Profesor Luna

Capítulo 15

Caminaba hacia la calle del departamento de Daniel. Layla amaba caminar porque sentir el viento azotando su rostro la hacía recordar que estaba viva. Sonrió porque se dirigía hacia el final de su engaño, nadie saldría herido. Nada saldría mal, tal y como se lo había prometido a Emma.

Vislumbró aquel edificio rojo a lo lejos y por algún motivo solo sintió libertad. Mientras caminaba hacia allí, cuando llamó al timbre del apartamento 03 y escuchó su voz distorsionada por la mala calidad del interfono y al subir las pocas escaleras que conducían a la segunda planta, sólo pensaba en cómo sería el único momento en que no tendría que usar máscaras. Podría ser libre de disfrutar de todo lo que se consideraba malo, indecente o pecaminoso y no pensaba limitarse, ni un poco.

Él abrió la puerta y se encontró con un guapo hombre casualmente despeinado. Llevaba una camisa blanca que dejaba ver una pizca de su pecho firme y unos vaqueros de mezclilla azul oscuro. Le sonrió en cuanto la tuvo en frente, amable y encantador.

—Pareces apresurado —soltó divertida al ver su mueca de nerviosismo.

—Vaya que lo estoy. Hacer una cena digna de impresionarte no es sencillo. Pasa por favor —le hizo un gesto con el brazo al tiempo que la dejaba entrar.

Era un lugar hermoso y elegante. Parecía hecho a la medida de aquel hombre. Las paredes blancas y el hormigón, los muebles sencillos y a la vista costosos; todo allí gritaba sofisticación. Ella volvió su atención al hombre tras ella, mirándolo por encima de su hombro.

—¿Entonces... buscas impresionarme?

Él ladeo la cabeza y asintió esbozando su usual sonrisa descarada.

—¿Qué clase de hombre sería si no tratara de hacerlo?

Layla negó con la cabeza mientras sonreía. Uno que me gustara menos, pensó.

Él la guio hasta la cocina y ella tomó asiento en un taburete, recargando sus codos sobre la barra. mientras él revisaba el horno y movía ollas y sartenes sobre la estufa.

—Está todo listo. ¿Vino? —la miró al tiempo que sacaba una botella de uno de sus estantes. Ella asintió.

Pensó en él preparando todo aquello antes de que ella llegara, nunca alguien se había esforzado tanto por ella y lo encontró tremendamente hermoso… simplemente encantador.

Cuando lo miraba; la sonrisa descaradamente natural, la camisa abrazando cada parte de su torso, los brazos fuertes, su rostro recién afeitado; suave y limpio, todo en él le resultaba demasiado. Demasiado sensual, demasiado sugerente y sólo podía desear que su mirada no la delatara.

—Aquí tienes —le pasó una copa con vino, el líquido era tan oscuro que parecía sangre.

Ella bebió y él se permitió mirarla un poco. Había algo nuevo en ella, una vibra extraña y fuerte que lo hacía ponerse algo nervioso. Nunca antes había conocido una mujer como ella y lo reafirmaba cada vez que se encontraban.

Daniel sirvió platos para ambos. Se negó a recibir ayuda de su invitada, mientras cortaba rectángulos perfectos de lasaña y servía puré de patatas que había hecho siguiendo la antigua y deliciosa receta de su madre.

Si le hubiesen dicho cinco meses atrás que en aquel pueblo una noche de principios de octubre se encontraría preparando la cena para una mujer hermosa cuya hija era su alumna, se habría mofado completamente. Pero ahora, frente a ella, no podía negar que aquello se sentía naturalmente bien. De hecho, nunca antes algo se había sentido así de bien, así de correcto.

—Estuvo delicioso —dijo Layla sonriendo y dejándose caer contra el respaldo del taburete.

—Te dije que soy buen cocinero y yo no miento.

Ella lo miró y sintió una punzada en el pecho; como cuando están a punto de sorprenderte haciendo algo indebido. Como cuando le mientes a alguien mirando sus ojos y te entra la culpa… tal y como debía sentirse en aquel instante.

Layla sonrió débilmente y se puso de pie tomando la vajilla con restos de la cena para llevarla al lavaplatos. Él la miró confundido y se puso de pie siguiendo sus pasos.

—Deja eso, eres mi invitada —trató de tomar los platos de sus manos, pero ella lo esquivó, mirándolo por encima del hombro cuando los depositó en su lugar de destino.

—Demasiado tarde.

Cuando se giró para volver por más, chocó con el pecho de Daniel. Lo miró a los ojos, teniendo que elevar un poco el mentón debido a los veinte centímetros que le sacaba.

Sus ojos permanecieron sobre los de él, desafiantes y burlones. Daniel sintió el aire escapar de su pecho; estaba nervioso y hace mucho que no lo estaba.

—¿Vas a besarme? —dijo en un suave susurro y elevó una de sus cejas, él abrió la boca para responder, pero por alguna extraña razón su cerebro parecía haber dejado de correr. Ella suspiró y con una risilla siguió: —Tardas demasiado... Tendré que hacerlo yo —lo jaló hacia ella poniendo una mano en su cuello.

Sus labios se unieron y todo al rededor desapareció.

Cuando había contacto físico entre ellos todo se calmaba y explotaba a la vez. Layla nunca se había sentido de esa manera, pensaba que si sólo era un beso no podía ser más que la tensión sexual haciendo mella. Él por otra parte comenzaba a sentir algo más profundo, dulce y tranquilo; como si de un amor adolescente se tratara. Ella lo hacía sentir así; como si estuviese en aquella etapa, como si fuese joven e inexperto, tanto él como su corazón.




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