Había acordado reunirse con él en el centro de la ciudad para que juntos se dirigieran a algún restaurante. Pero cuando caminaba en dirección a su destino comenzó a pensar en la amarga probabilidad de encontrarse con alguien conocido y decidió que persuadiría a su cita de ir a las afueras de la ciudad. Era un poco admirable la forma en la que las alertas se encienden cuando ocultas algo…
A algunos metros de la plaza central miró fijamente la figura de un hombre que esperaba de pie vestido con una camisa negra que dejaba ver sus antebrazos, jeans de mezclilla y unos elegantes zapatos negros de piel. Incluso desde donde ella estaba podía imaginarse que tendría un olor agradable. Ya saben, el aroma de las personas es algo de lo que pocas veces se habla pero que es bastante significativo en la percepción que nos deja.
De pronto su vestido se sintió demasiado ajustado en sus costillas y sus manos estaban demasiado frías. Cómo si él hubiese sentido su mirada se giró hacia dónde ella se encontraba de pie, la miró y ella a él. La danza silenciosa de sus miradas dubitativas tuvo la fuerza suficiente como para rodear la atmosfera de ligero calor imaginario.
No pasó por alto a las turistas sonrientes que caminaban por los alrededores mirándolo. Era magnético, indudablemente tenía algo más que ese carácter extraño que ponía tan alerta a Layla y eso; lo que sea que fuese, era evidente para todos los que lo veían.
La saludó desde la distancia con una mano y su descarada sonrisa dibujándose en su rostro a modo de indiscreta bienvenida. A Layla le pareció realmente atractivo, pero su primera reacción fue pensar en su desastroso primer encuentro para recordarse a sí misma que su meta esa noche era desencantarse del odioso profesor y no admirarlo o… lo que sea que su mente divagante estaba haciendo. Sólo necesitaba superarlo, para poder seguir con su vida normal, sin él en sus pensamientos.
—Hola —soltó cuando él llegó a su altura.
Daniel se inclinó para besar su mejilla. Tenía una barba de días que causó un ligero escozor en el rostro de Layla, haciendo que una descarga inesperada de nerviosismo le bajara por la espina dorsal. Al estar tan cerca ella comprobó que efectivamente olía demasiado bien, lo que no fue del todo bueno para aplacar sus cavilaciones sobre él.
—Qué bueno es verte de nuevo…
—Nunca pensé que dirías eso, después de... ya sabes —dijo, lanzando una mirada de sugerente burla que buscaba recordar los acontecimientos pasados.
—No es bueno juzgar a la gente por la primera impresión —apuntó él, riendo.
La cadencia de su voz era tan especial que Layla se encontró preguntándose porque no había puesto más atención la primera vez.
—Claro, coincido… De lo contrario no estaría aquí —emitió con ligera y aparente inocencia.
Él levantó las cejas en un gesto divertido. En ese instante descubrió que ella tenía una lengua afilada y eso le pareció bastante entretenido.
—Bueno, ¿te gustaría ir a algún lugar en especial? Aún no conozco bien la ciudad así que no tengo idea de cuál sería una buena elección —Daniel trataba de parecer amable y considerado, aunque desde el momento en que la vio en aquel vestido pareciendo un hada flotando en un prado, quiso mirarla con descaro. Tenía un aspecto jovial casi inaceptable, imaginaba que no pasaba los treinta y suponía que había sido madre muy joven. Lo miraba sin dejar ver más allá de su inexpresividad y la encontraba tan resuelta que jamás hubiese creído que estaba hecha un manojo de nervios.
—He pensado en un lugar a las afueras de la ciudad. Está un poco lejos, pero es bellísimo —dijo con seguridad, recordando el restaurante que había visitado tiempo atrás con Emma y su madre para festejar su ascenso en la empresa para la que trabajaba.
—Me parece bien, dejé mi coche en la calle de allá —señaló detrás de la parroquia que se alzaba en el centro de la ciudad, era grande y bonita, pero no lo suficiente para ser lo primero que las visitantes curiosas veían. Porque Daniel Luna ocupaba ese lugar.
Layla asintió.
Daniel condujo en silencio, siguiendo las rutas que ella le indicaba, mirándola de reojo y muriéndose por saber lo que ella pensaba en aquel momento. Mientras los ojos verdes de Layla miraban el camino y luego a él sin revelar nada de lo que pasaba por su mente.
Ella no pensaba nada en específico, se sentía extraña, adaptándose a la piel de la persona que fingía ser.
—Es aquí —sonrió ante el iluminado restaurante.
Las paredes eran casi por completo ventanales de cristal y su interior estaba lleno de candelabros elegantes y mesas pulcramente arregladas. Un chico tomó las llaves del bonito y seguramente costoso coche de Daniel Luna cuando ambos bajaron. Él caminó a su lado, cediéndole el paso cuando llegaron a la entrada. El lugar estaba casi vacío y les ofrecieron una mesa aun cuando ellos no tenían reservación. Layla se sentó con una actitud despreocupada, nuevamente sin esperar a que él corriera la silla para ella, cosa que él no pasó por alto.
Una mujer independiente si lugar a dudas, pensó, en su afán por leerla.
—Tenías razón, es bellísimo este lugar —soltó, mirando la esquina contraria a la entrada, en donde las paredes de cristal dejaban ver el paisaje lleno de montañas y árboles iluminados por los últimos rayos del sol. Ella asintió.
Editado: 07.11.2021