Profesor Luna

Capítulo 23

 

Los días marchaban normales para Layla hasta que un mensaje de Daniel se hizo presente y el desenlace de su conversación acabó arruinando su humor durante toda la semana. Él insistía en lo importante que era contárselo a Lía, ofreció ayudarla a tener “la conversación” para que no fuese tan difícil. Si eso bastara para hacer de su vida algo mejor habría aceptado y estaría la mar de contenta. Pero como sólo era algo que se sumaba a las múltiples razones por las cuales su amorío estaba evidentemente mal, le dio una excusa para sacar su mal genio.

Por obvias razones, se negó. Ya estaba bastante llena de mierda como para meter a su hermanita en la falsa historia. Cada vez era más evidente que necesitaba encontrar una solución y tuvo la certeza de que debía confesarle la verdad a Daniel, por primera vez esa fue su mejor opción y decidió que lo haría. En cuanto encontrara el momento adecuado le diría la verdad.

Layla, en su estúpida nube de fantasía y azúcar creía que cuando él lo supiera, lo tomaría bien, la perdonaría y podrían hacer una vida juntos. Porque, vamos, era demasiado joven para llegar a pensar en finales alternativos.

Daniel le dijo que no podía salir con ella hasta que no hablara con Lía, porque, según su mensaje citado de forma textual; no quería vivir ocultando lo suyo. Le dijo además, que entendía si tenía miedo de lo que dirían las personas, las madres de la escuela y los otros profesores, pero que eran personas adultas y sabrían resolverlo.

Si, personas adultas que sabían resolver problemas…

Entonces Layla dejó pasar algunos días con la esperanza de que él lo olvidara, pero no fue así. En su lugar, Daniel dejó de responder sus mensajes, así que tuvo que pensar cómo resolverlo mientras encontraba la manera de contarle la verdad. Arrinconada y casi sin salidas disponibles, decidió pedir permiso en el trabajo para visitarlo en el receso de la escuela.

Pensó demasiado en sí debía hacerlo, porque corría el riesgo de parecer demasiado sospechosa, pero al final decidió que si llevaba meses escondiendo aquello podía arriesgarse un poco. La adrenalina de ser descubierta siempre es algo revitalizante una vez que lo difícil pasa, ¿no es esa la razón por la que es tan difícil dejar los amoríos secretos?

Así que tomó una caja de sus pastelillos favoritos para ayudarlo a perdonarla. Esos pastelillos no podían mantener enojado a nadie en el mundo si eran usados como ofrenda de paz, porque eran sumamente deliciosos y hacían olvidar a las personas ese tipo de cosas.

Al llegar a la escuela, tuvo su primera decepción, pues tuvo que darle uno de los pastelillos al guardia como soborno para dejarla pasar. Había niños por todos lados y ella los esquivó suplicando a cualquier fuerza en el universo para no encontrarse con Lía, en caso de ser así tenía un plan de respaldo, pero esperaba con todo su ser que no fuese necesario.

Apenas entrar recordó la vez que había estado ahí meses atrás; cuando había tenido una horrible impresión del hombre con el que actualmente dormía y del que estaba enamorada. Se sintió tonta al entrar al salón, pues había ido tan distraída que había olvidado llamar.

Había una mujer, de cabello rojo y falda peligrosamente ajustada. Y en cuanto Layla la vio, la reconoció, supo que era ella; la maestra de la que Lía había hablado. Porque ella estaba inclinada sobre el escritorio y una de sus manos buscaba la de él, mientras en la otra sostenía un vaso de café de máquina expendedora.

Daniel a simple vista la evadía por completo, sin ponerle mucha atención hojeaba su libro de planeaciones.

La maestra miró en dirección a la puerta, emitió una sonrisa nerviosa, —como si hubiese sido sorprendida robando golosinas—, cuando se dio cuenta de la presencia de Layla, cuya completa atención estaba puesta en parecer inofensiva y tranquila. Con aire culposo y mirada evasiva, la pelirroja miró a Layla.

Se sintió idiota, ella era solo una chica; una adolescente, si lo intentara no podría competir contra esa mujer. Daniel carraspeó, haciendo que ambas se enterasen de que estaba siendo testigo de ese intercambio de miradas, pero, sus ojos sólo estaban clavados en una de las dos; Layla. Sus ojos pardos estaban fijos en ella, como si estuviesen solos, como si aquella elegante y madura maestra no estuviese parada frente a él tratando de llamar su atención.

—Layla… Adelante —profundizó la voz, sonando serio y decidido.

Layla agradeció en su interior haber tomado la decisión de maquillarse y ponerse un traje de su madre, porque de alguna manera escuchar el repiqueteo de sus propios tacones al encaminarse hasta el escritorio y sentir su cabello ondulado contra sus hombros le dio seguridad.

—Hola, yo… —dijo la maestra con torpeza, mirándolos a ambos por turnos —. Mejor me voy… Eh… te dejo el café, Dani —dejó sobre el escritorio el vaso y salió con lentitud como esperando a escuchar alguna pizca de la conversación que tendrían.

Layla tuvo que poner todo de sí para no hacer una mueca de desagrado ante su voz y la forma en que lo había llamado.

Dani… horroroso…

— ¿A qué has venido? —preguntó él como si no lo supiera, como si no llevara días ignorándola.

—A hacer las paces —contestó ella un poco más seria de lo normal, le tendió la caja y él la abrió de inmediato —. Tuve que darle uno al guardia para que me dejara entrar —dijo para explicar el hecho de que faltara un pastelillo en la caja de seis.




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