Profesor Luna

Capítulo 21

 

Victoria había regresado a casa y con ella llegó una maleta llena de regalos para Lía y Layla. La mujer estaba feliz porque había ganado el bono de empleado del mes. Layla no pudo evitar pensar que quizá los méritos de su madre habían sido gracias al hombre que presenció su pelea, aunque quizá sólo se debían a todas las horas que no estaba en casa. Nunca lo sabría con certeza porque en su relación no había la confianza necesaria para hablar más allá de lo necesario; ese es el problema con las relaciones quebrantadas.

—Esta navidad podríamos ir al lugar donde nací y visitar el panteón donde está de mi mamá —sugirió Victoria, sonriendo mientras sus ojos verdes se llenaban de lágrimas.

A veces Layla podía vislumbrar a la perfección esa sombra de la persona con sentimientos que su madre escondía bajo todo su escombro y eso la hacía recordar que al final nunca podría no quererla, al menos un poco y aún si no lo merecía.

—Yo quiero ir a ver a mi abuela —susurró Lía.

El problema con ir a aquel lugar era que allí no sólo descansaban los restos de su abuela enterrados bajo una lápida blanca con la leyenda 'la mejor madre del mundo', sino que también estaba otro pedazo de su pasado, al que un día Layla llamó padre y quien ni siquiera quiso conocer a su segunda hija. Y aún no estaba segura de estar lista para la posibilidad de verlo de nuevo, tampoco creía que Victoria lo estuviese. De alguna manera su madre había logrado por fin un poco de estabilidad, pero era tan volátil que el riesgo no merecía la pena.

Crecer sin su padre había sido difícil, porque Layla odiaba las miradas de lástima que la gente le daba en los festivales de sólo papás, cuando ella estaba sola o con Victoria que evidentemente no era su padre. La miraban como si ella tuviese la culpa de que el primer hombre que debió amarla decidiera no hacerlo.

Con el tiempo sólo siguió, como siguen las estaciones, los días y los años. Hasta que llegó al punto en que sabía que no lo necesitaba más, aunque seguía deseando en secreto que él estuviese.

—O podemos ir a la playa... —sugirió con aparente inocencia.

Miró a Victoria quien pareció comprender perfectamente lo que pensaba su hija mayor y sorprendentemente se limitó a asentir.

—La playa es una mejor opción —dijo antes de dirigirse a su habitación.

Layla llevaba varios días sin ver a Daniel y comenzaba a sentir la urgente necesidad de un descanso. Necesitaba un poco de tiernas, amables y amorosas caricias.

Precisaba de alguien que la protegiera y cuidara de ella, como nadie nunca lo había hecho antes. No lo había notado hasta ese momento, pero Daniel Luna era todo lo que ella necesitaba y anhelaba en su vida y el impacto de saber este hecho sin lugar a dudas la asustó.

Tanto como el hecho de que justo en el momento en que pensaba en él, su celular anunció un mensaje nuevo justamente de Daniel.

 

Daniel :) 14:22

¿Quieres salir mañana a tomar algo?

  - D. Luna

 

Tú 14:22

¿Un viernes por la noche? Eso es demasiado cliché.

 

Daniel :) 14:23

Un poco de lo común siempre hace bien... Dos personas... Un viernes por la noche... Vino... Lo habitual

  - D. Luna

 

Layla suspiró, ellos no eran lo común, no podían, porque entonces eso significaba que estaban avanzando más allá del límite que ella se había autoimpuesto, cosa que estaba pasando desde hace mucho y aquel límite sólo estaba estirándose cada vez un poco más y de seguir así terminaría por romperse.

 

Tú 14:25

Mejor vayamos a un lugar lejos de lo habitual.

 

Daniel :) 14:26

Si eso significa verte, acepto.

  - D. Luna

 

Sin poder evitarlo sonrió como una tonta, con el corazón lleno de esa sensación de calor, como si estuviese siendo arropado por una abuela amorosa en medio de una noche fría.

Todo le resultaba más emocionante desde que él había entrado a su vida. Pero desde el momento en que lo escuchó confesar que estaba enamorado de ella todo se hizo más complicado, agudo y doloroso, porque el peso de la culpa no es nada fácil de cargar.

Por las noches la cabeza se le llenaba de pensamientos y por el día debía lidiar con el dolor que causaban los líos mentales.

No podía compadecerse porque ella lo había ocasionado, ella lo había buscado y provocado y aun cuando sabía que estaba haciendo algo indebido había continuado y lo seguía haciendo. Simplemente no podía sentir lástima de sí misma, porque en su mente no había un lugar en el que la idea de parar todo aquello fuera posible, ni siquiera lo pensaba. Podía ser la chica más egoísta o tonta de todo el mundo porque no quería parar.

Una noche fría... tal y como en la que se encontraba caminando Layla en dirección al punto de reunión que solía tener con Daniel. Unas cuantas casas lejos de la suya, donde nadie podía verla o reconocerla, saber que la chica de dieciocho años de la familia disfuncional que vivía al lado de la perfecta Diane subía a un coche elegante con un hombre apuesto.




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