El siguiente sábado por la noche, Layla salió del trabajo directo a encontrarse con Daniel.
A última hora había cambiado de opinión respecto a ir a su departamento; sentía una claustrofobia interna tan asfixiante, que el sólo hecho de ir a 'aclarar cosas' en un lugar cerrado y sin escapatoria no la dejaba tranquila. Así que le pidió verse en un lindo parque cercano a la pastelería para dar una caminata al aire libre, él aceptó sin ningún problema.
Él ya estaba esperándola y la vio llegar a lo lejos. Portaba un aire apresurado y distante a modo de accesorio y una mueca de seriedad le hacía ver los ojos más aceitunados. Enfundada en unos jeans y una camiseta blanca de tirantes que la hacía verse pálida y demasiado joven. Sus ojos se detuvieron en su cuello; esbelto y delicado. El cuello más bonito que había visto nunca. Daniel no tenía escapatoria y era cada vez un poco más evidente.
Había poca gente alrededor y las risas de algunos niños entreteniéndose en los juegos al fondo del parque hacían eco, como una melodía poco adecuada para la situación que estaba por darse en aquel sitio.
Cuando ella llegó a su altura sólo lo miró, como esperando que soltara de una vez lo que tenía para decir.
Él no pudo evitar tomar el mechón de pelo que se había escapado de su coleta y caía sobre su mejilla.
Layla dio un respingo involuntario ante su inesperado tacto, había pensado toda la tarde en cancelar aquel encuentro, pero al final no había podido hacerlo. Todo su ser moría por respirar el mismo aire que él.
—Dímelo —soltó como si no pudiese aguantar más. Y es que, si había algo que ella odiaba con el alma era el suspenso.
Daniel ya sabía que era un tanto impaciente y había pensado mil formas de decirle lo que quería sin asustarla, sin hacer que ella saliera huyendo. Pero una vez que sus ojos claros lo miraron, le fue sumamente difícil encontrar las palabras correctas para que ella no se sintiera presionada.
—Caminemos primero, por favor...
Ella asintió. Y lo siguió cuando él posó una de sus manos sobre su espalda medio desnuda para dirigirla hacia la parte del parque en donde una ancha línea de baldosas grises marcaba el límite a los árboles.
Ella lo miraba entre cada paso, con un nudo en el estómago. No sabía exactamente lo que él quería decirle y tampoco estaba segura de lo que respondería.
—Sólo quiero dejarte en claro una cosa, Layla... —soltó pasados unos minutos, con suavidad adornando su voz.
Ella se detuvo en cuanto él comenzó a hablar. Está vez incapaz de mirarlo a los ojos, encontró en los árboles un refugio perfecto para su mirada perdida.
—No pienso darme por vencido y quiero intentarlo... Que lo intentemos... Que realmente lo intentemos —continuó con una férrea decisión tatuada en sus ojos pardos.
Ella asintió buscando las palabras para darle una respuesta. Convenientemente, entre la bruma de pensamientos que comenzaron a nublar su estabilidad; decidió ser honesta.
—No sé si quiero algo formal.
—Sé que probablemente tienes miedo y lo entiendo. Yo no pienso lastimarte —la forma en la que enunciaba sus palabras lo hacía totalmente creíble.
Pero ella no podía permitirse creer. No cuando tenía la verdad de su lado y la mentira tomándola por el cuello como una presa que caminó sola hacia su trampa.
El viento soplaba con tanta calma que Layla no lo pudo culpar por el escalofrío que sintió recorrer su espina dorsal.
—Podemos ir lento si así lo quieres, pero necesito saber si también quieres esto —le dijo él con suavidad, cuando se dio cuenta que ella no encontraba palabras para responder sus peticiones.
Se revolvió un poco incómoda en su lugar, sin saber qué responder ante la intensa mirada de Daniel después de hacer aquella revelación.
Había algo en él que le atraía, eso no podía negarlo. Le gustaba pasar tiempo con él, le gustaba todo lo que había conocido de él hasta entonces, absolutamente todo... Pero ella no era quien le había hecho creer y aceptar comenzar algo con él sería un acto cruel de egoísmo, Aunque una gran parte de ella quería aceptar, dejar sus pensamientos moralistas de lado y sólo dejarse llevar por sus más profundos y oscuros deseos. Quería seguir teniendo aquellos ojos pardos sobre ella. Aun en su estado más vulnerable, quería dejarlo entrar y recibir uno de sus abrazos, pero uno que envolviese su alma.
Se quedaron allí un rato, sin decir nada, hasta que Layla comprendió que él no pensaba irse, así como así. Y ella tampoco deseaba que se fuera.
—Ir lento me parece una gran idea —soltó, con su corazón latiendo fuerte contra su pecho.
Sintió los pulmones atascados de aire, acababa de hacerlo. Acababa de aceptar continuar con aquello. Por primera vez no pensó en los deseos de nadie más, sólo en los suyos y le encantó.
Él descansó por completo al escuchar las palabras, principalmente porque no estaba preparado para el caso de que ella no quisiera continuar.
—Me alegro —una sonrisa encantadora iluminó su rostro y ella se pegó a su cuerpo en busca de contacto. Él la rodeó durante algunos minutos, hasta que ella volvió a caminar.
Editado: 07.11.2021