Los días siguieron su curso y con ellos el lazo entre Layla y Daniel se iba haciendo un poco más fuerte. De alguna manera y sin darse cuenta, Layla había comenzado a pensar demasiado en ellos dos como algo; como la posibilidad de algo. Y estaba convencida de que mientras ambos estuviesen pasándola bien, lo suyo no tenía por qué terminar.
Por otro lado, había estado muy pendiente de su hermana. Después del trabajo iba directo a buscarla a casa de Diane todos los días. Así que, entre eso, el trabajo y la escuela, los momentos que pasaba con Daniel eran ratos robados de poco tiempo; besos rápidos en callejones desolados, algo más en el apartamento y salir evitando ser vista porque de algún modo guardar su secreto se había vuelto una prioridad. Nunca podía quedarse, aun cuando él lo suplicaba. Pero siempre tenían los mensajes para acercarse, en cierta medida, eso era algo significativo e importante en lo que ambos tenían, lo que sea que fuera.
Emma la miraba extraño cada día, como si pudiera oler las mentiras. Sin embargo, no le decía nada, al menos no acerca de eso.
Layla pensaba demasiado en que llevaba dieciocho años viviendo como por debajo del agua; con esa sensación de no escuchar, ni ver, ni oler, ni disfrutar realmente nada, como si estuviera, pero no del todo. Hasta ese instante; porque ahora todo era más real. Todo era más fuerte; el amor por su hermana, el olor de los pasteles de Connie, el rojo en los labios de su madre, la voz áspera de Daniel en su oído y el sabor de su piel, el calor de un abrazo… Todas las cosas buenas de la vida, de su vida estaban siendo ampliamente disfrutadas. Incluso las no tan buenas. Incluso el dolor del rechazo de su madre, el abandono rezagado de años atrás de su padre. Incluso el oscuro sentimiento de culpa y tristeza que la invadía después de los momentos con Daniel. Las lágrimas que se tragaba cada que su mente iba por lugares que dolían recordar. Hasta la hipocresía de hacerle creer a Daniel que podían ser mucho más y la sensación de vacío que le dejaba el separarse de su cuerpo desnudo. Todo. Todo era más, todo era demasiado y no encontraba una razón para ello. Pero estaba viviendo y estaba sintiendo y eso la hacía vibrar.
Caminaba de la mano de Lía una mañana muy temprano, dirigiéndose a su escuela, porque el autobús la había dejado y no se atrevería a permitir que su hermanita hiciera todo el camino sola. Porque ella había odiado tanto las veces que a la misma edad de Lía le había tocado caminar sola en las gélidas mañanas de mediados de noviembre. Simplemente no quería que su hermana pasara por lo mismo.
Cuando estuvieron a algunos metros de la entrada, vislumbró la figura de Daniel a lo lejos, frente a una mujer de largo cabello rojizo y falda ajustada. Gobernada por su intuición supo que era la maestra que su hermana había mencionado un tiempo atrás.
Él la miró desde lejos y una sonrisa se dibujó en su rostro. La ligera barba de tres días lo hacía ver aún más guapo y definitivamente mayor. Layla no pudo hacer otra cosa que fingir que no lo estaba viendo y luego fingir que no vio que él se disponía a acercarse a ella, que no vio la mirada de confusión que la maestra le dio a Daniel. Con prisa se despidió de Lía y salió huyendo con toda la rapidez que pudo al tiempo que trataba de parecer casual.
Realmente no podía dejar que alguien los viera juntos. Siempre hay alguien; alguien que llega a notar lo que otros no ven con facilidad y si comenzara un chisme sobre aquello, él no tardaría ni dos segundos en saber que no estaba saliendo con la madre de su alumna si no con la hermana. Y eso definitivamente tendría un impacto importante en su trabajo si el director lo supiera.
Quizá más tarde tendría que lidiar con darle una explicación o muy probablemente una dosis de mentiras piadosas. Pero en aquel momento solo podía agradecer a cualquier fuerza en el mundo porque había salido a tiempo de ahí y porque él aún no sabía nada.
Por otro lado, Daniel se estaba enamorando precipitadamente, tan cegado por la bruma del dulce enamoramiento que no podía detenerse a leer la letra pequeña, ni observar los detalles, y mucho menos notar las mentiras. Sin embargo, esa mañana se quedó con un mal sabor de boca. Aun cuando se convenció a sí mismo de que ella simplemente no lo había visto, algo en su interior comenzó a formarse; algo como un mal presentimiento.
Unos días más tarde Layla supo que definitivamente él estaba actuando extraño. Porque no escribía como normalmente lo hacía. Así que, ella decidió darle una sorpresa a modo de sigilosa disculpa. Nunca había hecho algo así por alguien, así que su estómago dolía de nervios y trataba de repetirse a sí misma que en realidad no era nada importante.
Aprovechándose del hecho de que su hermana pasaría la noche en casa de Diane para festejar el cumpleaños de Brena en una pijamada con más de sus amigas, ella iría al departamento de Daniel. Compraría la cena en el restaurante favorito de él y llevaría algunos pastelillos de Connie, porque en el caso de que estuviese molesto, eso podría hacerlo cambiar de opinión. Nadie podía seguir molesto después de recibir pastelillos de Connie, al menos nadie que fuese humano.
Esa tarde llegó a casa después de ir al centro comercial en busca de un regalo para la amiga de su hermana. Brena realmente significaba tanto en la vida de Lía que Layla no podía pasar por alto su cumpleaños. Así que tomó un poco de sus ahorros para comprarle a Brena un pijama de felpa con orejas de conejito. Lía había mencionado el deseo de su amiga por tener una prenda así.
Editado: 07.11.2021