Profesor Luna

Capítulo 25

 

Layla sufrió las consecuencias de su mentira toda la semana siguiente. Daniel le había dejado en claro que no podía olvidarlo; que no podía fingir que ella no mintió y que “accidentalmente” pasó por alto el hecho de que era un día importante. No podía fingir que ella había olvidado de una manera inocente decirle que era su cumpleaños.

Y aun cuando para ella en realidad no había sido la gran cosa, podía entender que para alguien como Daniel; tan sentimental y detallista, un cumpleaños fuese algo importante. Así que sí, lo entendía, pero su actitud le dejaba claro que la posibilidad de un nuevo comienzo estaba declinada. Comenzaba a pensar que en el momento en que la verdad saliera de sus labios, él no volvería a mirarla.

—Las mentiras son despreciables, no me gustan y no creo que estén bien, las mentiras dañan el amor, lo rompen y lo desgastan… —le había dicho él cuando Layla intentó buscarlo un día después en su apartamento. Rematando su resentimiento con un doloroso: —Necesito un tiempo.

Layla no quería darle un tiempo, no quería perderse de las oportunidades que podían tener, porque en vista del panorama tan poco favorable algo le decía que estaban por terminar. Y aun así ella se aferraba a la idea de que podrían superarlo. Tal vez era evidente que seguía siendo una chica inmadura y en el fondo soñadora…

Se aferró a él en el triste abrazo de despedida que le dio aquel día. Tomó su mano y la apretó con fuerza, porque cuando sientes que alguien a quien amas se aleja, intentas detenerlo con las manos, con el alma y con fuerza y así esperas poder atrapar también su corazón.

—No me mires así —le susurró suplicante, ella bajó la mirada acurrucándose contra su pecho.

— ¿Cómo?

—Como si te estuviese dejando… No lo hago Layla, no me estoy dando por vencido, sólo necesito unos días sin mirarte, porque cuando te miro, cuando tú me miras con esos ojos, yo olvido todos mis ideales. Soy capaz de traicionarme a mí mismo para justificar tus acciones, yo no hago eso y no sé cómo lidiar con esto… Simplemente necesito tiempo.

—Entiendo —respondió en un susurro y se fue sin mirar atrás.

Se detestaba un poco al pensar en el poder que tenía sobre él, se detestaba porque la simple idea la hacía sonreír y eso no la debería hacer sentir orgullosa; lo único que significaba era que estaba siendo más que una gran idiota.

Así que se obligó a sí misma a darle espacio, a dejarlo sanar un poco antes de decirle toda la verdad. Llevaba días hablándolo con Emma, juntando fuerza para poder hacerlo y estaba decidida; se lo diría, le diría toda la verdad. Sólo así, quizá podría volver a dormir tranquila sin la necesidad de estar entre sus brazos.

....

 

El olor a pastel recién horneado y nata le colmó el olfato y cuando vio el logo de los postres que Layla le había llevado hace días a la escuela como ofrenda de paz, decidió entrar, encantado por volver a probar aquel soufflé de limón que le hizo agua la boca de sólo recordarlo. La campanilla sonó con gracia y él se dirigió a una de las mesas cercanas al mostrador, prendiendo su ordenador para comenzar a trabajar.

Layla se encontraba de espaldas a la puerta cuando escuchó que alguien entró. Se dispuso a ir a tomar la orden del cliente recién llegado y entonces lo vio. Se le heló la sangre y sin pensarlo se escabulló a la cocina agradeciendo al cielo que él estuviese dándole la espalda, porque no la había visto. Su corazón iba a mil por hora, llevaba varios días ignorando todo a su alrededor, sin sentirse realmente viva, hasta ese instante, porque de inmediato se sintió despertar.

— ¿Qué haces? —la voz de Emma en su oído la hizo saltar, tal vez la mirada la delató, pero no tuvo que hablar para que Emma lo descubriera — ¿Es él? —sus ojos conmocionados la miraron con sorpresa.

Al parecer, la capacidad del habla de Layla se había perdido, así que sólo pudo asentir. Ya no podía mentirle a su mejor amiga y de cualquier manera, ya no tenía caso. Si Daniel estaba ahí y ella necesitaba que no la notase, su única opción era tener una aliada. Y nadie mejor que Emma para ese puesto.

— ¿Qué miran? —la voz chillona de Ginna las asustó a ambas, que fijaron sus sorprendidos ojos abiertos hacia ella.

Otro cliente entró, haciendo sonar la campanilla.

—Voy yo —soltó Emma, antes de dirigirse al mostrador dejando a Layla con su otra compañera.

— ¿No me escuchaste?

—Lo hice… no mirábamos nada —consiguió escupir como un murmuro atragantado.

Los ojos burlones de Ginna se centraron de lleno en el rostro de Layla, como si intentase leerle la mente.

—Claro… —era evidente que Ginna no se había tragado el cuento de la chica de ojos verdes falsamente inocentes. Miró hacia dónde Daniel Luna escribía tranquilamente en su portátil — ¿Quién es? —exigió saber, con una sonrisa pícara en el rostro.

—No es nadie —declaró, cruzándose de brazos, pero pareció pensárselo mejor —. Bueno sí, es sólo un cliente —su aire resolutivo sólo se debía a la facilidad con la que pudo salir del embrollo.

—Es guapísimo —dijo Ginna, enrollando sus cabellos rubios en uno de sus dedos, como si desde ya comenzara una técnica de coqueteo.




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