Profesor Luna

Capítulo 28

 

Así que ahora todo estaba hecho mierda. Todo se había acabado y ella debería poder aceptar eso, porque en el fondo, desde el momento en que comenzó a sentir algo por él supo que terminaría y que no sería un final bonito, se había negado a aceptarlo, pero era su realidad. Había tenido tantas oportunidades para decírselo y ella simplemente no había querido hacerlo. Debería ser más sencillo. Y aun así ella no podía olvidarlo todo, no podía sólo alejarse de Daniel y dejar de pensar en ir tras él, no cuando su corazón suplicaba buscarlo. Sólo podía pensar en que debía explicarle todo; hacerlo entender.

Debería ser fácil soltar a quienes amamos cuando sabemos que es lo correcto, sin embargo, por alguna razón lo más sencillo es aferrarse; al amor, a la idea, al recuerdo, a la posibilidad...

Mientras Daniel se abstenía de brindarle cualquier tipo de comunicación, Layla se dedicaba a llorar como una posesa. Él no respondía sus mensajes y para esas alturas, Layla ya tenía claro que no lo haría. Ni siquiera le estaba pidiendo una explicación y quizá eso era la clara señal de que había ido demasiado lejos. La mentira fue demasiado lejos y ahora que todo salía a la luz, el terreno estaba tan fangoso con los restos de la explosión, que ni siquiera tenían claro lo que estaban sintiendo. Ninguno de los dos lo tenía del todo claro.

Layla vio en los ojos de Daniel el dolor de la traición tatuado en sus iris oscuros, y sabía, que si se atrevía a mirarse en un espejo encontraría lo mismo. La cosa era que ella misma había provocado eso en ambos; en Daniel al mentirle con tal descaro y por tanto tiempo, y en ella misma por permitirse hacer todo lo que había hecho.

Desde que llegaron a casa con las bolsas llenas de reservas alimenticias y todo tipo de cosas, Layla se había quedado en el sofá, como si un poderoso imán le impidiera ponerse de pie. Su madre la había mirado con sospecha al principio, pero después lo dejó pasar sin ponerle mucha atención. Ahora, luego de unas tres horas, en las que todo lo que Layla hizo fue intentar respirar y pensar con claridad, comenzó a colarse una idea en su cabeza. Movía sus piernas incómoda y ansiosa, sabía que tenía que salir. Porque de pronto tenía la imperiosa necesidad de ir a buscarlo.

—Voy con Emma, te lo mencione temprano… —susurró al encontrarse con su madre mientras se dirigía a la salida de su casa.

Habría buscado algo mejor de haber sabido que esa mentira sobre ir con Emma igual le serviría, pero contrario a lo que imaginó, no estaba por tener una conversación con Daniel para confesarle la verdad con voz temblorosa y manos suplicantes, sino para tratar de arreglar la forma en la que él lo había descubierto.

— ¿Tardarás?

—No lo sé.

—Quiero hablar contigo sobre un asunto, así que... no tardes —la voz de Victoria no había sonado tan moderada y modesta como en ese instante.

Layla la miró, ya había tenido suficiente de ella, deseaba poder alejarse, al menos por un siglo... O dos.

Salió sin darle una respuesta y mientras terminaba de colocarse su abrigo negro sólo pensaba en todo lo que le diría a Daniel, pensaba en cuanto deseaba mirarlo y saber que todo estaría bien.

Ni el aire fresco, ni la caminata, ni la calle desierta le ayudaron a calmar sus sentimientos. Cuando estuvo frente a su piso las manos le temblaban y su corazón también. Llamó a la puerta, sonaron pasos cansados al otro lado. Él la miró, como si ya supiera que ella estaría ahí. No parecía compasivo y cariñoso. No debía haber pensado dos veces antes de notar que una parte de él; del Daniel de Layla, ya no estaba por ningún sitio.

— ¿Qué quieres? —la rudeza de su voz y su tono seco la sorprendió, como si ella no mereciera eso, cuando en verdad sabía que merecía algo peor.

—Explicarte —su voz salió inevitablemente temblorosa.

Él emitió una risa amarga y la miró con recelo.

— ¿Cómo me vas a explicar que esta mañana tenía una novia a la que pensaba amar y ahora mismo sé que todo fue una mentira?

Ella sólo pudo concentrarse en una parte de la oración “pensaba amar”. Eso no podía estar sucediendo. No. Él la amaba. Ella quería que él la amara aún.

—No es así, Daniel, las cosas no son así —murmuró, sabiendo que estaba mordiéndose la lengua. Porque sí que era así. Sí que Daniel tenía razón y Emma siempre la tuvo. Y la única idiota egoísta estaba de pie frente a un maravilloso hombre al que le rompió el corazón con sus actos infantiles y crueles.

Él hizo una mueca de dolor cuando ella dijo su nombre y retrocedió, rechazándola.

—No quiero tener esta conversación ahora… Y quizá nunca —él hizo ademán de entrar.

—Yo te amo —soltó Layla en tono suplicante cuando él estaba a punto de cerrar la puerta.

Se quedó quieto, como suspendido en el tiempo. En realidad, sólo pensaba en lo mucho que merecía saber todo. Daniel merecía preguntarle cómo había pasado todo eso, exigirle respuestas. Pero había una duda entre todas las que tenía que le quemaba la cabeza y le hacía un hueco en el corazón y las entrañas.

— ¿Cuantos años tienes Layla? —inclinó la cabeza al hacer la pregunta. Su voz reflejaba duda inocente, pero su mirada enarcada por las cejas arrugadas apuntaba todo lo contrario.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.