Recostada sobre su pecho desnudo y mirando su rostro de ojos somnolientos recorrió el perfil de su rostro con el dedo. Mientras pensaba en lo atractivo que él era y lo bien que se sentía compartir el tiempo y espacio con alguien como Daniel Luna. En su mente rondaba lo mucho que deseaba repetir aquello hasta perderse a sí misma, hasta olvidar todos sus problemas y convertirse en la persona que fingía ser para no tener que terminar con todo.
Daniel la observó, sintiendo su peso sobre el torso. Recorrió con sus ojos oscuros todo lo que podía ver; desde su nariz respingona, sus labios en forma de corazón, los ojos claros y pensativos, la tersa piel, la deliciosa curva de sus finos hombros. Era hermosa... perfecta. En ese momento, ella era todo.
Pero entonces la dulce burbuja explotó.
Ella tenía que marcharse, volver a su mundo real.
Se despidió de él, tratando de interiorizar que era la última vez que lo vería, tratando de convencerse de aquello.
Te veo pronto Layla...
Silencio.
Una última mirada...
Quiero recordarte... No... No quiero dejarte aún. Sólo necesito un poco más... Parece que esto es más difícil de lo que pensé...
Él le dedico una destellante sonrisa anacarada y regresó al interior de su departamento, sintiéndose el más feliz del mundo, contemplando las nuevas posibilidades que se abrían ante sus ojos y cayendo en cuenta de cuánto extrañaba aquella embriagante sensación que nace cuando uno comienza a enamorarse.
…
Hacer el camino de regreso a casa fue muy difícil. No quería volver, no quería ser ella. Sólo quería ser la Layla de Daniel Luna. Y quería desaparecer porque realmente no podía dejar de desearlo.
Lo había utilizado como su escape y el resultado había sido contraproducente porque ahora quería más de aquello y el quedarse no era una opción. Había sido distinto con los chicos con los que había salido, porque por algún motivo cuando ellos querían prestar más atención, cuando querían más de lo que ella les podía ofrecer, las cosas se complicaban, porque entonces se entrometían y querían salvarla de sus demonios y ella no quería ser salvada. Más bien intentaba salvarse a sí misma. Así que no entendía del todo el afán de su alma por sentirse cada vez más necesitada de la atención de Daniel Luna. Tampoco entendía la manía de sus pensamientos por siempre ir en su dirección o la indecencia de sus manos por picar ansiosamente por tocarlo cuando estaban cerca. Y mucho menos estaba lista para indagar el origen del deseo de su corazón por pensar en él antes de quedarse dormida.
A veces, de dijo con cautela, es mejor desconocer lo que está pasando contigo.
Su madre fingió que no había pasado nada. Layla ni siquiera la miró, en su lugar fue directo a la recámara de su hermana y se escabulló entre sus cobijas sin pedir permiso. Lía la miró.
— ¿Pelearon? —preguntó con voz bajita.
—Un poco… —trató de evadir el tema, pero sin poder mentirle.
Tal vez era que Lía tenía los mismos ojos que le devolvían la mirada en el reflejo de cada espejo. Y es extraño, pero siendo sinceros, a la única persona que es difícil mentir es a uno mismo. Así que ver a Lía era como ver una parte de ella.
La pequeña resopló con una risilla incrédula.
—Lo escuché desde la cocina de Diane, hacíamos galletas y mamá gritaba.
Layla suspiró.
—Lo siento —intentó no derramar las lágrimas que se acumulaban en sus ojos, pero fue inútil. Cuando una de ellas hizo su camino a través de su mejilla Lía estiró su pequeña mano y limpió su rastro.
—Ya falta poco ¿no? —dijo como para reconfortarla.
Algo en el interior de Layla se apretó, asintió.
Ya falta poco... Ya... Falta... Poco.
Se durmió pegada a la espalda de la persona más importante en su vida y de alguna manera eso la sanó un poco.
Los días continuaron su curso son la sosa lentitud de un caracol, pero irónicamente, transcurriendo a la velocidad de la luz. Volvió al trabajo. Y Victoria dejó su intento como un fracaso más y volvió a ser un ente que hacía únicamente las paradas necesarias en casa, pagaba cuentas y se expresaba en monosílabos.
Layla visitó la cama del profesor Luna un par de veces más, cada una de ellas convencida de que sería la última. Entrando con una ardiente necesidad y saliendo con una vergonzosa carencia de cordura. Se hacía cada vez un poco más difícil, porque él comenzaba a hacer dulces insinuaciones que la hacían saber que quería más y aunque una voz en su interior gritaba que quería lo mismo, sabía que estaba mal seguir construyendo aquella historia falsa. Así que se escabullía entre sonrisas tiernas y palabras inconclusas que no dejaban nada claro a aquel hombre.
Él lo entendía, atribuía todo al miedo al compromiso. Daniel había tenido esas mismas inseguridades algunos años atrás y comprendía que ella lo sintiera. Aún más porque ya había tratado de hacer su vida con alguien una vez y no había funcionado incluso con una hija de por medio. La mayor parte del tiempo, Daniel Luna era paciente con ella, pero cuando lo dejaba de nuevo sin intenciones de aclarar el estatus de su 'relación', su mente deseaba poder saber la historia completa de Layla. Quizá sólo para darle más excusas a su comportamiento, para entender porque huía, o simplemente para callar sus propios miedos.
Editado: 07.11.2021