez y por lo difícil que sería tratar de encontrar una solución para sanar las heridas de su hermana y evitar que se convirtiera en una persona tóxica, resentida o rencorosa.

La llevó a casa, al tomar su mano sintió como si sus ojos se hubiesen abierto por completo a la realidad. No fue difícil adivinar que el malestar de su hermana básicamente se debía a la preocupación y nervios que le generaban saber que probablemente el profesor Luna le diría toda la verdad a Layla.

Lía sabía que la única persona que la amaba de verdad estaría decepcionada de ella y eso la ponía mal.

Era una niña ante los ojos de cualquiera, pero era muy inteligente y observadora, así que al ver la mirada perdida de su hermana mayor podía notar que ahora ella sabía todo y suponía que estaba molesta.

Para Layla, más allá de un enfado, la situación le causaba una profusa tristeza, porque la inocencia y bondad de Lía que siempre había buscado proteger ahora estaba probablemente dañada y no podía evitar sentir algo de culpa también.

Una frente a la otra en su comedor para cuatro personas, Lía con los pies colgando y la mirada preocupada y Layla con el cabello revuelto y el semblante serio, se encontraron una vez más con su realidad, eran sólo ellas dos, en la casa silenciosa y en la vida.

—Perdón —susurró Lía mirando a su hermana, quien negó con la cabeza.

—Perdóname tú a mí, por no pasar más tiempo contigo. Sé que lo que hiciste no estuvo bien y tú lo sabes también, debes prometer que no lo harás de nuevo. No sabes lo mal que pudo sentirse la otra niña y lo mucho que tus acciones pudieron afectarla. Yo ya te he contado lo mal que me hacían sentir mis compañeros en la escuela. Y tú sabes que debes tratar a las personas que te rodean como te gustaría ser tratada —su voz era tranquila, así como la sensación que iban dejando las palabras a su paso.

Ni siquiera tenía que darle una charla completa, Lía sabía que había actuado de forma incorrecta y con cada palabra que salía de la boca de su hermana sus ojos se iban llenando de lágrimas.

—No lo haré de nuevo, lo juro —soltó con su temblorosa voz infantil.

Layla había descubierto que su hermana podía ser cruel, como cualquier otra persona. Pero en ese preciso momento se dio cuenta que aún la conocía; Lía seguía siendo la misma y Layla sabía que su arrepentimiento era real. Tomó sus pequeñas manos entre las suyas.

—Eso espero —apuntó, mirándola a los ojos.

Quizá debió haber sido dura con ella o decir más palabras que la hicieran reflexionar o imponerle un castigo, pero ella no era realmente su madre. No sabía cómo tratar esas situaciones y hacía lo mejor que podía para cuidar de Lía.

Cuando la pequeña se calmó y después de que jurase por centésima vez no volver a tratar mal a nadie, comenzaron a preparar la cena. Layla cocinó pasta y ambas la comieron juntas, platicando sobre cualquier cosa que llenase el silencio. Cuando Lía preguntó con cautela sobre cómo se había portado su maestro Layla río un poco, porque no había otra reacción existente que pudiese expresar mejor lo que pensaba.

—Odioso… Bueno, sólo al principio. Después ya fue más profesional y al final fue amable —dijo recordando un poco su encuentro y por algún motivo extraño se preguntó qué estaría haciendo el profesor Luna en ese instante.

Lía estuvo feliz de saber que su hermana había comprobado que era un hombre odioso. Para la niña, que su hermana mayor estuviese de acuerdo con su juicio sobre Daniel Luna significaba que aquel adjetivo podía comenzar a ser una ley verídica que describía a su profesor y no sólo un mal apodo que las niñas cotillas se pasaban entre risas y susurros.




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