Profesor Luna

Capítulo 6

 

Despertó con una sonrisa en el rostro, después de soñar con salones de clases, maletines elegantes y atractivos hombres adultos a los que les mentía descaradamente sobre su edad, su vida y… todo.

Meditó unos segundos sobre aquello y se encontró a sí misma ridícula, así que empujó todas las extrañas ideas de su cabeza. Al mirar su celular se encontró nuevamente con el mensaje que no había respondido porque cada vez que lo intentó sus respuestas le parecían patéticas y rebuscadas. Decidió ignorar eso también, ya que se le estaba dando muy bien.

Se apresuró a alistarse para comenzar con su ya ensayada rutina. Ayudó a Lía con su uniforme y comieron cereal con leche en silencio. Acompañó a su hermana, después de un cálido abrazo se quedó sentada en la banqueta de la parada hasta que vio al autobús escolar alejarse.

En el cielo azul ya comenzaban a asomar los primeros rayos del sol, sin embargo, el aire era frío y erizaba la piel de sus brazos. Su suéter color morado era tan delgado que hubiese dado igual si se lo quitaba, pero le gustaba. La madre de Emma se lo había regalado la navidad anterior, aquel gesto había conmovido a Layla en sobre manera y desde entonces pensaba en esa época con cariño.

Sus pasos sobre la acera eran rápidos y fluidos, como sólo pueden serlo los de alguien que ya sabe de memoria el camino. Su mente divagaba entre pensamientos aleatorios, como la magia que había en las arrugas del rostro cansado de la mujer que paseaba su perro que trató de olisquear los zapatos deportivos de Lay cuando pasó por su lado. Luego pensó en el llanto de un bebé a lo lejos y el angustioso maullido de un gato a modo de inesperada respuesta. A su lado los coches repletos de niños que se dirigían hacia la escuela la hacían mirar con añoranza las sonrisas de las madres desveladas. Por el rabillo del ojo vislumbró a un hombre al otro lado de la calle, él caminaba con tal soltura que comenzó a recordarle al profesor Luna, antes de que su mente siguiera por ese camino el olor a café de grano y pasteles recién horneados entró por su nariz, salvándola de sus extraños pensamientos. Justo a tiempo.

Levantó la vista, había llegado al local #12 de la calle España. Era un lugar moderno y bonito, adornado con distintos tonos de color rosado y sillas blancas que Connie; la dueña, había añadido con la idea de hacer lucir un estilo vintage-romántico. Una jaula para pájaros llena de artificiales flores rosas colgaba en un costado de la entrada. Layla ya conocía tan bien aquel lugar que tal vez podría dibujarlo de memoria, aunque no era nada buena dibujando.

Caminó hacia el costado izquierdo del establecimiento, donde un callejón de esos tan lúgubres que causan miedo por las noches separaba 'Los pasteles de Connie' de la siguiente tienda; un restaurante de comida oriental.

El callejón era una grieta gris y apestosa entre dos locales de comida que generaban bastante basura y desperdicio. Pero no le quedaba otra opción que visitar ese temible rincón, pues era el lugar por donde los empleados debían entrar. Así que contuvo la respiración hasta que estuvo al otro lado de la puerta. Fue directo a dejar sus pocas pertenencias en el área de vestidores, para proceder a ponerse la linda polo rosada que llevaban como uniforme.

En cuanto puso un pie en la cocina, la voz entusiasmada de su amiga Emma le sacó una sonrisa instantánea.

—¡Hola, Lay!

—¿Qué tal está todo hoy? —le preguntó Layla al tiempo que amarraba su cabello castaño en una coleta.

—Adentro está lleno y hay bastantes pedidos para hoy. Ya sabes que en días así todos quieren bebidas calientes —dijo su amiga luciendo una loca sonrisa —Tengo algo que contarte.

—¿Qué es? —preguntó con una mezcla de expectante emoción y temerosos nervios, mientras se ponía el delantal blanco obligatorio.

—Ayer el nuevo chico repartidor me invitó a salir —murmuró Emma con evidente secretismo.

—¿De verdad? ¿Pero cómo fue? —se acercó a su amiga al soltar su lista de preguntas —Tienes que contármelo todo —demandó Layla, como sólo una mejor amiga que puede exigir detalles escabrosos haría.

—Bueno, que te cuente, pero más tarde. Saben que ahora deben estar ahí — La voz de Connie a sus espaldas las interrumpió.

Su rostro se dividía entre una mirada divertida y una mueca adusta, mientras señalaba sus puestos. En general era muy buena jefa con las chicas, pero debían tener claro que para Connie el trabajo era lo más importante y las trataría muy bien siempre que no descuidaran su empleo. Connie tenía casi cincuenta años, era muy amable, pero había sufrido mucho antes de lograr tener aquella pastelería por eso la cuidaba con su vida. Allí se vendían los mejores postres y las bebidas calientes más deliciosas, todos lo sabían. El hecho de que ninguna cadena de comida rápida hubiese llegado a su pequeña ciudad hacia que los lugares como aquel tuvieran mucho éxito. Si querías un Starbucks tenías que viajar a la ciudad vecina, lo que representaban unas dos horas perdidas y en esta vida no hay tiempo que perder.

Había otra chica además de Layla y Emma, su nombre era Ginna era mucho mayor que ellas; casi veinticinco. Normalmente se llevaban bien, pero a veces Ginna era demasiado fiestera, alegre y alocada para Layla.

Ginna siempre estaba en la cocina, era a la que mejor se le daba ayudar a Connie con las tartas, galletas y pasteles. Emma y Layla se turnaban entre preparar café y atender el mostrador, aquel día, Layla se encargaba de lo segundo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.