Después de todos los acontecimientos que habían estado rondando su vida, cómo un incesante y desesperanzador recuerdo de que estaba sobrepasando todos los limites importantes, Layla se había sentido tan presionada que tuvo que rendirse. Y su mejor decisión fue pedirle a Connie una semana libre.
Connie tenía tres hijos mayores viviendo en ciudades distintas. Siempre había deseado una hija, pero la vida no lo tenía en su destino, aunque de alguna forma aquellas chicas que la acompañaban día a día en su más grande y hermoso sueño habían ocupado un lugar en su gran corazón. Las había llegado a conocer tan bien que sabía cuando una de ellas no estaba bien, aun cuando eran tan distintas entre ellas había aprendido a conocer a cada una. Por esa razón, cuando la más pequeña de sus niñas fue a pedirle unos días libres, ella dejó de lado la energética jefa y respondió como la amable mujer que podía ver en el rostro de Layla que estaba pasándola mal.
—Una semana no es suficiente mi niña linda, debes descansar un poco más, por tu bien.
—Con una semana me basta, Connie.
—Dos semanas —decretó con aire decidido. Layla comenzó a decir algo, pero Connie la cortó de tajo —. No te preocupes por el sueldo, tómalo como tus vacaciones pagadas.
Layla la miró y no pudo resistir la oleada de amor que sintió por la mujer. Su labio inferior comenzó a temblar, bastó con que Connie la rodeara con sus brazos para que Lay comenzara a llorar como una niña pequeña.
Entre sus brazos imaginó como seria haber crecido con su abuela y sintió como si aquel abrazo lo hubiera mandado ella; el ángel que nunca llegó a conocer pero que tenía la certeza de que en algún lugar del universo cuidaba de ella.
—Gracias —dijo en un hilo de voz.
—No tienes nada que agradecer.
Con un suspiro dejó de lado su inusual tristeza. Volvió a ser ella; la chica fuerte y valiente, la de siempre.
…
Pasaron sólo dos días, en los que estar libre de tantas preocupaciones comenzó a surtir un buen efecto en ella. Comenzó a sentirse mejor, a encontrar de nuevo el camino que estaba perdiendo de vista. Sólo necesitaba recordarse quien era para volver a poner la mirada en su objetivo y así fue.
El sábado por la tarde estaba tan feliz por la anticipación de su cita que hasta parecía haber contagiado a su hermana que la miraba arreglarse.
—Eso es demasiado maquillaje, Layla —siseó la niña, con la barbilla apoyada en la palma de su mano. Mientras la miraba con ojos soñadores, tumbada en su estomago sobre la cama de Layla.
—Nunca es demasiado cuando quieres parecer mayor —sentenció la chica, mirando de reojo a la pequeña.
—Nadie quiere parecer mayor —hizo una mueca de burlona ironía y sonrió —¿Puedo ir con Diane ya? —preguntó con un poco de desesperación.
—¿Por qué quieres irte tan rápido? —Layla estaba realmente sorprendida.
Lía no parecía tan contenta con estar en casa de Diane últimamente, así que la dejó algo confundida su premura por marcharse hacia allí.
—Porque voy a jugar con Brena, además los sábados pedimos pizza y helado —confesó Lía con naturalidad, se miraba las uñas como si tuviese miles de secretos escondidos en las líneas de sus manos.
Layla la observó por algunos segundos, pensando en la cálida sensación que le inundaba el pecho al verla feliz. Tomó de su cartera algo de dinero y se lo ofreció a Lía.
—Diles que está vez invitamos nosotras.
Los ojos verdosos de Lía brillaron y sonrió ampliamente; una sonrisa real y emocionada que denotaba pura felicidad. El perfecto estado en el que todos los niños deberían vivir…
—Gracias hermana —su voz sonaba graciosa y tierna, la ausencia de algunos de sus dientes provocaba que la letra 's' fuera más marcada. Layla sonrió también.
—Gracias a ti, por ser una niña tan comprensiva, ya solo falta medio año… —murmuró la ultima parte, a modo de secretista promesa.
—Lo sé... voy marcando el calendario —susurró en tono cómplice.
Se habían acostumbrado a hablar sobre el día en el que se marcharían de esa forma; como un preciado tesoro secreto que nadie podía escuchar. Y vaya que cuidaban que nadie lo supiera. Siempre que tocaban el tema era en susurros aislados y con miradas meticulosas, aun cuando estaban solas en casa.
Cuando Layla comenzó a trabajar había sido con el fin de ahorrar dinero para mudarse lejos, ella y su hermana. Deseaban comenzar de nuevo en un nuevo lugar lleno de personas que no las conocieran de nada. Su madre no era una presencia frecuente y positiva en su vida, no lo había sido en bastante tiempo, por lo que daba igual si estaba lejos. Seguro ella lo tomaría como un favor y quizá al fin serian completamente felices… las tres.
...
Se quedó paralizada por unos segundos cuando lo vio acercarse por la calle en que la había dejado la otra noche. Él detuvo el coche a su altura.
—Pensé que sería mejor pasar a buscarte —la miró a través de la ventanilla, en su vestido color crema.
Editado: 07.11.2021