—¡Te ves fatal Lay! —soltó su compañera de trabajo, agitando su coleta rubia con cada uno de sus movimientos.
Ginna era una de esas personas que pueden dar críticas con la misma naturalidad que cumplidos. Layla lo sabía desde el momento en el que la conoció, pero en aquel instante no estaba de humor para soportarlo.
—Deberías cerrar esa horrible boca tuya y llevarte tus innecesarios comentarios estúpidos a otro lado —respondió con evidente fastidio coloreando el timbre de su voz.
—¡Ay, amor mío! Que no sólo te ves fatal, si no que estás fatal —puso énfasis en su penúltima palabra. Y antes de que Layla pudiera responderle con una de sus cortantes oraciones; Emma asomó por la puerta de la cocina.
—Layla ven un momento —pidió Emma con aparente cautela, mirando directamente a su mejor amiga.
—Dale algo de comida, a ver si con eso se le baja el mal humor —soltó Ginna hacia la recién llegada con su típico aire humorístico.
Layla le dio una mirada tan gélida que la risilla tonta que salía de los labios de Ginna tembló.
— ¿Qué pasa? —peguntó Lay en cuanto estuvieron solas.
Emma se había dado cuenta que llevaba algunos días de mal humor, así que por un momento pensó en si debía reclamar lo que había descubierto o no. Pero no le costó tanto como pensaba tomar la decisión.
—Dejaste tu celular en la encimera del baño —lo sacó de su delantal, tendiéndolo hacia la joven de ojos verdes.
Layla lo tomó con soltura.
—Gracias —dijo y se dispuso a volver a su puesto en la barra de cafés, pero la voz de Emma la hizo detenerse.
—Sonó y apareció un mensaje —soltó como quien busca fingir desinterés antes de comenzar una pelea.
Cuando Layla se volvió para mirarla supo de inmediato de quien había sido aquel mensaje. Porque la decepción se marcaba en los pómulos altos, los ojos oscuros y las delgadas cejas de Emma. Cada pequeña facción del rostro de la mejor amiga de Layla indicaba que no estaba del todo feliz.
Layla abrió la boca para tomar algo de aire. Últimamente su casa había sido el lugar menos agradable del mundo; su madre llevaba una semana insufrible desde 'el evento de las hijas mal agradecidas'. Y era a ella a quien le tocaba lidiar con la fría actitud de Victoria y el cuidado de su hermana. Sus únicos momentos de tranquilidad habían consistido en las pláticas nocturnas con el profesor de Lía. Él le contaba en mensajes cosas sobre su día y le preguntaba sobre el de ella. Se había vuelto fácil mantener la mentira a flote porque cuando le preguntaba en donde estaba, ella respondía que trabajando. Y en realidad lo estaba, no como secretaria como lo haría la verdadera madre de Lía, pero sí en la pastelería.
Él comenzaba a mostrar su interés de forma más evidente. Después de que Layla había postergado su segunda cita el anterior fin de semana, él no había dejado de escribirle y de vez en cuando se tomaba la libertad de decirle palabras lindas.
Ella sabía que la estaba cortejando; era un caballero en tiempos de sapos. Aún y con la tecnología de por medio Lay se sentía como una Julieta moderna con sus ocultos y privados mensajes repletos de palabras bonitas. Daniel bien podría ser su Romeo; imposible, prohibido y lejano. En conclusión, aquel era el pequeño trozo de vida secreta que le daba un poco de serenidad, la hacía sentir libre de todos los problemas que la aquejaban. Sabía que estaba yendo más lejos de lo planeado, pero no podía evitar responder, no podía dejar de hacer algo que la hacía sentir tan bien, aun si estaba tan mal.
— ¿Y? —recurrió al más cobarde pero sencillo de sus recursos; hacerse la tonta.
—Lo leí... Sin querer.
—¿Y?
—Está mal lo que haces Layla —Emma enunció las palabras con firmeza.
—¿Lees mis mensajes privados y crees que tienes el derecho de decirme lo que está mal? — su mal rollo era un estado general que le recorría las venas con la misma fluidez que su sangre. Y nadie podía librarse de una de sus respuestas mordaces. Ni siquiera Emma.
El rostro de Emma se desfiguró por la sorpresa.
—“No imagino que puedas lucir de otra forma que no sea hermosa. Espero con ansias que llegue el sábado” —punteó cada palabra con una mueca de desagrado —. Eso decía el mensaje... Dijiste que se acabaría y que sólo era por Lía, ese tipo de cosas no se le dicen a la madre de una alumna —hizo comillas con los dedos en la palabra madre —. Lo peor es que vas a salir con él y no me lo dijiste.
Layla la miró. Tenía ganas de salir corriendo, alejarse de ese asfixiante lugar, de Emma siendo una buena persona y de ella misma siendo tan basura.
—No te lo dije porque sabía que esto iba a pasar.
—Porque sabes que no es correcto. Al igual que yo, lo sabes.
—No te comportes como una madre Emma, sólo eres cuatro años mayor que yo —evadió su mirada, lo que menos necesitaba era un golpe de realidad en su lindo mundo de fantasía.
Si tienes algo que te hace un poco menos infeliz, ¿no es la reacción lógica querer ocultarlo y guardarlo de la posibilidad de que alguien lo arruine? Pues Layla creía que sí.
Editado: 07.11.2021