El día comenzó bien, tanto que la idea de esperar algo malo desapareció de la mente de Layla. Como en esos instantes en que todo fluye de una forma tan ligera que no queda de otra que dejar caer las barreras.
Victoria estaba tan entusiasmada que pasó la mañana haciendo una lista de lo que necesitaban en casa y guardando bolsas ecológicas dentro de su propia bolsa con una sonrisa que bien podría parecer única.
—Estoy pensando que necesitamos un coche, quizá pueda pedir un préstamo en el trabajo, así podrás llevarnos a Lía y a mí —dijo mirando a Layla.
Layla se sintió un poco ofendida, Victoria simplemente estaba suponiendo que tendría disponibilidad para ser su chofer personal. Y la verdad era que Layla tenía planes mucho más grandes, ella quería ir a la universidad, quería tener su propia vida, aun así, no lo dijo. Debido a que sus planes eran secretos y sólo manteniéndolos así podría llevarlos a cabo, decidió callar.
— ¿Qué opinan de una noche de películas? —inquirió Victoria, mirando a sus dos hijas con aire benevolente.
—Tengo que ir a ver a mi amiga Emma —soltó Layla de inmediato.
—Tengo tarea —la siguió Lía con una mueca de resignación.
—Bueno, entonces lo dejamos para mañana —continuó la mujer, sin reclamos, sin manipulación, simplemente comprensiva.
Si de por sí ya estaba siendo un día inusual, el comportamiento ligero de su madre, le dejó a Layla una sensación extraña.
—Mañana hay clases —Lía miraba a Layla, sus ojos le decían que estaba igual de sorprendida que ella.
—Pero puede ser después —se apresuró a decir Layla, porque no quería que Victoria de pronto explotara contra Lía.
—Por supuesto, cariño —la sonrisa de labios carmín la dejó aún más sorprendida. Aquel “cariño” era la manera en que Victoria solía disfrazar su desdén y disgusto y por primera vez había sonado sincero y amoroso por completo.
Por más que no quería, Layla imaginó un pastel quemado. Un pastel grande, grande y completamente calcinado.
— ¿Están listas? —Victoria las miró cómo si el que ellas estuviesen extrañadas y nerviosas fuese absurdo, como si ella siempre se comportara amable.
—Si —respondió Lía y tomó la mano de su hermana, haciéndola volver a prestar atención al presente.
El camino fue lento, el taxista conducía con paciencia y mucho cuidado.
Layla miraba a través de la ventanilla a las personas caminar. Observó su pequeña ciudad y supo que extrañaría demasiado aquellas calles cuando estuviese lejos.
Su mente no pudo evitar viajar hasta Daniel. Estaba lista para contarle todo, pero los nervios se habían instalado justo en su estómago, su esternón y costillas, no la dejaban respirar, no la dejaban en paz. En cuanto pensaba en lo que pasaría por la noche sentía ganas de vomitar y el absurdo presagio que llevaba horas plantándose en su cabeza no ayudaba tampoco.
— ¿Ya vamos a llegar? —Lía miró a su hermana mayor, ansiosa.
—Ya casi cariño —respondió Victoria, sin dejar que Layla respondiese.
El taxista miró a la mujer por el rabillo del ojo. Layla pensó en que seguramente estaba admirando la belleza de su madre, pero sobre todo aquel hombre estaría pensando en lo buena madre que parecía. Una vez más tuvo que concluir con que nunca conoces realmente a una persona, no cuando eres cercano a ella y no cuando sólo la has visto una vez y te genera una primera impresión. Nunca conoces realmente a una persona, a veces ni siquiera conoces por completo al reflejo que te devuelve un espejo, así que...
Editado: 07.11.2021