Profesor Luna

Capítulo 27 parte 2

 

Mientras estaban en el supermercado, luego del largo viaje en taxi, la tensión interna de Layla iba en aumento. El hecho de que hermana menor no dejase de rogarle con voz infantil a Victoria que le comprase un bote de helado no ayudaba demasiado.

Layla caminaba con la energía repentinamente drenada, arrastraba los pies como si ni siquiera dar un paso fuese motivo suficiente para animarse. Nunca había detestado tanto hacer la compra semanal como en aquel momento.

—Bueno, pueden ir por esta parte de la lista y las veo en los cereales ¿Vale? —dijo Victoria frunciendo los labios, Lía la miró.

— ¿Puedo llevar helado? —insistió por milésima vez.

—El helado te mata las neuronas —respondió su madre con tanta certeza de que lo que decía era cierto que Layla tuvo que aguantar las ganas de burlarse.

Lía y Layla pasaron bastante tiempo vagando por el super mercado, como siempre lo hacían cuando estaban solas. Gastaron minutos y minutos eligiendo los productos de la lista de Victoria, observando los estantes con demasiado detenimiento, más del que en realidad se requería. Lía tomaba dulces de todos los estantes y Layla los devolvía con aire distraído.

— ¿Puedes pagar por el helado? —Lía la miró, sabía que Layla tenía su propio dinero, pero nunca le pedía demasiado porque también sabía que estaban ahorrando para llevar a cabo su “plan”.

—Lo haré, ve por él, te espero aquí —le dijo en tono cansado.

Si dejaría de escuchar la letanía de la chiquilla con su lamentosa voz, diciendo la palabra “helado” cien veces, entonces estaba dispuesta a gastarse unas cuantas monedas.

Dejó el carrito de la compra y comenzó a recorrer el pasillo, leyendo las etiquetas de las cajas de té como si fuesen la mar de interesantes, como si no lo hiciera por la necesidad de tener una distracción.

Entonces escuchó la voz de Victoria, risueña y melódica.

—Oh… Ya veo ¿En dónde trabajas? —Layla la imaginó al otro lado del pasillo flirteando con un desconocido y rodó los ojos.

—Trabajo en el Colegio del Sagrado Corazón, es una escuela primaria cerca del centro de la ciudad.

Entonces esa respuesta, con ese tono de voz, dejó helada a Layla, porque conocía a esa voz muy bien. Era la voz del hombre al que vería esa noche. Esa noche, no en ese instante, no en ese momento.

Su respiración comenzó a agitarse y sintió una capa de sudor frío comenzando a recubrir todo su cuerpo. Debía salir, quería escapar y esconderse, pero no podía moverse. No podía dar ni un solo paso, sus pies se sentían pesados, anclados al piso blanco.

—Oh, que casualidad... mi hija estudia en esa escuela, está en cuarto grado.

Respira, respira, respira, respira. Sal de aquí, sal de aquí, no puedes estar aquí. No puede enterarse, no así, no así, no ahora, por favor...

— ¿Cuál es su nombre?... de su hija quiero decir.

Se preguntó porque Daniel Luna seguía respondiendo a las preguntas de su madre. Si simplemente se limitase a ignorarla y marcharse… Si, eso es lo que debería haber ocurrido. Pero eso jamás habría sido así, porque él siempre era tan amable, tan considerado, jamás le haría a nadie un desplante como el que Layla estaba deseando. Era un caballero, era todo, todo para Layla.

No podía pensar, tenía que hacer algo y no podía, simplemente no podía, sus manos temblaban.

—Lía Alexander —la respuesta era inevitable. No había otra cosa que Victoria pudiera decir.

Y ya tampoco había otra cosa que Layla pudiera hacer.

Un puñal en el corazón… se acabó, se acabó... Quería llorar, pero ni eso podía, no salían lágrimas de sus ojos, no salía nada de ella.

— ¿Cómo? —había confusión pura en la voz de hombre al otro lado del pasillo, de pronto sus palabras salían demasiado lentas y graves.

— ¿La conoces? —la imaginó emitiendo esa lenta sonrisa amplia de labios rojos, tratando de parecer guapa.

—Amm... Si, si, Lía... Lía Alexander es mi alumna —él estaba completamente paralizado, no podía entender nada. Si toda esa situación se trataba de una mala broma, deseaba que alguien se lo dijera y pronto.

—Yo... Sé que Lía es distraída y que puede llegar a ser un desastre, pero menos mal su hermana mayor siempre la ayuda en todo.

Layla resopló, si hasta entonces había la más mínima posibilidad de salvar aquello ahora ya ni existía. La detestaba en ese momento, detestaba a Victoria y detestaba las cajas de té observándola ser miserable y estando paralizada, detestaba haber ido al súper mercado. Detestaba haber actuado como lo había hecho todos esos meses, detestaba las casualidades.

— ¿Lía tiene una hermana?

Layla percibió el ligero temblor en la voz de Daniel y le dolió el pecho. Le era difícil respirar y apretaba los ojos, con la esperanza de que todo fuese una pesadilla y pudiese despertar.

—Ah, por supuesto. De hecho, ambas vienen conmigo ahora mismo.

Toma una respiración profunda, respira, respira, respira… sólo respira.




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