Profesor Luna

Capítulo 19 parte 2

 

Cuando bajó del taxi con las cajas de comida y los pastelillos, miró el edificio frente a ella. Sin una pizca de duda se dirigió al apartamento de Daniel, no había pensado qué decir o qué hacer. No había planeado nada de lo que pasaría. Por primera vez iba en blanco, dispuesta a dejar todo fluir.

Cuando él abrió su puerta y la vio de pie frente a él, su rostro mostró genuina sorpresa. Le dio un rápido vistazo; su cabello suelto en largos bucles, su vestido negro que hacía resaltar el color de su piel y sus labios rojos. Estaba hermosa. Estaba simplemente sorprendente. Cuando salió de su estupor se apresuró a quitarle las cajas de las manos con torpeza.

—Amm... Lo siento... Pasa por favor —le dijo con voz presurosa. Llevaba la camisa medio abierta por fuera del pantalón de vestir, dejando ver parte de su firme pecho. Tenía un aspecto cansado y desaliñado y aun así se veía tan guapo.

—Traje tu comida favorita —anunció como si fuese una gran e inocente persona.

Él la miró, definitivamente estaba siendo un día extraño.

Nunca habría esperado algo así de parte de Layla. Pero sin poder evitarlo sintió con un poco de emoción, aun cuando los pensamientos en su cabeza lo habían llevado hacia un lugar oscuro en el que dudaba de todo a cerca de ella.

—Vaya... Gracias —dijo en un hilo de voz mirando las cajas en sus manos para después depositarlas sobre la mesa.

—Y estos pastelillos, son los mejores que probarás alguna vez... —la mirada esmeralda de Layla era decidida y tierna, como si estuviera segura de que él seguiría pasando por alto todo. Y a Daniel eso le molestó un poco, porque en el fondo sabía que ella tenía razón y la realidad era que dentro de aquellas paredes; las dos personas que se miraban fijamente sabían el poder que ella tenía sobre él.

—Tengo... demasiado trabajo y ahora no es un buen momento —soltó, invadido por la necesidad de no salir herido.

Layla hizo una mueca de disgusto e incredulidad. Presentía lo que pasaba y le parecía totalmente extraño que precisamente él estuviese tratando de evadirla.

—Estás molesto, ¿no? —se cruzó de brazos, como si se preparase para ganar una guerra que ni siquiera estaba comenzando.

Él la miró fijamente.

— ¿Me viste? —sus ojos buscaban por cualquier pequeña señal que la delatara.

—¿Qué? —Layla sabía perfectamente lo que él trataba de decir, pero estaba utilizando su técnica de hacerse la tonta para ganar algo de tiempo. Ya que últimamente se le daba muy bien.

—¿Me viste? —repitió y ella negó con la cabeza en respuesta.

—Acordamos ir despacio Daniel —soltó, como si esas palabras fuesen su salvavidas de emergencia.

—¿Te avergüenza? ¿Es eso? —sus ojos oscuros parecían los de un cachorro lastimado.

 

—No —ella podía ver el miedo en el rostro de aquel hombre. Estaba en un estado vulnerable y eso la impactó un poco. El hecho de saber en qué medida podía afectarlo la hizo sentir poderosa y a la vez preocupada —. No tiene nada que ver con eso, es sólo que no puedo gritar a los cuatro vientos algo de lo que ni siquiera estoy segura... —su voz era calmada pero firme, los ojos oscuros frente a ella la miraron con incredulidad.

—Layla, yo te veo como algo seguro, algo a largo plazo y no puedo aceptar menos de lo que ofrezco —la decisión en su voz la asustó un poco y tuvo que sentarse. Él la miró desde arriba.

—Lo sé, simplemente es difícil —su mirada descansaba sobre sus propias manos.

—Te entiendo, lo hago y trato de hacerlo con todas mis fuerzas, pero realmente necesito una respuesta clara —puntuó cada palabra con sus manos sobre la mesa con la voz grave y en un tono más alto de lo habitual.

—¿Estás molesto? —repitió ella en un tono infantil.

Él no pudo evitar sucumbir a sus encantos y soltó una larga respiración. Era tan fácil olvidarse de lo que él quería cuando la miraba.

—No.

—Mentiroso —Layla lo recorrió con su mirada y sus ojos se detuvieron más tiempo del necesario en sus manos sobre la mesa; las venas tensas y sobresalientes se llevaron su concentración.

Cuando alzó la vista a sus ojos, los de él brillaban con deseo.

Ella se puso de pie, mirándolo a los ojos y se acercó a él.

—¿Podemos olvidarlo? Sigamos como hasta ahora, al menos por un tiempo... —murmuró.

Él la miraba incapaz de recordar porque se había sentido tan molesto e impotente ante la situación. Sólo asintió, preparándose para sentir los labios de Layla sobre los suyos.

De un momento a otro los besos se intensificaron y las manos de él vagaron sin rumbo bajo su vestido. De pronto, un deseo puramente carnal se apoderó de ellos, como si sus manos nunca hubiesen tocado otras pieles y sus bocas nunca hubiesen visitado otros labios. La sed de ese instante parecía no poder saciarse; como si la rudeza estuviese mandando un mensaje de propiedad y pertenencia.

Después de su extraña lucha y entrega, con las sábanas cubriendo sus lánguidos cuerpos, devoraron la cena que Layla había llevado. Estaba fría pero igualmente deliciosa.




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