Profesor Luna

Capítulo 7

 

Pasó el rato con su hermana, felicitándola por su nuevo comienzo y comiendo galletas que Connie le había dejado porque habían quedado un poco menos infladas que siempre. Lía era la más feliz por el perfeccionismo de Connie y agradecía con sonrisas torcidas todos los “errores gastronómicos” que le enviaba en cajitas rosadas de cartón. Para Lía no había mejor recompensa luego de un día largo que devorar deliciosas galletas crocantes.

Cuando tuvo el coraje suficiente para prender su teléfono, ya en su cama y lista para descansar y después de haber acabado sus deberes de la preparatoria en línea, revisó su bandeja de entrada. Sus ojos se quedaron estancados en el vacío. No encontró nada, no hubo respuesta por parte del profesor Luna a su último mensaje.

No tuvo una reacción específica inmediata, en realidad no supo qué sentir. Se pasó los dedos por sus cabellos lacios hasta que decidió que lo más prudente era estar feliz, porque la falta de respuesta de Daniel significaba que quizá el interés había sido algo fugaz y ya había pasado. Pero no pasaron más de tres minutos para que comenzara a sentirse decepcionada por... algún extraño motivo que no quiso detenerse a analizar. Se reprimió mentalmente porque todo en aquel deseo de que algo más pasara entre ella y Daniel Luna -del cual supuestamente había tenido una mala primera impresión-, estaba definitivamente mal.

Durmió con la inquietud a flor de piel, la mente puesta en una sola persona y el deseo de volver a estar frente a él para esta vez conocerlo mejor y descubrir si lo que había pensado la primera vez era cierto o no.

Al paso del día sólo pudo pensar en aquella situación, lo cual la mantuvo enfadada gran parte del día. Ni siquiera habló con Emma para saber sobre su nuevo amorío con el repartidor. Y estaba tan ansiosa que comió casi medio pastel de las sobras que Connie iba dejando de lado, reprochándose mentalmente entre cada bocado, porque el azúcar no la ayudaba realmente a calmarse.

Cuando finalmente aceptó que el motivo de su malestar era la ausencia de una respuesta se sintió tonta y un poco vulnerable. No hacía más de dos días que lo había conocido y estaba tan frenética con la idea que representaba lo que sea que estaba pasando. Era una reacción absurda y poco común en ella y podía notarlo con facilidad.

Una vez que aceptó la verdadera causa de su malestar pudo manejarlo mejor y alejó ese tema por un buen rato. Incluso se dejó convencer por Emma y aceptó ir por unos tragos con Ginna, quien alardeó de tener unos amigos guapísimos para presentarles.

—Creo que no necesito conocer a nadie por ahora —dijo Emma en tono cómplice y mirando por la ventana hacia donde el nuevo repartidor bajaba de la moto rosada que pertenecía a la pastelería.

—Un sábado por la noche es la ocasión perfecta para conocer a alguien... O para desencantarse —susurró Ginna hacia Layla. El tono dulcemente confiable que le dio a las palabras hizo que Layla registrase en su mente aquella sentencia como algo altamente probable.

El lugar estaba medio vacío; las seis de la tarde no es el horario favorito de la gente para salir a enfiestarse. Pero ellas ya estaban allí, esperando por los amigos de Ginna con ansias sintéticas. Layla miraba a su alrededor con un sentimiento extraño de libertad naciendo en su interior y la emoción la llevó a tomar la decisión de divertirse o al menos intentarlo con todas sus fuerzas, porque lo deseaba y lo merecía. Fingir ser una chica normal por al menos una noche sonaba como el plan perfecto. Salvo que ella no era del todo normal. Y nada es perfecto.

Antes de dejarse llevar por completo se escabulló a una esquina lejos del bullicio para poder llamar a Diane, pidiéndole que cuidase de Lía dos horas más. Ella aceptó con encarecida amabilidad. Todos los sábados Lía pasaba el día con Diane, porque, aunque Victoria no trabajaba todos los fines de semana, solía salir sin decir a donde ni con quien.

Cuando volvió, Emma estaba sonrojada al lado del nuevo repartidor. Tres chicos más y Ginna rodeaban por completo la pequeña mesa, arremolinándose alrededor de una botella de vodka como ratones al queso.

Sus ojos verdes chocaron con uno de los chicos que la miraba con interés. Él bebió de su vaso sin dejar de mirarla y ella de inmediato sonrió con cierta coquetería, era su forma de invitarlo a hacer su jugada. Y también era su forma de olvidar aquel hombre que no pintaba nada en su vida pero que de una forma extraña había comenzado a ocupar un lugar en sus pensamientos antes tranquilos. Porque ese chico, como mucho le llevaba tres años y eso estaba bien... o quizá nada lo estaba.

Después de varios tragos, Layla comenzó a sentirse más relajada y feliz. La bruma ligera de falso bienestar que sólo el alcohol trae consigo la abrazaba con más calidez de la que su madre le transmitió nunca.

Cada vez había más personas llenando el bar y el chico a su lado le susurraba cosas al oído que ella no entendía muy bien, pero la hacían reír. Emma ya no se veía tan interesada en su nuevo romance. Ginna bebía shots como si fuesen agua y Layla hizo una mueca al pensar en la insoportable resaca que pasaría su compañera al día siguiente.

—¿Quieres ir a la terraza? —el chico la miró con ojos ansiosos y se tocó el cabello rubio varias veces.

Layla ni siquiera se detuvo a pensarlo.

—Por supuesto —soltó de inmediato, adornando la dulce tonada de su suave voz con una sonrisa complaciente.




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