Cuando entró en su casa todo estaba en silencio. Lía la miró directamente desde el sofá, sus ojos verdes parecían desinteresados y distraídos.
—Ya no quería estar en casa de Diane, mamá no ha llegado —soltó antes de que se le fuese pedida la explicación. Recorrió a su hermana mayor con mirada resentida —. ¿A dónde estabas? —su voz sonó dulce para lo enfadada que estaba y sus ojos volvieron al cuaderno sobre sus piernas donde terminaba sus deberes de la escuela.
—Fui con Emma a algo importante —mintió sin pensarlo dos veces.
Y al encontrarse con la mirada resentida y curiosa de su hermana, por primera vez experimentó el cansancio aplastante de no poder ser una chica normal.
—¿Diane te dejó venir sin decir nada? —le preguntó sin ganas. Con verdaderas intenciones de saber la razón por la que la pequeña había decidido pasar la tarde a solas en su casa. Se sentó al lado de Lía, toqueteando los volantes del vestido color ciruela que siempre le recordaría los motivos por los que fue adquirido.
—Si.
— ¿Porqué?
—No lo sé —emitió con lento hastío.
Lía mintió, pero estaría demás explicar las verdaderas razones por las que encontró más seguras las paredes vacías y solitarias de su casa que las cálidas habitaciones de la casa de Diane. El suceso que la había hecho marcharse fue la llegada del esposo de Diane. Sus peleas maritales habían aumentado últimamente. Lía sabía con cristalina exactitud la razón, pero si le contase a su hermana que él no estaba de acuerdo con que su esposa cuidase de ella tanto tiempo, entonces Layla se sentiría muy mal. Y a pesar de que estaba enojada con ella por dejarla tanto tiempo sola, Lía no quería verla preocupada. Tenía sólo nueve años; esa edad en la que los adultos creen que no son entendibles los chismes que se susurran, como si realmente los niños hablasen un idioma distinto. A veces, Lía miraba a los adultos y pensaba en que crecer es la idiotez más grande que puede existir. Nunca lo confesaría en voz alta, porque Layla la reprendería por usar la “palabra con i”. Así como tampoco le diría los verdaderos motivos que tenía para escapar de Diane y su dulce amabilidad.
—¿Quieres cenar?
—No.
—Lía... —la advertencia quedó suspendida en el aire cuando la niña la miró con disgusto.
—Estoy cansada de no ser importante para nadie —susurró con su diminuta voz apretada, sus ojos se llenaban de lágrimas en cuestión de segundos.
Cuando se es niño las respuestas son aún más difíciles de conseguir y Lía como cualquiera a veces no podía soportarlo.
Sin decir ni una palabra más se dirigió a su recamara, ignorando que su hermana se sentía exactamente igual o peor. Layla decidió dejarla sola y darle espacio, al día siguiente lo habría olvidado, así era Lía, así eran ellas... las chicas Alexander.
Justo cuando se metió entre sus sábanas, dispuesta a dormir y dejar de lado sus remordimientos, su celular sonó anunciando un nuevo mensaje. Inevitablemente su corazón se aceleró un poco en contra de su voluntad.
Profesor Luna 9:50
Gracias por esta cena, fue agradable saber un poco más sobre Lía.
- D. Luna
Tú 9:51
Gracias a ti, por preocuparte por ella.
Con un suspiro dejó el celular sobre su mesita al lado de la cama. Una inexplicable decepción comenzó a colarse incluso antes de que fuera consciente de que la pantalla volvió a iluminarse. Observó el móvil preguntándose si la forma en que había escrito el profesor Luna había sido una 'despedida'. Se propuso no leer el nuevo mensaje, por si no era lo que esperaba, pero sus ansias ganaron la batalla, porque en realidad, ni siquiera estaba segura de qué era lo que esperaba.
Profesor Luna 9:54
¿Te gustaría salir de nuevo?
- D. Luna
Sonrió en la oscuridad de su recamara, sintiendo los latidos de su corazón alocado a la altura de su garganta. Aunque había algo que no terminaba de gustarle.
Tú 9:54
¿Nuevamente para hablar de Lía?
Profesor Luna 9:55
En realidad, me gustaría saber más de ti.
- D. Luna
Y así, con una línea simple y concisa, lo que le molestaba se había desvanecido. Porque no podía seguir soportando la excusa de su falsa hija; era como el elefante en la habitación. Y se sintió agradecida ya que al menos de esta manera se sentiría un poco menos mal. Al menos así podía ignorar que le estaba mintiendo a cerca de todo a su potencial nueva conquista, porque después de aquella cena y la evidente conexión no podía negar lo mucho que le estaba gustando aquel hombre.
Aceptó su propuesta y durmió plácidamente.
Editado: 07.11.2021