Hay días en los que despiertas y sabes que algo saldrá mal, quizá es parte del pesimismo o una especie de presentimiento, de cualquier forma, por absurdo que parezca, lo sabes. Layla estaba en uno de esos días. Había despertado en medio de una cama manchada de sangre fresca y sus cólicos menstruales la hacían odiar el hecho de ser una mujer en edad reproductiva, aunado a su madre en medio de una crisis de desesperada búsqueda de algún utensilio de cocina, Lía gritando que era demasiado tarde para ir a la escuela y su insoportable corazón enamorado. Todo era un desastre. Pero las chicas Alexander nunca se dan por vencidas, así que sólo saltó de un lugar a otro solucionando cada una de las trampas que la vida le iba dejando, intentando no tropezar.
Cando llegó al trabajo se encontró con que Ginna no llegaría debido a lo que Connie etiquetó como “una urgencia familiar”, con voz murmurante. Así que sólo estaban ella y Emma para cubrir todo el trabajo.
—Esto es demasiado —le dijo su amiga atareada entre órdenes y pedidos para entregas a domicilio.
Al verla, de pronto Layla sintió una enorme urgencia por contarle toda la verdad. Ansiaba ser escuchada y liberarse del enorme peso que conllevaba ocultarle todo lo que había estado sucediendo a su amiga. Se acercó a ella con decisión.
—No se acabó.
— ¿Qué? —la miró sin entender mientras tecleaba con rapidez en la caja un nuevo pedido.
Layla observó fugazmente a la mujer que esperaba su ticket y su orden y vaciló. Fue evidente que aquel no era el momento más adecuado para su confesión, pero si no lo hacía, entonces más tarde no volvería a sentir el arranque de decírselo. No le quedó de otra que aferrarse a su decisión.
—Y dos galletas de nuez… —la mujer rubia continuaba añadiendo postres a su orden y Emma miró a Layla como si estuviera loca.
—Que no se acabó… lo que te dije... lo del profesor no se acabó. Nunca se acabó. Lo siento —soltó y notó la forma en la que el rostro de su amiga pasó de concentrada estabilidad a sorpresa tambaleante.
— ¿No se acabó? —inquirió con voz elevada.
—No… —masculló Layla en respuesta, mirándose los dedos pálidos por lavarse las manos muy seguido.
— ¿Se acabaron las galletas de nuez? —preguntó la mujer con tristeza, entrecerrando los ojos hacia las chicas detrás de la barra, como si hubiese descubierto en su conversación un código secreto y su interpretación fuese una decepción.
Las personas de la fila comenzaron a preguntar lo mismo, levantando los billetes en manos disgustadas y con rostros decaídos.
—Te lo quería decir, simplemente todo pasó de la nada… —los grandes ojos verdes de Layla parecían angustiados.
Ella no solía ser así, no se preocupaba por lo que pensaran otros, pero estaba siendo distinta y era algo que Emma ya había notado, sin embargo, no había pensado en la posibilidad de que Layla siguiera saliendo con ese hombre y se sintió mal por no notarlo. Se supone que la cosa de “mejores amigas” está muy ligada a ese conocimiento profundo de la otra persona. Y Layla Alexander había estado llevando una doble vida en sus narices mientras ella ni lo sospechaba. Eso la dejaba en un lugar decepcionante.
— ¿De la nada? ¿Qué quiere decir eso?
— ¿Ya no hay nada? —vociferó la anciana y las otras personas aumentaron sus quejas y gritos.
Emma miró a Layla y luego a todas las personas que hacían fila en medio de gritos.
—Tendrás que explicarme después —evidenció, con voz presurosa ante la situación que habían creado y miró a las personas — ¡Silencio todos! Es un malentendido, tenemos galletas de nuez y tenemos todo el menú, sólo esperen su turno —su voz autoritaria hizo que Layla se alejara con la misma rapidez que el clamor de la multitud se acalló.
Pero el día avanzó y la gente dejó de hacer fila y ellas tuvieron tiempo para respirar y sobre todo para hablar. Layla había pasado el día arrepintiéndose de soltar la bomba y a la espera de la gran conversación.
Estaba sirviendo un café cuando la voz de Emma interrumpió sus pensamientos.
—Lo ocultaste tan bien…
Layla dio un respingo ante el inesperado sonido de la voz de su amiga, derramando el café. Agitó la mano empapada del líquido ámbar tratando de deshacerse de él.
No había acusación en su voz, simplemente la miraba como tratando de descubrir en qué momento había dejado de conocer a su mejor amiga.
—Ese era el objetivo, escucha; sé que no está bien, pero quería que lo supieras. Quiero que lo sepas.
—Está bien, gracias por confiar en mi —Emma estaba actuando más tranquila de lo que Layla había imaginado y eso era un poco extraño pero reconfortante a la vez.
Así que le contó todo, le dijo como él la hacía sentir y las veces que habían salido tomados de la mano. Le contó que él confesó su amor y que ella salió huyendo. Le habló sobre sus miedos y la conversación que tuvieron en el coche y lo que creía sentir por él. Emma escuchó todo con atención.
—En una perspectiva ideal esa es una maravillosa historia de amor Layla, pero en la realidad lo único que sé es que debes decirle la verdad o dejarlo de una vez.
Editado: 07.11.2021